BARCELONA
HACE NUEVE AÑOS
Serena.
La sangre le recorría el rostro como una
cicatriz líquida. Serena sostenía el cuerpo inerte de Óscar entre sus brazos,
aferrándose a él con desesperación, como si el calor de su abrazo pudiera
burlar a la muerte.
El frío no dolía. Tampoco la lluvia
torrencial que azotaba Barcelona aquella noche maldita. Dolía la impotencia. El
no saber a qué se enfrentaba. El no haber podido salvarle.
—¡No! —gritó, desgarrada. Pero su voz fue
devorada por la tormenta.
A su alrededor, las farolas parpadeaban
con violencia. El estruendo de los coches era apenas un murmullo ahogado por el
rugido de la lluvia... una lluvia teñida de sangre que arrastraba consigo todo
rastro del horror.
Ese instante se grabó en su alma como un
sello eterno.
Meses después, descubriría el nombre del
hombre que había destrozado su mundo: Dorian Montrose.
SEDE DEL CLAN DE LAS
ROSAS
LONDRES, ACTUALIDAD
Dorian.
La última noche en Edimburgo lo dejó
marcado. El sueño que tuvo fue tan real que aún podía sentirlo adherido a la
piel.
En él, su naturaleza vampírica seguía
intacta, salvaje, indomable. Los sellos aún no lo contenían.
Frente a él estaba Samuel, vulnerable y
suplicante. Sus ojos oscuros relucían de terror, y el pulso latía con fuerza
bajo la pálida curva de su cuello. Aquel lunar, tan perfectamente ubicado sobre
la arteria, era una provocación de la naturaleza. Una invitación al desastre.
Dorian se inclinaba lentamente, cada
músculo en tensión, dejando que sus colmillos rozaran la piel suave. La
necesidad le quemaba por dentro. El deseo de sangre. El deseo de él.
En ese instante, comprendió que había
cruzado una línea peligrosa.
Que estaba al borde del abismo.
Y aún no sabía que Samuel no era quien
decía ser.
Serena Jensen le había tendido una
trampa.