—¡No deberías haber nacido! —dijo mirando despiadadamente a Xinghe. Su mirada era la mirada más asquerosa y atroz que Xinghe había tenido hasta ahora en su vida—. No tienes derecho a existir en este mundo porque tu existencia es el único arrepentimiento de Xia Wa en la vida. Si yo hubiese sabido que había dado a luz a una niña en la Tierra, lo habría arruinado sin pensarlo dos veces. ¡Mereces la muerte, porque la arruinaste! ¡Alguien como tú no está calificado para mantener su glorioso legado!
—Si yo no estoy calificada, ¿entonces quién lo está? —rió Xinghe. Ella no estaba enojada por sus palabras, ni siquiera un poquito.
He Lan Yuan exigió alocadamente:
—¡Mi descendencia, por supuesto! Sólo mi propio hijo estría calificado para transmitir su legado porque ella y yo somos superhumanos. Aparte de mí, ningún humano es lo suficientemente bueno para ella. ¿Quién es tu padre? ¡Voy a matarlo! Él ha corrompido mi mejor creación; ¡nunca lo perdonaré aunque muera!