—Hermano Han, ¿podrías al menos tender mis heridas? Si no recibo ayuda inmediata, ¡de verdad podría morir! No tengo problemas en morir, por supuesto, pero fallecer sin pasar mi conocimiento de Siete Giros a alguien tan digno como tú sería un crimen terrible... —dijo Chen Ran. Estaba amarrado contra un gran árbol, con su heridas aún expuestas y derramando sangre. Su voz sonaba lamentable, como si él estuviera rezando una oración ante una deidad antigua.
—Está bien si no terminas de enseñarme esto; después de todo, tienes muchos otros familiares. Si mueres durante nuestro entrenamiento, simplemente encontraré a alguien más en tu familia para terminar lo que sea que empieces. Ahora, mejor empieza a recitarme el manuscrito. Si tu sangre comienza a secarse, será demasiado tarde, incluso si quisiera salvarte —dijo Han Sen, sentado frente al árbol, con postura relajada mientras observaba a Chen Ran.