La puerta se abrió y Zhang Yuchen se acercó.
—Zhang Yuchen, ahora tengo permiso para matarte. ¿Tienes unas últimas palabras? —Qiu Ping no mostró renuencia en su confrontación.
—No hay nada más que pueda decir. No hice nada, pero por el dolor que has experimentado, sólo puedo darte mi pésame —respondió Zhang Yuchen.
—No crees que te mataré, ¿verdad? —Qiu Ping parecía enojado.
—Cuando dije que no lo hice, no lo hice —dijo Zhang Yuchen.
Su actitud complaciente avivó las llamas del corazón y el temperamento de Qiu Ping. Sin más preámbulos, atacó con su espada a Zhang Yuchen.
Zhang Yuchen sabía que iba a morir, y no quería luchar contra los crueles giros del destino que lo habían llevado a ese momento. Se quedó allí de pie y esperó a que el golpe llegara.
La espada de Qiu Ping fue llevada hasta el cuello de Zhang Yuchen, pero no fue más lejos. La espada hizo un pequeño corte en la piel de su cuello y eso fue todo.