Luego de un largo día de trabajo, Xinghe dejó el laboratorio para encontrar el costoso auto de Mubai estacionado no muy lejos de la entrada.
Mubai tenía puesta una camisa blanca y estaba reclinado perezosamente en el capó de su auto.
El sol poniente acentuaba sus rasgos faciales. El tener la mitad de su cara tapada por la sombra agregaba un aire de misterio a la apariencia del hombre.
La desteñida luz del sol actuaba como contorno natural que destacaba su perfecta estructura ósea y su esbelto cuerpo.
Estaba envuelto en los rayos dorados del sol como el dios griego Apolo saliendo de una pintura al óleo, majestuoso y cautivador.
Incluso Xinghe, que ya no tenía sentimientos por él, no pudo evitar sentir su corazón saltarse un latido.
Podía escuchar los suspiros que venían de las dos ingenieras que la seguían detrás.
—¿Quién es?
—¿No sabes quién es? ¡Esa es la única razón por la que postulé a trabajar en este laboratorio!