999.M41 – Minutos antes de la caída de Cadia
Follax IV; Sector Aguja Oscura; Segmentum Ultima; Imperio Nihilus
"¿Estamos listos?"
La pregunta resonó en la espaciosa cámara, teñida de nerviosa anticipación y excitación infantil.
Podría haber sido entrañable si lo hubiera dicho un niño, pero, desgraciadamente, no fue así.
Azkaral, orgulloso miembro de la Legión de los Portadores de la Palabra, se quedó atónito por un instante ante la emoción desbordante en la voz de su Hermano Sargento. Este era un hombre que se había enfrentado al Emperador Cadáver hacía diez mil años, uno de los primeros en alcanzar la iluminación.
Y, sin embargo, este antiguo monstruo, que había llevado a cabo innumerables rituales al servicio de sus dioses con nada más que fría determinación y satisfacción, apenas podía contener su emoción.
—Sí, hermano sargento —respondió Azkaral, guardándose sus pensamientos—. Los preparativos rituales y los sacrificios se han llevado a cabo según las instrucciones.
¡Y qué sacrificios! Azkaral sintió una emoción similar al pensarlo.
Nunca antes había participado en un ritual que requiriera el sacrificio de poblaciones planetarias enteras a la vez. Follax IV era un Mundo Colmena, repleto de miles de millones.
¿Qué propósito tan grande justificaría un ritual tan enorme? Lamentablemente, él no lo sabía; ninguno de ellos lo sabía, excepto el Sargento. Ni siquiera invocar a un Gran Demonio requeriría tanto esfuerzo. ¿Quizás buscaban un Príncipe Demonio? ¿O algo aún más grande?
—Bien —susurró la voz ancestral, apenas disimulando su entusiasmo—. Nos vamos enseguida. No tenemos mucho tiempo.
Y así lo hicieron. A la orden del Sargento, todos los Hermanos de los quince planetas se arrodillaron y comenzaron a cantar.
Su canción estaba llena de devoción celosa, y su poder psíquico demoníacamente infundido reverberaba a través de la Disformidad.
Sus almas se unieron, resonando a través de los rituales, llenando la esencia de cada Hermano con el poder de los miles de millones de almas cosechadas.
A medida que la canción se acercaba a su clímax, Azkaral sintió una tremenda onda expansiva que lo recorrió. Con ella, su conexión con la Disformidad se profundizó.
Azkaral llevó este nuevo vínculo al límite, presentiendo que muchos de sus Hermanos hacían lo mismo. No sabía por qué, pero estaba seguro de que esa era la razón por la que el Sargento había elegido ese preciso momento para el ritual.
Llegó el crescendo, y Azkaral sintió una atracción en su alma, una sensación que asoció con el destierro. Sin embargo, esta atracción no provenía de su conexión con sus dioses, ni de la Disformidad misma, sino del ritual.
Un ser inferior podría haber estado aterrorizado, pero Azkaral solo sintió dos cosas en ese momento.
Lamentamos no poder presenciar el magnífico resultado de este ritual.
Y alegría al saber que entregaría todo su ser a ese propósito.
He did not resist as he was drawn into the grand ritual, with the Sergeant at its center.
His final individual thought was one of euphoria as he felt his many Brothers being pulled along with him.
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Malachias felt an unimaginable power surging within him, threatening to tear his soul apart.
He had taken many precautions to prevent this, but it seemed they would barely suffice.
His soul would not last much longer—but it would be enough. It had to be.
Such an opportunity had presented itself only once in all of history, and it would never come again.
Malachias the Apostate—one of the many names by which he was known—was famed for his extraordinarily precise visions of the future. They were irregular and came unbidden, but he welcomed them nonetheless.
These visions were seen as blessings from the Lord of Change, and he felt nothing but gratitude for them.
Especially for this one.
A rift opened in the space above him, and a small container tumbled out.
The rift, revealing a dark storage chamber beyond, vanished as quickly as it had appeared—but it left behind a gift.
Malachias grinned as he cradled the orb-like container, barely a quarter of his size. One of the most sacred relics of the Shadowkeepers had just fallen into his hands—straight from the most impenetrable vault beneath the Imperial Palace on Holy Terra.
Mere moments ago, this container had rested somewhere beneath the throne of the Corpse Emperor himself.
He let out a short chuckle, followed by a grimace of pain. He couldn't hold on much longer.
Placing the container at the center of the ritual circle where he knelt, he resumed his chant.
With all his might, he reached out—farther than ever before—and searched.
The Warp had never been so powerful yet so fragile at the same time. Its sudden expansion had momentarily weakened its barriers.
This made little difference in the grand scheme of things, but for his purpose, it was crucial.
His reach extended beyond the Warp, into the deep immaterial void—his soul brushing against the vast sea of other universes as he examined them. He felt them, tasted them, and discarded them, searching for another.
None were what he sought. There were many powerful souls and fascinating beings across them all, but he wanted more—something that would plunge the Galaxy, no, this very Reality, into Chaos.
He coughed blood, his eyes bloodshot as he barely maintained his physical form to anchor his vast amalgamation of souls—but then, he found it.
He sensed it, however briefly—without knowing exactly how or where—but he felt it.
Latching onto that feeling, he propelled himself forward, like a drowning man clutching at a thrown rope.
He pulled himself along, though he barely comprehended how or where he was going.
How could he? If he had been searching left and right before, now he was moving upward—a strange, alien sensation, as if he did not belong. Reality itself resisted his presence, trying to eject him from that place, from that plane of existence.
Con una última sonrisa desafiante, agarró la primera alma que encontró. Para su deleite, no se resistió; presentía que, incluso en su estado, si lo hubiera hecho, no habría podido arrastrarla de vuelta.
Se aferró a él como si su vida dependiera de ello mientras su entorno se desvanecía.
En un solo momento que duró más que toda su existencia, regresó.
Sin dudarlo, metió la mano en el recipiente y sintió que este se rompía bajo su fuerza.
Bien, pensó, porque eso fue lo último que sintió.
Él guió suavemente el alma hacia lo que yacía dentro del contenedor.
Un cuerpo perfecto para un alma perfecta. Su mayor obra maestra. No, esta fue la mayor obra maestra que jamás existió y existirá.
Un arma biológica de la Era Oscura de la Tecnología, una que ni siquiera el Emperador Cadáver había podido destruir, ahora infundida con la esencia de un ser de una dimensión superior.
—Para... Caos —murmuró Malachias mientras su forma física y su alma comenzaban a desmoronarse; no solo eran desterradas, sino borradas.
Apenas vislumbró los zarcillos blancos como la nieve que emergían del contenedor destrozado antes de perecer finalmente.