Con un corazón curioso, Xinghe entró en ese pequeño hotel de aspecto antiguo. Sentado detrás del viejo mostrador había un hombre de mediana edad haciendo la cuenta. Estaba demacrado, y aunque la camisa en su espalda era anticuada, era de cierto lujo. Había un brillo calculador en sus ojos. Xinghe podía discernir por una mirada que era el gerente del hotel.
El gerente la vio, y su mirada recorrió toda su estructura de manera conveniente. Entonces se levantó con una sonrisa para preguntar:
—¿Hospedaje?
—Sí, deme su mejor habitación —dijo Xinghe mientras le pasaba su identificación temporal. Ella había adquirido una residencia temporal en el País W, así que no tenía que ir por ahí con su pasaporte.
El gerente aceptó su identificación y la estudió. Preguntó con una sonrisa:
—¿De dónde es? Aquí dice que no es de este país.
