Cuando Qin Mo escuchó eso, sus dedos, los cuales estaban a punto de cortar la llamada, se detuvieron.
Finalmente, él igual no dijo nada y solo contestó una oración de forma insensible: —No aquí.
Luego, él arrastró el dedo por la pantalla y se cerró los ojos.
Él estaba un poco triste porque la otra parte no lo trataba como alguien especial.
Tan pronto como él pensó sobre eso, sintió un espacio enorme quebrarse en el pecho.
Una amargura inexplicable. Qin Mo nunca había sentido algo así en toda su vida. Quizá le dieron demasiado.
Él sintió como si las cosas no se hubieran desarrollado en la forma que sentía que deberían.
Mientras que pensaba, Qin Mo miró el WeChat en el teléfono como un hábito por alguna inexplicable razón que él no sabía.
Eso le recordó los días en los que le prohibió al joven usar todos los aparatos electrónicos y cómo se veía como un pequeño tigre marchitado.