El cielo de Aeloria amaneció rojo.
No era el rojo suave del amanecer ni el cálido resplandor del crepúsculo. Era un rojo furioso , teñido de magia oscura y presagios rotos.Desde la torre más alta del Árbol Solar, la princesa Elaris de Lysae observaba el horizonte con los dedos crispados alrededor del filo de su lanza.
La tregua se a roto -murmuró su capitán, una sombra a su espalda-.Los Nocthys cruzaron el Bosque de Medianoche anoche. Quemaron la frontera del Valle de los Susurros.
Elaris no respondió. Sus alas resplandecían con una luz dorada, vibrando de furia contenida.Era alas majestuosas, con vetas de cristal y una fuerzas indomable que intimidaba a propios y extraños. Heredadas de su madre, la Reina de Aurora, estaban hechas para gobernar….y para luchar.
—Reunida a las Leguines del Alba— Ordenó—. Si ellos desean guerra, tendrá una tormenta de luz.
A quilómetros de distancia, entre ruinas cubiertas de líquenes brillantes, Kael Nocthys ajustaba su capa ennegrecida. Sus alas eran oscuras como la obsidian, afiladas y goteaban una magia que parecía susurrar secretos. Los suyos lo llamaban “el príncipe maldito”. Los enemigos, “el azote de la noche”.
—¿Sabes lo que haces ?—pergunto su Herman menor, Lynda, mientras le entregaba su espada—. Elaris no es una princesa fácil de doblegar. Ni de matar.
—No quiero matarla —respondió Kael,con voz baja, como si confesara un pecado—
Quiero entender por qué me mira como si viviera algo más allá del odio. Algo que yo mismo he olvidado.
Lysna lo miró con preocupación. Nadie, en su sano juicio, baja las armas antes un Lusmer. Y mucho menos ante la hija de la Reina de la Aurora.
—Este mundo ya no es para los soñadores, hermano.Recuerda quién eres.
—Eso intento.
El campo de batalla estaba cubierto por una niebla mágica, tan espesa que parecía moldear la piel. Elaris avanzó con su escuadra voladora, su lanza en alto, buscando el corazón del enemigo. No esperaba encontrarlo libremente.
Kael cayó del cielo como una sombra silenciosa, derribándola sin matarla. Sus alas se extendieron sobre ella como un manto, y sus ojos oscuros la miraron… sin odio.
—Podría matarte ahora— susurró.
— Entonces hazlo —escupió Elaris, luchando por liberarse—. ¿O eres tan cobarde como tú sangre?
Kale la soltó. Pero no por debilidad.
— No. Porque hay algo peor que la muerte…y es no saber por qué estoy vivo.
Y en ese instante, mientras las espadas chocaban y la guerra rugía alrededor, Elaris sintió por primera vez en su pecho algo que no era furia: era duda… era ¿curiosidad?
No lo sabia.
Pero una grieta acababa de abrirse.
Y por esa grieta, entraría la historia que Cambiará a Aeloria para siempre.