Sobre el agua del río, un millón de peces voladores habían aparecido. Todos seguían su curso sinuoso río arriba.
—Parece que el rey de los peces está en camino de enredarse con la vid otra vez. —Han Sen se sorprendió, y mientras miraba, vio el gran y familiar pez. Sus escamas brillaban como un tesoro de oro a la luz del sol, apropiado para el rey que era.
Han Sen quería enviar a Qin Xuan a un lugar más seguro, pero no había tiempo. La puso en el Gruñidor Dorado, y juntos persiguieron al pez.
—¡¿Qué está pasando?! —Había estado en el Tercer Santuario de Dios por menos de dos minutos y no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Estaba desconcertada y casi asustada por lo que podría pasar pronto.
Muchos monstruos estaban escapando del río y su proximidad para dar paso a la abundancia de peces voladores. Era un espectáculo, seguro, pero el poder de todo lo que estaba alrededor empequeñecía el suyo. Estaba aterrorizada.
