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El último Vastea

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Synopsis
-ESPAÑOL Desde el origen del universo, las Lágrimas del Cosmos han vagado por el infinito. Estas reliquias de energía pura otorgan a sus portadores habilidades más allá de la comprensión. Durante milenios, civilizaciones en los confines del cosmos han descubierto su poder, usándolo para crear imperios... y destruirlos. Pero la Tierra aún es ajena a este secreto. Nuestro mundo sigue girando, ignorante de que en cualquier momento, la llegada de una Lágrima podría cambiarlo todo. Ese momento ha llegado. Jay, un joven cuya vida parecía destinada a la monotonía, encuentra una de estas misteriosas Lágrimas, convirtiéndose en el primer portador terrestre. Sin saberlo, su hallazgo marca el comienzo de una nueva era, una en la que la Tierra dejará de ser solo un espectador del cosmos... para convertirse en un nuevo campo de batalla. -ENGLISH Since the dawn of the universe, the Tears of the Cosmos have wandered through the infinite. These relics of pure energy grant their bearers abilities beyond comprehension. For millennia, civilizations at the edges of the cosmos have discovered their power, using it to build empires... and destroy them. But Earth remains unaware of this secret. Our world keeps spinning, ignorant of the fact that at any moment, the arrival of a Tear could change everything. That moment has come. Jay, a young man whose life seemed destined for monotony, finds one of these mysterious Tears, becoming the first terrestrial bearer. Unknowingly, his discovery marks the beginning of a new era—one in which Earth will cease to be just a spectator of the cosmos... and become a new battleground.
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Chapter 1 - Capítulo 1: El Segundo Despertar

El cielo sobre Blacklake estaba cubierto de nubes bajas, de un gris monótono que parecía aplastar la ciudad entera.

El pueblo no era grande, pero tenía una atmósfera opresiva. Era el típico pueblo americano.

El sonido del televisor encendido y el aroma del café fueron lo primero que percibí antes de abrir los ojos.

Y entonces, la jaqueca llegó un segundo después, como una puñalada en la sien.

Me quedé quieto, esperando que el dolor pasara, pero sabía que no lo haría. Nunca lo hacía.

Tengo 17 años y mi cuerpo ya se siente como si tuviera 70. Mi piel blanca contrasta con las ojeras marcadas bajo mis ojos. Ojos azules eléctricos, que según la luz pueden cambiar de color. Mi cabello negro y largo cae sobre mi rostro, despeinado y sin energía para arreglarlo.

Tanteo la mesa de noche, agarro mi frasco de pastillas y las trago sin agua.

—Si no te levantas en tres segundos, voy a asumir que te has fusionado con la cama y voy a vender el colchón con todo y tú.

La voz de mi abuela llega desde la sala.

Gruño y me cubro la cara con la almohada.

—Cinco minutos…

—Cinco minutos y te quedas sin café.

Suspiro. Eso sí es una amenaza seria.

Me levanto con esfuerzo. Cada mañana mi cuerpo pesa más de lo normal, como si la gravedad jugara en mi contra.

Nuestra casa es la típica casa americana, de dos plantas, con jardín y garaje.

Cuando bajo las escaleras y entro a la sala, mi abuela está sentada en el sofá, mirando el noticiero.

"El cuerpo de un hombre fue encontrado esta madrugada en las afueras del pueblo. Según la policía, la víctima presentaba múltiples heridas en el torso y el rostro, lo que indica un ataque violento."

Frunzo el ceño.

—¿Otro asesinato?

Mi abuela asiente sin apartar la vista del televisor.

—Segundo este mes. Y la policía, como siempre, sin pistas.

Voy a la cocina, donde el desayuno ya está servido. Tostadas y huevos revueltos demasiado secos.

—Sigues con esa cara de desastre —comenta mi abuela, bebiendo su café.

Me dejo caer en la silla.

—Me siento como si me hubieran drenado la energía vital mientras dormía.

Ella suelta un resoplido.

—Eso se llama ser adolescente. Se te pasará cuando cumplas cuarenta y descubras que todo es peor.

Río por lo bajo. Mi abuela y yo tenemos ese tipo de relación: llena de sarcasmo, pero con un fondo de cariño innegable.

Termino de comer y agarro mi mochila.

—Si alguien te golpea hoy, acuérdate de devolvérselo.

Dejo escapar una risa seca.

—Sí, claro. A ver si en el hospital me dan una medalla.

—No sé. A lo mejor te hacen un dos por uno en cirugías.

Niego con la cabeza con una sonrisa cansada y salgo de casa.

---

Camino a la escuela

El aire de la mañana es frío y húmedo. Las calles están limpias y hay algún coche circulando.

Camino hasta el punto de siempre, donde me espera Ethan, mi único amigo. Desde allí vamos juntos al instituto.

Ethan es delgado, con el cabello rubio alborotado y ojos oscuros que siempre parecen analizando todo. Tiene una actitud relajada, pero su mirada nunca está quieta.

—Jay, pareces mierda hoy —saluda Ethan con una sonrisa.

—Gracias. Siempre sabes cómo hacerme sentir mejor.

Ethan me palmea el hombro.

—Para eso están los amigos.

El instituto no tiene nada especial, es un instituto de clase media.

Recorro los pasillos hasta llegar al aula.

Las luces parpadean y el aire huele a papel viejo y sudor de adolescentes.

Hoy toca examen.

Apenas saco mi lápiz, siento una voz detrás de mí.

—Jay.

Axel Carter.

Axel es delgado pero musculoso, con la piel bronceada y cabello negro siempre revuelto. Tiene ojos castaños con un brillo peligroso, el tipo de persona que disfruta ver a otros con miedo.

—Déjame copiar.

Lo ignoro.

Axel apoya el codo en el respaldo de mi silla.

—Te estoy hablando, mierda.

Sigo escribiendo. No es mi problema.

Cuando el profesor pasa cerca, Axel se reclina con una expresión de falsa inocencia.

Pero siento su mirada clavada en mi nuca durante el resto del examen.

Sé que esto no va a quedar así.

---

Camino al cementerio

El sol comienza a bajar cuando Ethan y yo salimos del instituto.

El aire está más frío, el viento arrastra hojas secas por la acera y el cielo tiene un tono anaranjado que poco a poco se oscurece.

—Entonces, ¿vas a trabajar después? —pregunta Ethan, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta.

—Sí —respondo sin mucho entusiasmo.

Ethan resopla.

—Tu vida es una mierda.

Río por lo bajo.

—Dímelo a mí.

Ambos caminamos en silencio por un rato, siguiendo la ruta que conocemos de memoria. El camino al cementerio es un desvío, pero no importa. Es una costumbre que ninguno de los dos se atreve a romper.

El pueblo no es muy grande, y después de unos minutos, llegamos a la verja negra del cementerio. El óxido cubre algunas partes del metal, y la puerta rechina cuando la empujamos para entrar.

El lugar es viejo, tranquilo. Las lápidas de piedra están cubiertas de musgo en los bordes, algunas rotas, otras inclinadas por los años.

Ethan y yo avanzamos entre las tumbas sin decir nada.

Sabemos exactamente a dónde ir.

Nos detenemos frente a tres lápidas alineadas.

Mis padres.

El padre de Ethan.

El mismo accidente.

Meto las manos en los bolsillos de mi chaqueta y dejo escapar un suspiro.

No hay flores en las tumbas. Nunca las pongo.

—¿Cuántos años han pasado ya? —pregunta Ethan, sin apartar la vista de las lápidas.

—Nueve.

El silencio vuelve a caer sobre nosotros.

Me agacho, tocando la lápida con los dedos. Está fría.

No sé qué decir. Nunca sé qué decir.

La gente habla de la muerte como si fuera "paz", "descanso" o "un mejor lugar".

Pero no puedo imaginar algo así.

Mis padres están muertos. Punto.

No hay "mejor lugar". Solo un vacío que nadie llenará.

Ethan saca una pequeña botella de licor de su chaqueta y la destapa. Vierte un poco en la tierra, como un brindis silencioso.

—Por ustedes —murmura.

Miro las tumbas un rato más.

Finalmente, me pongo de pie.

—Me tengo que ir.

Ethan asiente.

—Nos vemos mañana.

Me alejo sin mirar atrás.

---

Camino al trabajo

El cementerio queda en una zona apartada, lo que significa que tengo que caminar bastante hasta la pizzería.

Las calles se sienten más solitarias.

La mayoría de los negocios están cerrando, y el aire frío me cala la piel. Me siento observado, aunque no hay nadie en la calle.

Cuando llego a la pizzería, mi jefe me recibe con el ceño fruncido.

—Entrega rápida.

Reviso la dirección y siento una punzada de incomodidad.

—Esto es… en el lago.

—Sí. Dijeron que te conocían. Hasta preguntaron por ti.

Siento una alarma mental activarse.

Algo está mal.

Pero no tengo opción.

Tomo la bici y parto.

---

La entrega mortal

El bosque alrededor del lago es oscuro, silencioso, como una jaula de sombras.

Las copas de los árboles bloquean la luna, y el agua refleja apenas un brillo pálido.

Llego en mi bicicleta y me detengo. Un escalofrío me recorre la espalda.

Hay más gente de la que esperaba.

Un grupo de estudiantes está reunido cerca del agua, bebiendo, riendo, fumando.

El sonido de una bocina de auto estalla en la noche. Música fuerte, carcajadas.

Y en el centro de todo, esperándome como un cazador paciente, está Dorian Sykes.

Dorian es la imagen del chico perfecto: alto (1.88 m), atractivo, con cabello castaño oscuro y una sonrisa de autosuficiencia que me revuelve el estómago.

A su lado está Lilith Hawthorne, con su cabello negro lacio cayéndole sobre los hombros y los ojos verdes fijos en mí como un depredador observando a su presa.

Axel Carter, con su chaqueta de cuero y su cicatriz en la ceja, se truena los nudillos. No tiene paciencia para los juegos.

Troy "Tank" Harrison, el grandote del grupo, está cruzado de brazos. No es muy listo, pero su tamaño habla por sí solo.

Aprieto la mandíbula.

Sé que no debería estar aquí.

Me bajo de la bici.

—Pizza —digo, manteniendo la voz firme.

Dorian sonríe.

—Oh, qué atento —responde con fingida amabilidad, tomando la caja de mis manos.

La abre lentamente, huele el contenido y asiente.

—Huele bien.

Entonces, la deja caer al suelo.

El grupo ríe.

Siento la rabia crecerme en el pecho, pero la controlo.

—Son 20 dólares.

Lilith se acerca, inclinando la cabeza.

—¿De verdad crees que te vamos a pagar, Jay?

No respondo.

Axel se adelanta y me golpea el hombro con fuerza.

—¿Por qué tan callado? ¿No te gusta nuestro sentido del humor?

Siento mi cuerpo tensarse. Puedo sentirlo venir.

Dorian suspira y chasquea la lengua.

—Vamos a hacer esto más fácil. Tienes dos opciones: puedes largarte sin tu dinero… o nos das las gracias por la propina.

Frunzo el ceño.

—¿Qué propina?

Axel me da un puñetazo en el estómago.

Me doblo en dos, sintiendo cómo el aire se me escapa de los pulmones.

—Esa —dice Axel con una sonrisa.

Antes de que pueda recuperar el aliento, otra mano me agarra del cuello de la camisa y me empuja hacia atrás.

Trastabillo y caigo sobre la tierra húmeda. Siento el frío del suelo en la espalda.

—Mírenlo, parece un animal atrapado —se burla Lilith, inclinándose sobre mí.

Dorian se arrodilla a mi lado y me da un par de golpecitos en la mejilla.

—Vamos, Jay, ¿no tienes nada que decir? ¿O ya aceptaste que este es tu lugar?

Aprieto los dientes. Un sabor metálico me llena la boca.

Mi mejilla arde. Siento el latido de mi propio pulso en la piel.

Axel me da otra patada en las costillas.

Me ahogo con mi propia respiración.

—Creo que no escuché un "gracias" —se burla Axel.

Levanto la cabeza con esfuerzo y escupo sangre en el suelo.

—Vete a la mierda.

Silencio.

Dorian sonríe.

—Mala elección.

Y la verdadera paliza comienza.

Golpes.

Patadas.

El sonido de mi cráneo golpeando contra la tierra.

Mi visión se vuelve borrosa.

Un dolor profundo me perfora la espalda cuando Troy me pisa con su bota enorme.

Gimo, pero no grito.

No les daré ese placer.

Lilith me observa desde arriba, con una expresión de placer sádico.

—Sabes, hay algo admirable en ti. A pesar de todo, sigues creyendo que puedes hacer algo al respecto.

Axel me levanta del suelo solo para volver a golpearme.

Mi labio se parte. Un diente se afloja.

—Vamos, sonríe, Jay —se burla Axel—. No seas tan amargado.

Otro golpe. Mi cabeza cae hacia atrás, golpeando la tierra.

El mundo gira.

Siento un líquido caliente correr por mi frente y entrarme en el ojo.

Sangre.

Mi respiración se vuelve entrecortada. Mi cuerpo ya no responde.

El murmullo de los estudiantes alrededor cambia de tono.

La risa comienza a desvanecerse.

—Oye… —murmura alguien—. Ya es suficiente, ¿no?

Dorian se queda en silencio. Me observa.

Axel da un paso atrás, limpiándose los nudillos.

Lilith inclina la cabeza, inspeccionándome.

No me muevo.

—Joder… —susurra Troy.

Por primera vez, sienten el miedo real.

Axel mira su propia mano, todavía manchada de sangre.

Dorian traga saliva y da un paso atrás.

—Nos vamos.

Sin decir nada más, los bullies se dispersan.

Las risas han desaparecido. Solo queda el sonido del viento.

Me quedo tirado en el suelo.

Frío.

El sabor metálico de la sangre me llena la boca. Mi ojo izquierdo no se abre.

El cielo sobre mí parece inclinarse.

El mundo se apaga.

Pero antes de que la oscuridad me trague por completo… veo algo.

Muy arriba.

Más allá del cielo, más allá de la atmósfera, más allá de lo que mis ojos deberían ser capaces de ver.

Algo se mueve en el universo.

Es una luz.

Pero no cualquier luz.

Es negra.

Un resplandor oscuro, con bordes blancos, como si la nada estuviera rodeada por algo tangible.

Y dentro, en el centro de esa negrura, hay puntos diminutos que parecen estrellas.

Brillan. Se mueven. Parpadean como si estuvieran vivas.

Y viene hacia mí.

Muy rápido.

Atravesando el cielo, descendiendo desde las estrellas como si hubiera estado viajando por el cosmos solo para encontrarme.

Mis ojos apenas pueden mantenerse abiertos.

El dolor en mi cuerpo es insoportable.

Pero no puedo dejar de mirar.

La luz negra sigue bajando…

Y entonces esa luz del tamaño de una pelota de tenis, se detiene.

Exactamente a 20 centímetros de mi cara.

No se mueve.

No se aleja.

Solo… se queda ahí.

Como si me estuviera viendo.

Como si me estuviera analizando.

Investigándome.

Como si… tuviera curiosidad.

Siento algo extraño en el pecho.

No es miedo.

No es dolor.

Es algo más profundo.

Algo que mi instinto me dice que no es normal.

Intento moverme.

Mi cuerpo es plomo.

Pero hago el esfuerzo.

Con un dolor insoportable en cada músculo, intento levantar mi mano.

Mi brazo tiembla.

Mis huesos crujen como si fueran a romperse.

Mis dedos se extienden… lento, muy lento.

Casi la toco.

Unos centímetros más…

Mis dedos rozan la luz negra.

Y el universo entero explota dentro de mí.

Un latigazo de dolor absoluto me atraviesa.

Siento mi piel ardiendo, mi sangre congelándose, mis huesos temblando.

Cada nervio en mi cuerpo se enciende con un estremecimiento que no debería ser humano.

No puedo gritar.

No puedo respirar.

No puedo existir.

La oscuridad se cierra sobre mí.

Y me desmayo.

---

El sonido de un televisor encendido y el aroma del café son lo primero que percibo.

Abro los ojos.

Estoy en mi cama.

El techo de mi habitación está justo ahí, como si nada hubiera pasado.

Parpadeo.

Espero sentir el dolor en mi cuerpo, la presión en mi cráneo, el peso de los golpes.

Pero no hay nada.

Solo un silencio absoluto.

Y un detalle imposible de ignorar.

Mi cabeza ya no duele.