El viento cortaba con fiereza en lo alto del precipicio, pero el rugido del público lo opacaba todo. Luces de neón iluminaban la escena, reflejándose en la figura de un joven de cabello negro, cuyos ojos de rosas brillaban con intensidad. Sostenía su guitarra con confianza, y en cuanto sus dedos rozaron las cuerdas, un sonido vibrante estalló en el aire. La melodía se expandió como un relámpago, provocando gritos ensordecedores.
Las luces giraron cuando una nueva presencia apareció en el escenario. Un chico de cabello largo y castaño, con ojos azules profundos como el océano, caminó con decisión hacia el centro. Su respiración era pausada, pero su corazón latía con fuerza. Antes de que pudiera cantar, una voz se alzó entre el estruendo.
-Es tu turno -dijo un rubio de mirada ardiente, sus ojos naranjas reflejando el resplandor de los reflectores.
El castaño asintió y tomó el micrófono. La primera nota escapó de sus labios como un trueno, y la multitud enloqueció. Se movía con la música, dejando que cada sonido guiara su cuerpo. Su voz rasgaba el aire, poderosa y envolvente, mientras los gritos aumentaban con cada verso.
Y entonces, el escenario se desvaneció.
Unos ojos rojos se abrieron en la oscuridad.
Un chico de cabello blanco se incorporó bruscamente en la cama, con la respiración entrecortada. Parpadeó, confundido, tratando de aferrarse a las imágenes que aún danzaban en su mente.
Pero el concierto ya no estaba allí.
Solo el silencio de la habitación y un sueño que se sentía demasiado real. O tan vez un sólo recuerdo.