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"Eohedon Act Prologue"

Vaelthar
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Synopsis
Eohedon Napheerius is an inherently loved being by the world, but his human nature leads him to corruption and abandonment by grace. In his philosophical journey, he struggles for redemption while confronting the effects of selfishness, narcissism, anarchism, and the concentration of power. Through his judgments and interactions with companions who embody key aspects of human morality, Eohedon explores questions of justice, morality, and free will, seeking inner peace through a profound reflection on balance and wisdom. His story does not focus on magical power, but on personal growth.
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Chapter 1 - “Echoes of Grace and Perdition”

Antes de la luz, había un vacío sin nombre. Antes de tiempo, reinaba un silencio que ni siquiera los dioses se atrevían a pronunciar. Pero cuando la Primera Palabra resonó en el abismo, el mundo se elevó como una canción, y a su paso nacieron los ecos de lo que llamamos Orden. Sin embargo, cada canción tiene su disonancia... — Fragmento de las Crónicas del Olvido, Tablilla III, líneas 1-4.

En los días en que los dioses aún caminaban entre los hombres, no como tiranos, sino como arquitectos de maravillas, el mundo florecía en una armonía inquebrantable. Las montañas ascendían al ritmo de melodías estelares, los ríos, bordados en plata, tejían caminos entre los reinos del amanecer, y los hombres, humildes guardianes del equilibrio, vivían bajo el manto de la Edad del Orden.

Pero el corazón humano, esa fragua en la que nacen tanto himnos como traiciones, fue el que rompió el hechizo.

Los señores de Aidglan, cegados por su propia arrogancia, se atrevieron a desafiar los decretos celestiales. Con el hierro manchado por la ambición y el fuego sacrílego, erigieron un imperio sobre las ruinas de lo sagrado, cometiendo en su ascenso el pecado más antiguo: creerse dueños del aliento que anima las estrellas.

El mundo, ultrajado por tal audacia, les impuso un castigo a la vez cruel y justo. De las grietas dejadas por los dioses emergieron dragones, elfos, demonios y horrores indescriptibles.

La belleza convertida en cicatriz. La paz se convirtió en una pesadilla. Los humanos, una vez guardianes del equilibrio, se vieron atrapados en la guerra, no solo contra esas criaturas, sino también contra ellos mismos. Se enfrentaron con sus hermanos, con los monstruos que su propia arrogancia había engendrado y, sobre todo, con el abismo que anidaba en sus almas.

Pocos vestigios perduran de aquella época, un tiempo que se desvaneció como un sueño entre las brumas del olvido.

Se le llamó la Edad del Orden, y entre los nombres que emergen de las profundidades de los siglos, brilla uno con una luz inextinguible: Eohedon Napheerius. No es una mera reliquia del pasado, sino un eco que desafía el olvido. Su nombre, murmurado con reverencia, evoca el aroma del incienso y el majestuoso peso de las montañas.

En el año trescientos sesenta y nueve, bajo el renacido Imperio de Aidglan, en la pequeña y olvidada aldea de Magistic, nació el destinado por antiguos augurios. Al tenerlo en sus brazos, Ehdia, la infame, pronunció su nombre con una certeza inexplicable: Eohedon.

Desde su cuna, el mundo parecía inclinarse ante él, como reconociendo en su existencia algo que trascendía lo meramente humano.

El viento le susurraba secretos que ningún hombre había oído jamás. Los árboles se inclinaron para ofrecerle sus frutos. El agua brotó, cristalina, para saciar su sed. Incluso las piedras bajo sus pies parecían pulirse para evitar que tropezara.

¡Oh, amarga ironía del destino! Todo lo que la naturaleza le ofrecía en abundancia fue negado por aquellos que deberían haberlo amado más fervientemente.

Ehdia, su madre, lo miraba con ojos de hielo, incapaz de ver en él más que un reflejo de su propia insuficiencia.

Moldeada por el infortunio, bella como una flor envenenada, su vida fue un desfile de adulaciones vacías y deseos marchitos.

Hija de nobles caídos en desgracia, nunca conoció el calor de un hogar; El amor le era ajeno, como un lenguaje olvidado, y en su pecho crecía un abismo insondable. ¿Qué vio en Eohedón?

No un hijo, ni un vínculo, sino un oprobio. Lo envidiaba sin entender por qué, porque poseía algo que ella nunca podría tener. Con cada invierno que pasaba, el rechazo de Ehdia se hacía más evidente. Una vez, si es que alguna vez, su mirada había sido simplemente indiferente, pero ¡oh! Con el tiempo, se convirtió en una mirada cortante, una mueca de desdén apenas disimulada.

Y así, aunque amado por la tierra y los cielos, Eohedon creció como un niño abandonado, llevando dentro de sí una soledad que pocos podían comprender. La atención del mundo no podía llenar el vacío que lo consumía, y una oscuridad creció dentro de él, tan inseparable como una sombra.

Bajo las nieves de Magistic, un pueblo de días tranquilos y cielos invernales, Eohedon avanzó. Su figura, envuelta en un humilde manto, se deslizaba por las calles, mientras los aldeanos, con agudos murmullos, tejían cuchillos en el aire:

"¡Míralo! Eohedon, bastardo de noble, hijo de una mujer deshonrada. La nieve, pura y blanca como el alabastro, parecía burlarse de su linaje deslustrado. Pero Eohedon no respondió.

Su paso, lento y solemne, era él de quien camina hacia un destino que trasciende lo visible. Cada crujido de la nieve bajo sus pies resonaba como un eco de su propia existencia, un recordatorio de que, aunque rechazado por los hombres, el mundo lo había reclamado como suyo.

Y así, sin una palabra, sin un gesto de desafío, Eohedon se adentró cada vez más en su propio silencio, forjando en su alma el acero de un destino aún por comprender.