El olor a incienso y desinfectante se mezclaba en el aire denso y opresivo de la sala de espera. Paloma miraba el crucifijo gigante que colgaba sobre la recepción, sus ojos oscuros reflejando la luz mortecina de las lámparas fluorescentes. No era un símbolo de esperanza para ella, sino una sentencia. Una más en su vida.
"Pamela Ferreira," la voz de la enfermera resonó en la sala, fría y sin emoción. "El doctor Ramos la espera."
Se levantó, las piernas pesadas, el cuerpo entumecido por los sedantes. Caminó por el pasillo, los azulejos blancos y relucientes reflejando su pálido rostro. La clínica "Manantiales de Santa María" era un laberinto de pasillos y habitaciones, un lugar donde la fe se usaba como grilletes y la "curación" era sinónimo de aislamiento y silencio.
El doctor Ramos, un hombre de mediana edad con una barba cuidada y ojos severos, la esperaba en su consultorio. Su sonrisa era falsa, sus palabras melosas.
—Paloma, querida, ¿cómo te encuentras hoy? ¿Has reflexionado sobre lo que hablamos ayer?
Paloma lo miró con desdén.
—No, doctor. No he encontrado la iluminación divina que ustedes tanto predican. Y tampoco creo que la encuentre aquí.
La sonrisa del doctor Ramos se desvaneció. —Paloma, tu padre y tu madrastra están muy preocupados por ti. Saben que este es el mejor lugar para que encuentres la paz que tanto necesitas.
—Paz," escupió Paloma. "Ustedes no saben nada de paz. Me encerraron aquí, me drogan, me lavan el cerebro con sus sermones y me llaman enferma. ¿Eso es paz?"
—Paloma, tienes tendencias suicidas. Has intentado quitarte la vida dos veces. Necesitas ayuda," dijo el doctor Ramos, su voz ahora firme y autoritaria.
—Necesito libertad," respondió Paloma, la voz cargada de odio. "Necesito salir de este infierno."
—Este es tu hogar ahora, Paloma. Un hogar donde encontrarás la redención," sentenció el doctor Ramos, sus ojos brillando con un fanatismo aterrador.
Paloma sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que no había escapatoria. Su padre, dominado por la influencia de su malvada madrastra, había firmado los papeles, dándole al doctor Ramos el poder de encerrarla allí de por vida. Y su madrastra... esa mujer que la odiaba con cada fibra de su ser, que veía en ella una rival, un recordatorio constante de la juventud que ella había perdido... ella se aseguraría de que Paloma nunca saliera de allí.
Pero Pamela tenía un espíritu indomable. Aunque su cuerpo estuviera encerrado, su mente seguía siendo libre. Y en esa libertad, encontraría la forma de escapar.
Esa noche, mientras las sombras se alargaban en los pasillos de "Manantiales de Santa María", Paloma comenzó a trazar su plan. No sería fácil, pero estaba decidida. Recuperaría su vida, su libertad, su identidad. Se convertiría en otra persona, una ave que alzaría el vuelo lejos de los muros de la fe que la aprisionaban.