Zhang Mengmeng había estado molesta desde el encuentro con el adivino. El gordito no tenía el estado de ánimo para ver las atracciones ya que estaba tratando de animarla de nuevo. Lin Huang estaba observando sin decir una palabra. No tenía ni idea después de escuchar la ridícula noción que el adivino había dicho. Sin embargo, los sollozos de Zhang Mengmeng parecían reales, y no se veía como si estuviese actuando. Tal vez, lo que el adivino dijo la hizo darse cuenta de algo de lo que ella no era consciente.
—Lin Huang, creo que llevaré a Mengmeng de vuelta al hotel. Lamento molestarte a que vinieras hasta aquí—miró a Lin Huang con culpa.
—Está bien. Ya es casi mediodía. Vamos a tomar el ascensor. Los llevaré a almorzar y los llevaré al hotel —acarició el hombro del gordito.
—Los traeré de vuelta mañana cuando ambos se sientan mejor. Pueden tomar unos días de descanso si quieren.
—¡Gracias!