Lo miró sorprendida. Ahí estaba de pie, con una sonrisa en el rostro.
—¡Eres un fantasma!
—Lo soy —confirmó Malfo sentado en su lápida.
¿Cómo era posible? Cati nunca había escuchado que los fantasmas realmente existieran; no eran más que un mito, o eso había creído al crecer. Pero ahí estaba, frente a ella, un hombre que afirmaba que aquella tumba le pertenecía. Tal vez el hombre bromeaba, pensó.
Al notar la mirada sospechosa de la joven, el hombre dijo: —No me crees.
Cati negó con la cabeza a modo de respuesta.
—Eres una persona de carne y hueso, a quien veo claramente —señaló—. Los fantasmas son flotantes.
—¿Así? —preguntó entretenido.