Yo… ¿Cómo decirlo sin que suene terrible? Supongo que no hay una forma bonita de hacerlo. Fui un asesino en serie, un psicópata sin freno que mataba por puro placer y excitación. La sangre, los órganos expuestos… todo aquello me producía una satisfacción tan visceral como enfermiza.
Era plenamente consciente de mis actos, sabía que estaban mal. Pero la necesidad no desaparecía. Hasta que, bueno, tuve que huir.
Me las arreglé para evitar a la policía durante bastante tiempo, hasta que cometí un error. Una mujer a la que llevé a mi habitación notó el hedor impregnado en el aire. Su instinto le gritó que algo iba mal y trató de escapar. Intenté detenerla, pero no contaba con que un solo golpe con una lámpara de cera bastaría para hacerme caer. Salió gritando, alertando a todo el vecindario sobre el "psicópata" que intentaba matarla.
Corrí. La mente funcionando a toda velocidad, buscando una salida, un refugio temporal. Terminé en una cabaña en el bosque, pero la comida no tardó en acabarse. Intenté abastecerme, ocultando mi rostro tanto como pude. No sirvió de nada. Al entrar al minimercado, mi rostro me saludó desde decenas de carteles de "SE BUSCA". El hombre tras el mostrador me reconoció de inmediato, incluso con la capucha y los lentes oscuros. Maldito entrometido.
Y entonces, mi vida se convirtió en una persecución sin tregua. Medía cada movimiento, cada posible escondite, pero la ciudad se había vuelto una jaula. Cualquier paso en falso me delataría. Así que tomé una decisión. La más riesgosa de todas.
Huir del país.
No podía usar mi cuenta bancaria sin que la policía me detectara, así que retiré dinero en efectivo. Corrí al aeropuerto como si el infierno entero me pisara los talones. Compré un boleto, uno cualquiera. Solo necesitaba salir de ahí. Para cuando abordé y tomé asiento, mi corazón latía con tanta fuerza que dolía.
Una hora después, el avión despegó.
Y luego, el destino decidió que mi escape no sería tan sencillo.
Las turbulencias llegaron sin previo aviso, sacudiendo el avión con violencia. Los gritos comenzaron. Las azafatas intentaban calmar a los pasajeros, pero nadie escuchaba. Desde mi ventana, observé el motor arder.
Y, sin embargo, no sentí miedo. Solo una calma extraña, casi absurda.
Fue entonces cuando mi mente decidió revisar el desastre que había sido mi vida.
Mis padres. Hombres endurecidos por la guerra, que creían que la disciplina venía con golpes y encierros. Si lloraba, me arrojaban al armario. Si hacía algo mal, me dejaban sin comida durante días. Cuando murieron, no lo celebré. Me sentí vacío. Seguía viéndolos como héroes, incluso cuando sus enseñanzas solo me dejaron cicatrices.
Tenía catorce años cuando quedé solo. Dos trabajos para pagar las cuentas, calificaciones que no reflejaban mi inteligencia y una espiral de autodestrucción en la que el alcohol era mi único consuelo. Hasta que descubrí lo único que realmente me excitaba: matar.
No era normal, lo sabía. Pero el placer de tener un cuerpo inerte junto a mí, de poseerlo incluso en la muerte… era embriagador. Probé la carne humana, pero no tenía buen sabor. Tal vez, en el fondo, me faltó un último paso para convertirme en el monstruo definitivo.
No importa.
Ahora, estoy a punto de morir.
El avión se partió en pedazos. Los pasajeros fueron arrastrados al vacío. Y entonces, una luz cayó del cielo, devorando a los que estaban frente a mí. Por primera vez, sentí miedo.
Pero no hay tiempo para eso.
El suelo se acercaba en un parpadeo.
No tenía familia. No tenía a nadie a quien despedir.
Y entonces, morí.
Creí que despertaría en algún lugar con ángeles rodeándome, alguna deidad extendiendo su mano para arrastrarme al cielo. O al infierno. Pero no hubo nada de eso. Solo oscuridad.
No tenía cuerpo. No tenía sentidos. No tenía siquiera pensamientos en el sentido estricto de la palabra. Solo existía… o algo similar.
Entonces, un humo gris apareció frente a mí, vibrando con un brillo espectral. Se retorció, deformándose, hasta que las siluetas tomaron forma.
—¡Te dije que no tocaras…!
Mi madre. Su rostro crispado por la furia. Sus manos descendiendo sobre mí con la fuerza de un castigo que, según ella, debía aprender.
El humo cambió.
—¿¡Es que acaso no entiendes, pedazo de…!?
Mi padre, blandiendo un bate contra mi espalda. Lo había escuchado hablar con alguien, algo que no debía hacer. Así que la lección llegó en golpes.
Otra vez, el humo cambió.
—Snif… Snif…
Me vi a mí mismo, encogido en un rincón, rodeado por la absoluta oscuridad de un armario. Un mes. Todo por haber golpeado a un chico del kínder. Una reacción excesiva, incluso para ellos.
El humo siguió retorciéndose.
—Tranquila, esta también es mi primera vez…
Ah, esto. La noche en la que perdí la virginidad. Y la noche en la que tuve a mi primera víctima. Recuerdo el pánico, la confusión, la adrenalina. Pero, sobre todo… el placer. Qué asco.
Los recuerdos continuaron desplegándose. Todos. Sin excepción.
Ninguno bueno. Ninguno que valiera la pena.
¿Por qué?
El humo comenzó a concentrarse, formando una estructura que me resultó familiar: una puerta arqueada. La atravesé.
Oscuridad. Otra vez.
—¡Jaja... ughh...!
Un sonido.
—¡Carajo, se está desangrando! ¡Llamen a la señora Floiyo de inmediato, el niño está naciendo al revés!
¿Qué…?
—¡Vamos, Erika, resiste! ¡La señora Floiyo ya viene en camino!
Voces. Lejanas. Confusas.
Luego, una luz cegadora.
—¡Waaah! ¡Waaah!
Un sonido desgarrador vibró en mi pecho. ¿Estaba… llorando?
Las sombras se disiparon, el mundo adquirió forma.
—Uff… Uff… Creí que lo íbamos a perder…
Un hombre.
—Felicidades, es un hermoso bebé. ¡Y los gemelos nacieron, aunque con complicaciones!
Unos brazos me sostenían con firmeza. Cálidos. Maternos.
... ¿Qué demonios acaba de pasar?
—Hola, pequeñín.
La voz provenía de un hombre frente a mí. Parecía… un buen sujeto. Cabello oscuro, ojos grises. ¿Ojos grises? Espera, ¿qué demonios es ese físico tan definido? ¿No estamos demasiado elegantes para un parto? Solo bromeo… creo.
—Yo soy papi.
Sus manos se posaron sobre mi estómago, cálidas, firmes.
"Papi", ¿eh?
El término flotó en mi mente, desprovisto de significado. No tuve tiempo de reflexionar demasiado antes de que mi cuerpo se moviera y una nueva figura apareciera en mi campo de visión.
Una mujer.
Belleza casi irreal. Su cabello rubio, dorado bajo la luz tenue, olía sorprendentemente bien a pesar del sudor que la cubría. Sus ojos marrones se encontraron con los míos, y en ese instante… todo encajó.
Acabo de renacer.
Carajo. ¿Cómo debería reaccionar ante esto?
—Hola, pequeño hermoso.
Si renací, eso significa que este hombre y esta mujer son mis nuevos padres.
Ella acercó su rostro y frotó su nariz contra la mía.
Fue extraño. Cálido.
Una sensación de tranquilidad se esparció por mi diminuto cuerpo sin que pudiera evitarlo. Algo en mi interior reaccionó de forma instintiva a su afecto.
—Mis pequeños gemelos…
¿Qué?
No tuve tiempo de procesarlo antes de que me movieran de nuevo. Me dejaron en el regazo de mi madre y fue entonces cuando la vi.
Otra bebé.
Cabello rubio, ojos grises. La combinación perfecta de nuestros… padres.
Algo hizo "clic" en mi cerebro cuando nuestras miradas se cruzaron. Inusual. Extraño.
Ella extendió su diminuta mano hacia mí, y sin pensarlo, hice lo mismo. Nuestros dedos se tocaron.
¿Protección? ¿Instinto fraternal?
—Parece que los dos van a ser demasiado unidos —comentó una nueva voz.
Volteamos al mismo tiempo.
Una anciana.
Su vestimenta era elegante, demasiado para lo que esperaría en una época moderna. De hecho, ahora que lo pensaba, la ropa de todos en la habitación parecía sacada de un período que no pertenecía al siglo XXI.
—Sí, eso parece —rió mi madre, con ternura evidente en su tono—. Aunque me sorprende aún más que los dos tengan nuestros rasgos. Lucius tiene el cabello de Elías, pero mis ojos, e Isolde tiene mi cabello, pero los ojos de Elías.
¿Qué?
Oh, vamos. ¿Acaso acaban de hacerme un spoiler de mi nueva apariencia? ¿No podía descubrirlo por mi cuenta? Agh. Bueno, lo dejaré pasar porque fue mi madre quien lo dijo.
Mientras los adultos seguían conversando, yo me concentré en mi hermana.
¿Ella es Isolde? ¿Y yo Lucius?
Nombres poco comunes. Definitivamente no son coreanos.
De repente, nuestras cabezas cayeron hacia atrás.
…
¿Qué?
Intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía.
No puede ser…
Así que esto es lo que quieren decir cuando dicen que hay que sostener la cabeza de un bebé porque aún no puede controlar su cuello.
Pero yo sabía cómo hacerlo. En mi vida pasada lo hacía sin problemas.
Malditas restricciones.