Xinghe dejó la casa con los buenos deseos de Chengwu.
El área residencial donde vivían era algo grande. Xinghe caminó una cierta distancia antes de ubicar a Xia Zhi bajo la sombra de un árbol al lado del por portón.
Él estaba sentado desplomado en un banco de acero, su cabeza gacha y su camisa toda destrozada.
Xinghe se acercó más y lo llamó por su nombre.
Escuchando su voz, Xia Zhi levantó su cabeza. Xinghe inmediatamente notó los moretones y cortadas que cubrían su cara.
—Hermanita…
Xia Zhi bajó aún más su cabeza apresuradamente, avergonzado que ella viera el estado en el que estaba.
Xinghe frunció el ceño y le levantó su cabeza por su barbilla. La furia estaba en sus ojos mientras ella examinaba sus heridas faciales.
—¿Quién te hizo esto? —preguntó ella.
Xia Zhi vio la ira en sus ojos y forzando una sonrisa, añadió: —Hermanita, estoy bien, solo son pequeños cortes, sólo se ven mal…
—Pregunté quién hizo esto.