El rostro de Chen Ran se apagó. Sonrió fríamente y respondió: —Qué genio.—luego de eso, Chen Ran dio una señal con su mano, y las flechas de sus seguidores cayeron sobre Han Sen como una lluvia.
Han Sen retiró a su rugidor dorado y se movió para evadir la ráfaga; ni una sola flecha lo lastimó.
Chen Ran tampoco esperaba que las flechas lastimasen a Han Sen. Algo así sólo sería posible si había unos cien arqueros adicionales. Los números que tenía no eran suficientes, así que lo máximo que podían hacer era impedir sus movimientos.
Chen Ran señalizó una vez más con su mano, y luego un hombre con una espada corrió hacia Han Sen. Era increíblemente rápido, y en tres pasos, ya se encontraba frente a él. La gran espada que empuñaba se elevó, como si partiera los cielos.