Han Sen estaba aturdido. El simio que acababa de golpearlo era el que lo había confundido antes. Las garras del simio eran increíblemente fuertes y rápidas y deberían haber hecho trizas a Han Sen al contacto. Pero cuando las garras, que parecían cuchillos, se le clavaron, eran como de goma. No lo dañaron en lo más mínimo.
El mono había entrado tan fuerte que sus dedos y la misma mano cayeron sobre Han Sen. Donde este golpe debería haberlo destruido completamente, se sintió como si su enemigo estuviera hecho de masilla. No hubo dolor, y entonces, los dedos del mono se doblaron hacia arriba como ramitas rotas y retorcidas. «¿Por qué sucede esto? ¿Todas las criaturas que son golpeadas por el huevo están así?» Han Sen pensó para sí mismo.
