La voz de la dama era como la música y sólo oírla hacía feliz a Han Sen.
—Mi nombre es Han Sen. ¿Y qué hay de ti? —preguntó Han Sen.
Si fuera una emperatriz, sin duda diría su título, y una vez que lo hiciera, él podría averiguar qué o quién era ella realmente.
—Xiang Yin —dijo la dama con una sonrisa.
—Xiang... Yin... —Han Sen repitió después de ella, extrañado de que no era un nombre típico de ningún espíritu.
Xiang Yin miró a Han Sen y señaló su anillo de sangre dragón, diciendo: —¿Por qué tienes eso? ¿Ha muerto?
—¿Conoces al Rey Dragón? —preguntó Han Sen con asombro. Han Sen no sabía si la dama era amiga o enemiga del Rey Dragón, así que sabía que tendría que andar con cuidado con sus respuestas sobre el tema. Lo último que quería era tenerla como enemiga.
—Si conoces al Rey Dragón, ¿cómo es que nunca has oído mi nombre? —preguntó Xiang Yin, con esa sonrisa siempre presente.
Han Sen se sorprendió y preguntó: