Bo Jiu miró al Todopoderoso. Era obvio que no se sentía bien.
No le molestaban sus burlas porque, después de todo, siempre había sido un bromista.
El Todopoderoso se tumbó mirándola, sin molestarse en cubrirse con una manta. Ella, sin embargo, no estaba de acuerdo con ese comportamiento.
Bo Jiu se acercó, tirando de la manta para envolverle en un apretado bulto.
Aunque Qin Mo estaba acostumbrado a su inesperado comportamiento, nunca podía predecir sus próximas acciones.
Por ejemplo, su repentina intimidad. El puente de su nariz estaba cerca, así como ese atractivo lunar debajo de sus ojos, que parecía una extensión de sus pestañas.
—Hermano Mo, no estoy aquí para un castigo, estoy aquí para cuidarte. —La joven le dirigió una brillante sonrisa—. Escalé el muro porque no quería perturbar tu sueño. Habría entrado por la puerta si hubiera sabido que estabas despierto.