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Chapter 25 - Capítulo 25 – Pretendientes (Parte 1)

Reunía el valor para responder cuando el carruaje se detuvo de golpe, causando que Cati saltara a los brazos del Señor Valeriano.

—¿Estás bien? —preguntó Alejandro, ayudándola a incorporarse.

Cati asintió a modo de respuesta.

Alejandro salió del carruaje para preguntar al chofer: —¿Qué sucede, Brooke?

—Disculpe, Señor. La rueda se rompió debido al terreno inestable. Necesitaré reemplazarla con una nueva —explicó el chofer con tono preocupado.

—¿Cuánto tiempo tomará regresar al camino?

—Media hora, Señor.

—Catalina, ¿qué te parece dar un paseo en el bosque? —sugirió Alejandro ofreciendo su mano para ayudarla a bajar.

Aunque le había planteado la pregunta, su acción no le dejaba alternativas. Era medianoche y el bosque estaba oscuro, a excepción de la luz de la luna, que se escabullía entre las copas de los árboles. Tomó mansamente la mano cálida de Alejandro y el contacto hizo que su piel se sintiera como si un fuego la calentara. Al bajar, Alejandro soltó su mano, y Cati la acercó rápidamente a su cuerpo. Caminaron lado a lado, disfrutando la silenciosa noche. Cati cruzó los brazos intentando protegerse de la fría brisa y Alejandro, al notarlo, se quitó su abrigo para envolverla.

—Ten, debería protegerte del viento —dijo.

—Gracias, Señor.

—¿Disfrutaste la obra de teatro? —preguntó Alejandro casualmente.

—Fue maravillosa. Gracias por invitarme —agradeció con un gesto de la cabeza —. ¿Y usted, Señor Alejandro? —preguntó con curiosidad.

—Normalmente no me gustan los teatros por las voces tan ruidosas y melodramáticas, pero esta… fue interesante —respondió.

—Ya veo —añadió Cati.

Observaba las frondosas hojas verdes que se movían sobre ellos. Se preguntó dónde estaban, tal vez cerca del Imperio Valeriano, pues habían recorrido cierta distancia. Escuchó a un búho y de inmediato intentó encontrarlo, pero no lo logró.

—¿Qué tal tu trabajo en la mansión? Espero que Martín no te esté causando problemas —preguntó Alejandro mientras se agachaba a tomar una rama.

—Por supuesto que no —sonrió Cati al pensar en el señor —. Ha sido generoso conmigo en comparación a las otras sirvientas.

Martín era el mayordomo de la mansión, y supervisaba a los empleados para asegurarse de que el trabajo estuviera siempre al día. Era tan mayor como Margarita, y había servido a la familia de Alejandro por décadas.

—Suelo recibir quejas de que es muy estricto, pero me alegra saber que te has ajustado al ambiente —dijo Alejandro tomando otras ramas del suelo.

—¿Colecciona ramas, Señor? —preguntó Cati.

—¿Por qué? ¿Le resulta extraño que un vampiro coleccione ramas, Señorita Welcher? —preguntó observándola.

Una ligera curvatura apareció en sus labios antes de convertirse en una amplia sonrisa en la oscuridad.

—No, no —respondió Cati aterrada —. Sólo que no había conocido a nadie que lo hiciera.

—Las ramas como esta son muy útiles —murmuró.

Cambiando el tema, agregó: —Tengo noticias del Señor Tanner, información sobre la masacre ocurrida hace algunas semanas en tu aldea. Parece que han desaparecido niñas y niños de otras aldeas y sospechan que es obra de brujas oscuras. ¿Alguna vez viste algo o a alguien extraño en tu aldea?

—No creo —respondió Cati intentando recordar.

—El Concejo envió a un equipo de búsqueda para ver si descubren a las brujas oscuras —continuó Alejandro con el ceño fruncido, mirando el lugar de donde venían —. Intentan encontrar a las personas desaparecidas, pero no quiero que te ilusiones pues no sabemos si siguen con vida.

—Entiendo —respondió cerrando con fuerza el abrigo.

Sólo podía esperar volver a ver a su primo Rafa.

—¿Qué haces en tu tiempo libre? —preguntó Alejandro, cambiando el tema de nuevo.

—Bueno, me gusta leer libros —respondió Cati—. Rafa había comenzado a enseñarme a pelear, pero sólo lo básico. Por si me metía en problemas —explicó encogiéndose de hombros.

Antes de decir algo más, escucharon el aullido de un lobo. Y entonces un segundo aullido, pero distinto. Era como algo siniestro en el aire.

—Tenemos que irnos. Ahora —dijo Alejandro tomando la mano de la joven para regresar rápidamente al carruaje.

—¿Qué fue eso?

Cati no lo había notado, pero el aire se había hecho más denso a medida que se adentraban en el bosque.

—Creo que tenemos compañía indeseable —respondió Alejandro estudiando los alrededores.

Antes de avanzar, un semi vampiro vino a atacarlos, y Alejandro golpeó sin esfuerzo el cuello de la criatura con las ramas que acababa de recoger. El semi vampiro, paralizado, cayó con un ruido seco en el suelo. A diferencia de los vampiros puros, los semi vampiros parecían cadáveres. Eran los vampiros muertos que no tenían control de sus mentes.

Cati observaba sorprendida al semi vampiro en el suelo, y el lobo aulló de nuevo, dándole un susto terrible.

—Ven.

Alejandro sintió sospechas cuando el carruaje se detuvo a cambiar la rueda debido a un bache. Esta había sido la misma ruta que usaron antes, y no habían tenido problemas. Llevó a Cati de vuelta al camino y encontró al chofer ajustando las tuercas y tarareando una canción: —Noche brillante con estrellas, ajá. Allá vamos, ajá ajá.

Al notar al Señor y la señorita, el chofer anunció: —Señor, el carruaje estará listo en diez minutos.

—No tenemos tiempo de arreglarlo, Brooke. Hay semi vampiros —dijo el Señor Valeriano.

Abrió la puerta y sacó el arma que solía llevar en sus viajes.

—¿Qué hacemos, Señor? —preguntó el chofer con una expresión de alarma.

—No sabemos cuántos hay, así que es mejor irnos rápido —respondió el Señor apuntando su arma a la distancia y disparando.

El disparo retumbó en el lugar y Cati escuchó algo que caía.

—Libera a los caballos y llévate uno —ordenó.

El chofer, con la ayuda de Cati, comenzó a soltar las amarras de los caballos mientras Alejandro vigilaba la zona. Con los caballos liberados, Alejandro y el chofer montaron. Alejandro ofreció su mano a Cati para ayudarla a subirse con él.

—Sujétate —advirtió.

La neblina se hacía cada vez más ligera, y Cati notó a dos semi vampiros que los vigilaban ocultos tras un árbol.

Al día siguiente Cati estaba exhausta. Casi no había dormido, y tuvo que despertar temprano. Limpiaba el ático cuando encontró una tabla cubierta de tela. Cuando se acercó a limpiarla, tras la tela había una hermosa pintura de un zapatero rodeado de zapatos. Estaba por tocarla cuando escuchó una voz: —Curiosa, ¿no? ¿Qué haces aquí?

—Martín me pidió que limpiara el ático —explicó Cati alejándose de la pintura.

—¿Sí? —insistió el hombre, que se sentó en una piedra.

Cati continuó su trabajo, preguntándose qué hacía el hombre aquí.

—Señor Alejandro —dijo Cati—, ¿por qué están estas pinturas en el ático?

Era una lástima que no fueran exhibidas. Cuando se volteó, Alejandro había desaparecido.

Cati notaba que Alejandro no se dirigía a otras mucamas a menos que fuera importante, pero ya que ella no era una mucama, su trato era diferente. Aparecía de pronto, y en un instante había desaparecido.

Como Elliot invitaba a Cati a sus ratos de ocio, se había acostumbrado a pasar tiempo con el Señor de Valeria, e incluso le había tomado cariño. Hablaban de sus intereses y disgustos como amigos.

Una noche particular, Cati estaba en su cama y llevaba pijamas, cubierta con su manta. Aún podía escuchar el sonido del disparo. Aunque ella no veía a los semi vampiros, el Señor les disparó de forma certera. Realmente era un vampiro de sangre pura con excelentes reflejos y precisión.

Cerró los ojos para dormir, pero las imágenes se repetían en su mente, y el ruido del viento sólo empeoraba la situación. La despertó una extraña ráfaga que se coló en la habitación. Cati salió de la cama para cerrar firmemente las ventanas. En las sombras, todas las cosas de la habitación se hacían aterradoras, como monstruos demoníacos. Asustada, llevó su almohada y salió al pasillo con intención de ir a la habitación de Sylvia. Le daba miedo dormir sola. Al dirigirse a las escaleras, notó a una criatura de cuatro patas de pie en la oscuridad, y no pudo contener un grito de espanto. Giró rápidamente de regreso a su habitación. Tras un momento, salió de nuevo al pasillo y notó que la criatura se movía. Sin pensarlo, salió de prisa y entró en la puerta siguiente.