Han Sen miró a la campana de nuevo y entonces se encaminó hacia el cadáver del ciempiés de sangre. Cuando Han Sen lo tocó con un ápice de fuerza, se convirtió en polvo.
«La campana ha drenado la esencia del ciempiés de sangre». Han Sen estaba sorprendido.
Era evidente que el monstruo de la campana había usado su tañido para desestabilizar los flujos de energía de sus víctimas potenciales. Cuando la gente o las criaturas estaban sumidas en el dolor y se enfrentaban a la confusión que provocaba que su energía se sumiera en el caos, la campana salía volando para cubrirlas. Eso era lo que había ocurrido con el ciempiés de sangre; había drenado la esencia de un enemigo tan espantosamente poderoso como lo era el ciempiés en menos de una hora. Han Sen ahora sabía que la campana era un ser terrorífico.
Pero por suerte, también era un ser lento. Y si uno era capaz de repeler el ruido, entonces no debía tener miedo de esa maldad.
