"En el principio del todo, existía un vacío absoluto, un abismo sin fin donde nada más que el silencio reinaba. En ese vacío, vagaba un ser llamado Zarathor, condenado a la soledad eterna. Durante eones, observó el vacío y, al fin, decidió que era momento de cambiar su destino. Crear un mundo, un legado, un refugio donde pudiera existir en paz, disfrutar, y dar propósito a su ser.
Con un suspiro que atravesó las sombras, Zarathor proclamó: 'Que de mi esencia surja el mundo, y que en mi voluntad se tejan los hilos de la creación.' Y así, un mundo colosal nació, lleno de universos y planetas gigantescos. Sin embargo, aún quedaba vacío, un vacío que solo la vida podría llenar.
Y con determinación, Zarathor, cuya voz reinaba y comandaba el mismo tejido de la realidad, dijo: 'Que la chispa de mi voluntad arda en cada rincón, y que de mi aliento nazca la vida, moviendo el alma que anima este mundo.' Y así, la vida surgió, tomando forma en cada rincón, dando propósito al cosmos recién creado."
Con su voluntad infinita, Zarathor comenzó a recorrer los universos recién nacidos, estableciendo las reglas que regirían la existencia en cada uno. En total, eran veinte universos actuales, cada uno con sus propias leyes, su propio destino.
El primero en su lista era un vasto mar de estrellas y mundos en formación. Al observarlo, Zarathor alzó una mano y proclamó con solemnidad:
"A este universo lo llamaré... Blorp-1."
Hizo una pausa, admirando su propia creación antes de añadir con una risa satisfecha:
"Uff, qué buen nombre, ¿no creen?"
Sus acompañantes—cuatro dioses nacidos de su voluntad—se miraron entre sí en silencio.
A la derecha de Zarathor, Vaelthar, el Forjador del Destino, cruzó los brazos con seriedad. Pero antes de que pudiera decir algo, Zarathor le dio una palmada en la espalda y añadió con tono burlón:
"¿No te gusta, Destinito? Vamos, es un nombre con clase."
Vaelthar suspiró, ya acostumbrado a sus apodos.
Junto a él, Nyzara, la Guardiana de los Sueños, bostezó. Siempre parecía a punto de dormirse, lo que solo le daba más razón a su apodo:
"¿Y tú qué dices, Dormilinda?" preguntó Zarathor con una sonrisa burlona.
Nyzara ni siquiera abrió los ojos. "Mmm... mientras no me despierte demasiado, está bien."
El tercero en la fila, Xerion, el Juez de las Almas, frunció el ceño. Su ojo cósmico centelleaba con juicio divino, pero Zarathor simplemente le lanzó una mirada divertida.
"Vamos, Martillito, di algo."
Xerion se llevó una mano al rostro. "Es. Xerion."
Zarathor asintió con fingida comprensión. "Sí, sí, Martillito, entendido."
Por último, estaba Aevhira, la Tejedora del Caos y la Armonía. Observaba el universo recién nacido con interés, sus energías fluctuando entre el orden y la entropía. Zarathor le lanzó una mirada divertida antes de soltar:
"¿Y tú qué opinas, Miss Bipolar? ¿Lo dejamos así o le ponemos Blorp-2?"
Aevhira le dedicó una sonrisa llena de caos. "Si sigues con esos nombres, tal vez haga que este multiverso explote por diversión."
Zarathor estalló en carcajadas. "¡Me gusta esa actitud! Pero mejor espera al menos unos eones antes de hacerlo."
Así, con nombres ridículos y el juicio silencioso de sus acompañantes, Zarathor continuó estableciendo las leyes del primer universo. Blorp-1 ya tenía un destino... y un nombre que resonaría en la eternidad, para su eterna diversión. Despues de esos momentos de diversion zarathor empezaria a poner las leyes de su universo las cuales son:
1. La Ley de la Gravedad Selectiva
La gravedad solo funciona cuando es dramáticamente conveniente. Si alguien cae de un acantilado en un momento épico, flotará en el aire hasta que termine su monólogo.
2. La Ley de la Casualidad Divertida
Todo lo que pueda salir mal, saldrá mal... de la forma más cómica posible. Si un dios intenta lanzar un rayo de juicio, hay un 5% de probabilidad de que se le caiga encima.
3. La Ley del Tiempo Discontinuo
El tiempo avanza según la emoción de la historia. Si algo es aburrido, puede saltarse automáticamente; si es épico, se ralentiza para dar más impacto.
4. La Ley de la Expresión Dramática
Cuanto más fuerte grites el nombre de tu ataque, más poderoso será. Pero si lo dices en voz baja o con duda, fallará automáticamente.
5. La Ley del Destino Caprichoso
El destino existe, pero cambia de opinión cada cierto tiempo. Si alguien está "destinado" a hacer algo, probablemente lo haga... o tal vez no, dependiendo del humor del universo.
6. La Ley de la Música Espontánea
En momentos clave, una banda sonora invisible empieza a sonar. Si el personaje se niega a actuar acorde a la música, pierde la sincronización con la realidad durante unos segundos.
7. La Ley de la Lógica Opcional
La física funciona... hasta que alguien decida ignorarla con suficiente confianza. (Ejemplo: si alguien corre lo suficientemente rápido sin mirar abajo, puede caminar en el aire).
8. La Ley de la Ironía Suprema
Si alguien jura que "jamás haría algo", el universo se asegurará de que tenga que hacerlo en el futuro.
9. La Ley del Conocimiento Cósmico Aleatorio
Todo ser vivo conoce información irrelevante sobre el universo (como cuántos pelos tiene una ballena cósmica), pero ignora cosas importantes (como por qué existen).
10. La Ley del Azar Supremo
De vez en cuando, una decisión importante será resuelta con un lanzamiento de dados cósmicos. Si alguien pregunta quién los lanza... el universo se niega a responder.
Después de terminar de organizar su multiverso, Zarathor sintió una presencia poderosa acercándose. Ya sabía quién era, pero aún así, decidió recibirlo con su tono característico.
"Oh, hasta que decides venir."
Frente a él, una silueta oscura y majestuosa apareció. Artheus, con una sonrisa macabra, respondió:
"Claro que sí... ¿por qué no vendría hacia ti?"
Zarathor observó su expresión y, por primera vez en mucho tiempo, se puso serio.
"No me había fijado que, en mi propia creación, nacieron seres con una voluntad tan maligna..." pensó para sí mismo.
Aún con su postura relajada, su voz se volvió dominante y fría cuando habló nuevamente:
"¿Qué quieres?"
El aire a su alrededor se estremeció.
Artheus dejó escapar una leve risa, su voz resonando como un eco distorsionado en el vacío.
"Solo estoy aquí para luchar contra ti. Ya sé todo eso de que me creaste... me da igual. Quiero medir mi poder, y solo tú puedes ser mi verdadero rival."
Zarathor, con la mirada seria e inquebrantable, respondió con frialdad:
"Si quieres luchar, mide tu fuerza con uno de mis acompañantes."
El rostro de Artheus se torció en una mueca de desprecio. ¿Lo estaban subestimando? No, él no permitiría tal deshonra. Sin pronunciar una palabra, levantó su mano... y el destino de un multiverso fue sellado.
Entonces, ocurrió.
El vacío se estremeció. Un rugido cósmico atravesó la existencia misma. Un multiverso entero colapsó sobre sí mismo en una fracción de segundo antes de explotar con una intensidad indescriptible. La luz de la destrucción fue tan cegadora que iluminó incluso los reinos más lejanos.
Las realidades cercanas comenzaron a fracturarse. El caos se propagó como una plaga entre los multiversos adyacentes, mientras el eco de la destrucción reverberaba a través del infinito.
Zarathor permaneció inmóvil, pero sus ojos, por primera vez, reflejaron una ira genuina. No cualquier multiverso había sido destruido...
Era su primer multiverso.
El primero al que había dado reglas.
El primero al que le había tomado aprecio.
Una sombra oscura cubrió su expresión, su presencia creciendo hasta aplastar la misma realidad. Las estrellas se congelaron. Los dioses en los confines del omniverso cayeron de rodillas.
Y entonces, Zarathor habló.
Su voz no fue un grito, fue un rugido divino, un trueno capaz de romper el alma del ser más valiente jamás creado.
"¿Quieres medirte, eh...?
¡Pues ven! No me moveré ni un solo centímetro...
¡Y ataca con todo lo que tengas!"