En el momento en que No Dios se lanzó hacia adelante, Han Sen también lo hizo. El demonio era una fuerza que se reunía alrededor de la espada de su enemigo, e infundía miedo a sus oponentes. Les hacía sentir como si no hubiera escapatoria, y el siguiente golpe sería el último.
Las espadas de Han Sen eran sencillas y no contenían ningún poder de fantasía. A todos los efectos, eran ordinarias y nada especiales. Bai Yishan vio la espada de Ningún Dios aparecer detrás de Han Sen de alguna manera, sin dar ningún sonido o indicación de su verdadero curso. Pero Han Sen, agarrando sus espadas, se inclinaba hacia adelante.
—¿Quién ganará, me pregunto? —preguntó Bai Yishan en voz alta.
Los dos combatientes se movían demasiado rápido para que sus ojos pudieran seguirlos y todo era poco más que un borrón.