Lucas y yo el comienzo del apocalipsis
Un Mundo en Ruinas, Un Compañero Fiel
Un sol abrasador golpeaba con fuerza sobre lo que alguna vez fue una ciudad vibrante. Ahora, solo quedaban ruinas humeantes, calles desoladas y un silencio sepulcral que era roto solo por el crujir de escombros bajo mis pies. Lucas, mi fiel compañero de cuatro patas, ronroneaba suavemente a mi lado, su pelaje blanco y negro contrastando con la grisácea desolación que nos rodeaba.
Juntos, éramos los últimos sobrevivientes en este mundo apocalíptico. La pestilencia de la basura acumulada en las calles llenaba el aire de un hedor nauseabundo, un recordatorio constante de la tragedia que había devastado nuestro mundo.
Un mes antes, la vida era diferente. Mi hogar, aunque humilde, era un refugio cálido y acogedor. Los aromas del desayuno llenaban la cocina cada mañana, mientras Lucas y yo compartíamos momentos de complicidad y alegría. Sin embargo, el destino nos golpeó con crueldad. La muerte de mis padres me dejó huérfano y solo en un mundo que se desmoronaba a mi alrededor.
La enfermedad me acechaba, debilitando mi cuerpo y llenando mi alma de una profunda tristeza. La tos violenta y la sangre en mis manos eran un presagio de mi inevitable final. Sin embargo, Lucas estaba ahí, su presencia una fuente de consuelo y esperanza en medio de la oscuridad.
Doce horas después de perder la conciencia, desperté desorientado. La luz tenue del sol que se filtraba a través de las ventanas polvorientas me hizo entrecerrar los ojos. Un silencio inquietante reinaba en el aire, roto solo por el suave ronroneo de Lucas a mi lado.
Me levanté con dificultad, mi cuerpo adolorido y mi mente nublada. La falta de internet y televisión aumentó la sensación de aislamiento, como si el mundo exterior se hubiera desconectado por completo.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando me dirigí a la puerta principal. Un presentimiento funesto me invadía. Abrí la puerta con cautela, y mis ojos se abrieron con horror ante la escena que se presentó ante mí.