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Mare Tenebrosum: Cruciata Ultima (Español)

🇨🇱Nasu954
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Synopsis
Mare Tenebrosum: Cruciata Ultima "Cuando el exilio los arrojó al abismo, la ciencia y la espada forjaron su legado." Año 1305. Traicionados por la Corona Francesa y el Vaticano, los Primeros Caballeros Templarios en oír los rumores de Traición huyen hacia lo desconocido. Bajo el mando del Gran Maestre Alaric, una flota de naves diseñadas con ingeniería revolucionaria zarpa desde La Rochelle, desafiando el Atlántico embravecido. Armados no solo con espadas, sino con mapas árabes, astrolabios y una obsesión en el conocimiento, buscan una "Nueva Jerusalén" más allá del Mare Tenebrosum. Pero el océano no es su único enemigo. Tormentas colosales, corrientes traicioneras y la sombra de la Inquisición los persiguen. Al otro lado, aguarda un continente indómito: selvas impenetrables, tribus guerreras -guardianes de secretos ancestrales- y ruinas que esconden un poder arcaico, capaz de alterar la realidad misma. Entre la fe y la ciencia, los Templarios forjarán bastiones. Pero la ambición corroe sus filas: traiciones, luchas por el poder y un choque cultural irreversible los pondrán al borde del abismo. ¿Podrán mantener su Juramento bajo la Cruz, o el peso de un Don Divino los consumirá? . . . . . . . Pueden apoyarme por patreon.com/Nasu954
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Chapter 1 - Prologo

Año del Señor de 1305. La Orden había sido traicionada.

Bajo la luna menguante que proyectaba sombras angulares sobre la piedra de los caminos, los Templarios cabalgaban en silencio. Francia, antaño su refugio y baluarte, les había dado la espalda. La posible traición de Felipe IV y la complicidad del Papa Clemente V habían sellado su destino. Pero aquellos hombres no eran simples caballeros. Eran matemáticos que habían trazado complejos diagramas para construir catedrales que desafiaban a la gravedad, cartógrafos que comprendían los mapas con una precisión que ningún otro navegante podría igualar, arquitectos que dominaban la geometría sagrada, alquimistas que destilaban secretos ocultos en los textos de los Sabios de Alejandría, frailes eruditos que memorizaban las escrituras prohibidas en los monasterios de Oriente. 

En la avanzadilla, el Maestre Alaric levantó la mano, ordenando al grupo detenerse. Su silueta era recortada por la luz espectral de la luna, y su mirada se perdió en el horizonte. Junto a él, un anciano monje sujetaba un pergamino. La escritura era una mezcla de latín y cálculos matemáticos. 

"Los cálculos no mienten, maestre". murmuró el fraile. "El astrolabio y los mapas indican que más allá del Gran Océano hay tierra, los vientos alisios podrían guiarnos".

"¿Y si es un error, hermano Aimery?". inquiró un joven caballero, con el escudo en el que aún relucía la cruz paté.

El monje sonrió levemente y se volvió hacia los hombres reunidos.

"Nuestro error ha sido confiar en los Reyes de Europa. Esta ciencia, joven, es más fiel que cualquier Monarca. Aristóteles y Ptolomeo nos enseñaron que el mundo es mayor de lo que vemos. Nuestros propios estudios en Alejandria, en los antiguos tratados, nos revelan que hay tierras más allá de lo que llaman el Mare Tenebrosum. No podemos quedarnos aquí a esperar la hoguera".

El maestre asintió. Sabía que la geodesia y los mapas no mentían. Habían aprendido a leer el cielo como los marineros venecianos y genoveses, y su conocimiento iba más allá de los dogmas de la Iglesia. 

"Entonces zarparemos. No somos solo guerreros. Somos constructores, sabios y navegantes. Si la Cristiandad nos ha abandonado, encontraremos una Nueva Jerusalén más allá del Mare Tenebrosum".

El rumor de aprobación se esparció entre los hombres. En sus corazones ardía una llama que ni el Papa ni el Rey podrían extinguir. La Orden Templaria no había muerto. Solo había cambiado de rumbo. 

Esa noche, la luna menguante fue testigo del principio de una nueva cruzada, no por Tierra Santa, sino por una tierra virgen y desconocida, donde la traición de Europa no los alcanzaría jamás.

. . .

Los astilleros secretos de la Orden, ocultos en las costas de La Rochelle, albergaban la flota que les llevaría al destino prometido.

Las embarcaciones, diseñadas con la maestría de siglos de ingeniería naval, ensamblados y desarrollados por los constructores templarios. Cada nudo de madera, cada clavija, estaba dispuesta a garantizar su resistencia al embate del Atlántico. Las uniones, impregnadas con resina de abeto y selladas con betún, prevenían la infiltración de agua y aseguraban la flotabilidad incluso en las tormentas más despiadadas.

El Gran Maestre Alaric de Beaujeu contemplaba el cielo nocturno desde la cubierta de la Santa Helena, una de las naves más imponentes de la flota. Su astrolabio de bronce reflejaba el resplandor de las estrellas mientras su mente calculaba la latitud con la precisión aprendida de los textos de Al-Farghani y de los tratados de navegación compilados por los sabios andalusíes.

"La voluntad del Altísimo nos guía, pero no debemos olvidar que Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos. Por eso hemos trazado este viaje con la ciencia, no solo con la fe".

El viento del este sopló con renovada intensidad, hinchando las velas con un crujido que resonó en la madera de los mástiles. Las antorchas en la costa brillaban como luciérnagas en la distancia mientras la flota comenzaba su partida en la madrugada, cuando la niebla se mezclaba con la espuma de las olas.

Los marineros, curtidos por años en la mar, entonaban plegarias mientras tensaban los cabos y verificaban las poleas de los aparejos. Las cartas de navegación, dibujadas con la meticulosidad de los antiguos geógrafos musulmanes y corregidas según los tratados de los monjes cartógrafos, marcaban un rumbo incierto. Pero la convicción del Temple no se basaba en certezas, sino en la fe y la estrategia.

En la bodega de la Santa Helena, los hermanos templarios afilaban sus espadas y revisaban sus ballestas de estribo, conscientes de que los peligros del viaje no solo venían del mar, sino también de posibles enemigos que aguardaran en costas desconocidas.

"He visto tormentas devorar flotas enteras". dijo el viejo navegante Raoul de Saint-Denis a uno de los jóvenes caballeros que ataba los barriles de agua dulce. "Pero lo que me inquieta no es el mar . . . sino lo que nos espera al otro lado".

El joven templario alzó la mirada, con un brillo de determinación en los ojos.

"Si la Providencia nos llevó hasta aquí, no nos abandonará en el horizonte. Lucharemos si es necesario".

Raoul sonrió con resignación, mientras la nave se alejaba de la costa francesa, adentrándose en la inmensidad de lo desconocido.

. . .

El Viejo Continente ardía en rumores y traiciones. Detrás de ellos, Europa se agitaba con la furia ciega de la Inquisición y la ambición insaciable de Felipe IV, el Rey de Francia, quien movía sus hilos con la frialdad de un ajedrecista calculador. No bastaba con expulsarlos de la Cristiandad; su memoria misma debía ser borrada de los anales del tiempo.

Los Templarios, antaño los banqueros de Reyes y custodios de Tierra Santa, ahora eran perseguidos como Herejes. El Papa Clemente V, títere en manos de Felipe, había sellado su destino con un edicto que resonaría como sentencia de muerte.

Las embarcaciones que los transportaban no eran galeras de combate o galeras mercantes, eran las nuevas naves que habían creado para solventar ambos roles, adaptadas apresuradamente para la travesía. La madera de sus cascos, tratada con una mezcla de alquitrán y resina de pino, crujía con cada embate de las olas, y el salitre carcomía sin piedad la soga de cáñamo que aseguraba las velas. En las bodegas, barriles de agua dulce y carne salada compartían espacio con cofres cerrados bajo sello templario, conteniendo no solo riquezas en oro y plata, sino quizás secretos aún más valiosos: documentos, reliquias, conocimientos vedados a los ojos del mundo.

El viento, enemigo y aliado a la vez, silbaba entre los mástiles, hinchando las velas con una fuerza que podía decidir la vida o la muerte de aquellos hombres.

En cubierta, los Caballeros Templarios, despojados de su otrora gloriosa orden pero aún firmes en su fe y su código, observaban el horizonte con la tensión de soldados que han conocido la guerra y ahora enfrentan una batalla aún más cruel: la incertidumbre. Hombres forjados en las arenas de Palestina, entrenados en la disciplina del combate cuerpo a cuerpo y en la estrategia de la guerra de asedio, ahora debían confiar en la Voluntad de Dios y en la ciencia de los navegantes.

Uno de ellos, con la mirada fija en el oeste, murmuró con voz grave:

"Más allá de esta línea, no hay retorno".

Otro, un veterano de piel curtida por el sol de Outremer, respondió sin apartar la vista del horizonte:

"Tampoco lo hay detrás de nosotros".

Así, con la Europa traidora a sus espaldas y lo desconocido ante ellos, se adentraron en el abismo azul, en busca de un nuevo destino donde la Espada y la Cruz aún pudieran escribir Historia.

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