Los cristales parásito ovalados se arrojaron a Ji Yanran y Han Sen como pelotas saltarinas cuya cantidad aumentaba, haciendo que la pareja se sobresaltase.
—¡Corre! —dijo Han Sen sin dudar, y tomó la mano de Ji Yanran para correr hacia la salida de la habitación del tesoro. Aunque los cristales parásito podían ser destruidos, había tantos que incluso Han Sen no podría deshacerse de todos ya que crecerían en el cuerpo humano siempre que hicieran contacto con la piel.
La pareja salió disparada de la habitación del tesoro y corrió por su vida en el túnel, el cual era ligeramente más alto que una persona. Incontables cristales parásito los seguían como olas oceánicas y era todo lo que veían. Los cristales rosados también eran increíblemente rápidos.
—Maldición. ¿De dónde vienen esos cristales parásitos? ¿Cómo es posible que no los hayamos visto cuando entramos al lugar? —dijo Han Sen, algo molesto.