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El peso de la corona

🇦🇷Wuzeiko
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Synopsis
"Lucy, una paladina novata con más entusiasmo que experiencia, recibe la misión de su vida: rescatar al príncipe heredero del reino. Lo que debería ser una tarea sencilla se convierte en una odisea llena de peligros inesperados. En su camino, Lucy deberá enfrentarse a criaturas legendarias, acertijos ancestrales y sus propias inseguridades. Pero el mayor desafío será cuando un error inesperado la convierta en la peor enemiga del reino. En su camino, Lucy conocerá aliados inesperados y deberá tomar decisiones que cambiarán su vida y el destino del reino. Su torpeza la meterá en más de un problema, pero también la llevará a descubrir habilidades ocultas y una fuerza interior que ni ella misma imaginaba".
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Chapter 1 - Un comienzo accidentado

Gaven Whiteley. Había oído las historias, claro. ¿Quién no? El campesino destinado a la grandeza, el elegido para matar al gran dragón Fefnir y rescatar al Príncipe Kaelen. Un cuento de héroes, de esos que te hacen poner los ojos en blanco... hasta que te toca acompañar al protagonista.

Y ahora yace ahí. Boca abajo. En un charco inmundo a la entrada misma de la guarida del dragón. Muerto.

¿Y quién le dio el empujoncito final hacia la eternidad? Yo. Un tropiezo estúpido, un maldito resbalón justo cuando estábamos llegando, y mis manos, en un reflejo inútil por recuperar el equilibrio, lo empujaron. Directo hacia adelante. Directo hacia la trampa que no vimos. Hubo un fogonazo, un olor acre a quemado... y luego este silencio.

Me quedo paralizada, como una estatua idiota. El mundo se ha detenido, pero el peso de lo que acabo de hacer, de mi error fatal, empieza a aplastarme, a hundirme en el barro y la sangre. Mis ojos no pueden apartarse de él, de Gaven. El charco a su alrededor ya no es solo agua; es una mancha oscura, carmesí, mezclada con ceniza y... y restos de lo que era él. El silencio es una presión física en mis oídos, roto solo por un rugido lejano que hiela la sangre. Fafnir. Como si se burlara desde las profundidades, recordándome la misión que Gaven ya no puede completar. Por mi culpa.

El Príncipe Kaelen. Su destino, que Gaven llevaba sobre los hombros, ahora... ¿qué? ¿Pende de un hilo que sostengo yo? La idea es tan absurda como aterradora. Trago saliva, intentando humedecer una garganta que se siente como papel de lija. El corazón me golpea las costillas con una violencia que parece querer escapar. Gaven Whiteley, el héroe, muerto. Por mi tropiezo. Por mi estúpida falta de atención en el peor momento posible. Toda esa responsabilidad, ese peso imposible, cae sobre mí, sobre mis hombros inexpertos, sobre mis manos que aún tiemblan por el horror.

Me obligo a respirar. Una, dos veces. Aire que raspa al entrar. Me acerco, paso a paso, a la entrada de la guarida. Las puertas de piedra son enormes, amenazantes, cubiertas de runas que parecen retorcerse, latir con una energía oscura y antigua. Apoyo una mano temblorosa sobre la piedra fría. Siento una vibración profunda, maligna, que viene de dentro.

Y la imagen vuelve. Gaven, los restos aún humeantes marcando el lugar exacto donde mi torpeza... no, mi acto, tuvo su consecuencia final y trágica. Siento náuseas, un vacío helado en el estómago. El destino del reino. En mis manos. Las manos que lo empujaron a la muerte.

Otro rugido de Fefnir, más cercano esta vez, atraviesa el paso montañoso. No puedo evitarlo, imagino al Príncipe Kaelen, atrapado allí dentro, esperando a Gaven. Esperando al héroe que nunca llegará. ¿Qué pensará, qué hará, cuando descubra que su única esperanza ha sido reemplazada por... por mí? La que ni siquiera pudo caminar los últimos pasos sin causar una catástrofe.

El tintineo de mi propia armadura de placas es casi obsceno en esta quietud mortal. Cada movimiento, un recordatorio metálico de mi presencia aquí, cuando debería ser él. Aferro mi escudo de madera, tan grande que casi me oculta, y la empuñadura de mi espada ancha con tanta fuerza que los nudillos se me quedan blancos, como si pudiera estrangular así al recuerdo, a la culpa. Avanzo hacia la entrada, las piernas son de plomo, temblando bajo el peso de la armadura y del miedo. A cada paso, la imagen del accidente me asalta de nuevo.

La llama de la antorcha que sostengo tiembla y su luz parpadea en la superficie pulida de mi yelmo, devolviéndome un reflejo distorsionado. Una cara ajena, rota. Esa debo ser yo, ahora.

El peso de mi propia armadura era una condena con cada paso, el metal de las placas resonando contra la fría piedra, amplificando mi soledad. Mis manos temblaban sin control; la espada y el escudo parecían querer escaparse de mi agarre sudoroso. Sentía el sudor bajarme por la cara, pegándome el pelo a la piel bajo el yelmo, empañando el interior del visor hasta que el mundo se volvía una confusa mancha de luz y sombra.

Entonces, otro rugido de Fafnir hizo vibrar la piedra bajo mis pies, más profundo, más cercano. Y seguido casi de inmediato, un chillido agudo, humano, desgarrador. El Príncipe Kaelen. El sonido me atravesó como una aguja de hielo, un terror tan súbito que casi me hizo perder el equilibrio otra vez, casi repetir el maldito tropiezo fatal. Logré mantenerme en pie, el corazón desbocado. Reuní hasta la última pizca de valor que me quedaba, un valor que se sentía falso, prestado. Susurré al aire viciado, a la nada, a la memoria de Gaven: "Lo siento tanto, Gaven...". Tomé una bocanada de aire helado y empujé las enormes puertas de piedra con toda la fuerza de mis brazos y mi desesperación. Cedieron con un chirrido ensordecedor, un lamento metálico que arañó el silencio, revelando un túnel negro que se hundía en las entrañas de la montaña. El aire que salió de allí era frío, húmedo, cargado de un olor acre, a reptil y a... algo más antiguo y fétido, que me picó en la nariz y me revolvió el estómago.

Empecé a caminar hacia esa oscuridad. Mis botas resonaban en el suelo de piedra, un sonido solitario y hueco. La luz de mi antorcha apenas arañaba las tinieblas, revelando a trechos paredes húmedas donde brillaban estalactitas como dientes de piedra y estalagmitas que surgían del suelo como huesos rotos. Avanzaba despacio, tensa, cuando un sonido de arañazos surgió de las sombras más adelante. Me detuve en seco, el corazón dando un vuelco doloroso.

El aire se volvió denso, cargado de un hedor a pantano y podredumbre que me revolvió el estómago. Me detuve, con todos mis sentidos alerta. Un siseo bajo, reptiliano, cortó el silencio tenso del pasillo. Mis ojos, adaptándose a la penumbra, distinguieron una forma agazapada más adelante. Era exactamente como me la habían descrito, o peor: una pesadilla hecha carne: una mezcla grotesca de murciélago y lagarto, con escamas de un verde enfermizo que relucían húmedas incluso en la escasa luz. Dos pequeños ojos, desprovistos de inteligencia pero llenos de una malicia pura y hambrienta, se clavaron en los míos.

Un escalofrío involuntario recorrió mi espalda, pero apreté la mandíbula, recordando mi misión. El príncipe. Aferré con más fuerza mi escudo y espada, sintiendo la madera familiar bajo mis dedos tensos. La criatura emitió un chillido agudo y gutural, un sonido que prometía dolor, y tensó sus músculos nudosos, lista para saltar...