El sol comenzaba a asomar en el horizonte, bañando con su luz dorada las vastas tierras de Aldorath. Liyue se despertó lentamente, con la cálida brisa entrando por la ventana de su habitación. Su mirada se perdió en la vista que tenía desde allí: las montañas que rodeaban su reino, los campos de arroz que se extendían hasta donde la vista alcanzaba, y el resplandor del palacio real, que destacaba entre la naturaleza como un faro de paz. A pesar de la belleza de su entorno, algo dentro de ella sentía que el viento traía consigo un presagio de cambio.
Liyue era una joven princesa, de cabello largo y negro como la noche, que caía en ondas suaves sobre sus hombros. Sus ojos, de un azul profundo, reflejaban la serenidad de su reino, pero también guardaban una sombra de incertidumbre. Aunque era una princesa de Aldorath, su corazón siempre había buscado algo más que solo ser un símbolo de belleza o poder. La fortaleza que poseía no se reflejaba solo en su apariencia, sino en su mente aguda y en su deseo de proteger a los suyos.
A menudo, sentada en la ventana de su habitación, Liyue se sumergía en pensamientos profundos sobre el destino que la aguardaba. Si bien las montañas de Aldorath representaban la estabilidad y la seguridad, el viento parecía traer consigo ecos de algo más grande. En el fondo de su ser, Liyue sentía que estaba destinada a algo más allá de la corona que llevaba. Quizás no era solo la princesa de Aldorath; tal vez era la clave de un futuro que aún no comprendía.
El Imperio de Aldorath, donde Liyue nació , era un reino de gran poder y tradición. Situado entre grandes montañas y vastos océanos, Aldorath era conocido por sus paisajes impresionantes y su fuerte influencia en los reinos vecinos. Su economía era robusta, basada en la agricultura, el comercio y la artesanía. Los campos de arroz que se extendían a lo largo de la llanura eran el corazón del imperio, y el comercio de especias y seda lo convertía en un punto clave en la red comercial del continente.
Aldorath era una tierra marcada por una armoniosa coexistencia entre la naturaleza y la civilización, con sus grandes palacios de mármol y templos dedicados a los dioses ancestrales. Sin embargo, no todo era tranquilidad en el reino. Aunque la paz parecía prevalecer en el exterior, las tensiones dentro de las cortes y entre las distintas familias nobles de Aldorath aumentaban, mientras que rumores de conflictos cercanos se extendían por el aire. El reino estaba al borde de un cambio drástico, y solo un líder excepcional podría guiar a su gente hacia el futuro.
A medida que Liyue observaba desde su ventana, su mente no dejaba de dar vueltas. Los rumores de inestabilidad en los reinos cercanos se esparcían como un fuego incontrolable. La corte murmuraba sobre posibles invasiones, alianzas rotas y enemigos invisibles que acechaban en las sombras. Liyue cerró los ojos un momento, dejando que la tranquilidad del amanecer la envolviera, pero la sensación de que algo importante se avecinaba no la abandonaba.
De repente, la puerta de su habitación se abrió suavemente, y la figura de su fiel sirvienta, Mei, apareció en el umbral.
—Mi Princesa, su majestad le ha solicitado en la sala del trono. Es urgente —dijo Mei con voz calmada, pero con una nota de preocupación.
Liyue asintió, poniéndose de pie y alisándose el vestido de seda blanca que llevaba puesto. Sabía que el rey la llamaba por algo importante. Caminó junto a Mei, cruzando los pasillos del castillo con pasos decididos, aunque su corazón latía rápido, como si presintiera que este día cambiaría su vida para siempre.
Al llegar a la sala del trono, se inclinó ante su padre, el rey Xian, un hombre sabio y severo, cuya mirada de acero nunca mostraba debilidad. Él estaba de pie, observando el gran mapa del reino que colgaba de la pared, como si estudiara las posibilidades de lo que estaba por venir.
—Liyue —dijo el rey sin volverse, su voz grave llenando el aire—. El destino ha hablado, y el peso de los reinos está sobre ti. Pronto, conocerás a aquellos que influirán en tu futuro y en el destino de esta tierra.
Liyue frunció el ceño, confundida. Se acercó a su padre, buscando respuestas en sus ojos, pero sólo vio una determinación implacable.
—¿Personas? ¿Destino? —preguntó, sin poder ocultar la duda en su voz—. No entiendo, padre. Yo solo quiero proteger a mi familia.
El rey Xian la miró, sus ojos brillando con una sabiduría ancestral que solo el tiempo y la experiencia podían otorgar. Dio un paso hacia ella, y aunque su rostro permaneció impasible, sus palabras fueron suaves pero firmes.
—Lo que te espera es mucho más grande de lo que imaginas, hija mía. Tienes un poder que nadie más posee. Los reinos de Aldorath y más allá te necesitarán. Pronto, deberás hacer frente a una decisión que cambiará no solo tu vida, sino el destino de todos. Aquellos que conocerás no son simplemente aliados, sino pilares de un futuro que aún no comprendes.
Liyue parpadeó, intentando asimilar la enormidad de sus palabras. Era difícil comprender lo que su padre le estaba diciendo. Sabía que su vida no sería común, que su destino estaba marcado por la sangre real y los poderes que corrían por sus venas, pero nunca imaginó que tendría que involucrarse en algo tan incierto.
—Pero... ¿por qué yo? —preguntó, su voz temblando ligeramente—. No soy más que una princesa. Mi destino es servir al reino, proteger a mi gente. No entiendo cómo todo esto depende de mí.
El rey la miró, un destello de preocupación cruzando su rostro por un instante, pero rápidamente se desvaneció.
—Tu poder es único, Liyue. No es algo que puedas entender completamente aún, pero llegará el momento en que lo harás. Y cuando ese momento llegue, serás capaz de hacer cosas que ni siquiera puedes imaginar ahora. Aquellos que el destino ha puesto en tu camino... están conectados contigo de una manera profunda, más allá de lo físico.
Liyue se quedó en silencio, procesando sus palabras. Su mente giraba, tratando de entender lo que su padre estaba sugiriendo. El destino, el poder, las alianzas... Todo parecía una locura. Pero la seriedad en los ojos de su padre la hizo callar, sabiendo que no podía discutir lo que él estaba diciendo. El rey había tomado decisiones difíciles durante toda su vida, y sin duda, esta sería una de ellas.
—¿Cuándo comenzará todo esto? —preguntó Liyue, finalmente.
El rey se acercó a ella y puso una mano en su hombro, con una mirada grave.
—Pronto. Los reinos que nos rodean ya están en movimiento, y debemos actuar antes de que el caos nos alcance. Pero antes de todo eso, debes prepararte. No solo para ser reina, sino para ser la fuerza que nuestros pueblos necesitan. Este es tu destino, y tú eres la elegida para llevarlo a cabo.
Liyue asintió, aunque el peso de las palabras de su padre parecía más pesado de lo que podía soportar. Los reinos, el poder... todo estaba a punto de cambiar. Pero no podía evitar sentir una chispa de duda en su interior. ¿Estaba lista para todo esto? ¿Realmente quería todo esto?
En ese momento, el silencio en la sala fue interrumpido por la entrada de un emisario real. Era un joven mensajero que se inclinó ante el rey y luego entregó un pergamino sellado.
—Su majestad, la situación en los reinos vecinos se agrava. Los rumores de una invasión son ciertos. Debemos actuar rápidamente, antes de que todo se descontrole.
El rey Xian asintió gravemente.
—Sabía que llegaría este momento. —Se volvió hacia Liyue—. El destino te ha llamado, hija. Pronto, conocerás a los trece hombres que compartirán tu vida y tu misión. Ellos no solo serán tus aliados, sino también tus esposos, aquellos que te ayudarán a llevar el peso de este reino y más allá.
Liyue miró el pergamino con desconfianza, sintiendo el peso de la responsabilidad aún más sobre sus hombros. Sabía que el camino que le esperaba no sería fácil. Pero también entendió que no tenía otra opción. Era su destino, y debía cumplir con él, aunque aún no comprendiera por completo lo que significaba.
—Estoy lista, padre. —dijo finalmente, con una determinación que no sentía del todo, pero que sabía que debía adoptar—. Haré todo lo que sea necesario.
El rey sonrió levemente, orgulloso de su hija.
—Sé que lo harás, Liyue. Eres más fuerte de lo que imaginas.
A partir de ese momento, la vida de Liyue nunca sería la misma. Lo que empezaba como una tranquila mañana en el reino de Aldorath, estaba a punto de convertirse en el comienzo de una nueva era, un destino marcado por la fuerza, el amor y los sacrificios que solo una princesa como ella podía afrontar.