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Estaciones de Soledad

Daoist2ngLlR
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Synopsis
Tomás tiene la ambición de convertirse en escritor, pero su profesor, quien lo ha guiado hasta hoy, se encuentra gravemente enfermo. En la búsqueda de darle un final en que se perdone a sí mismo y no muera solo, Tomás intentará llevarle a sus familiares antes de que fallezca. En esta travesía se encontrará a sí mismo y descubrirá cómo el amor de una mujer mayor puede hacerle mucho daño.
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Chapter 1 - Introducción - Siroco

Deslicé la mano sobre las hojas de mi manuscrito y alcé la mirada al cielo. Una ráfaga de viento irrumpió en la sala, agitando las páginas y enredándose en mi cabello. No recordaba haber dejado la ventana abierta hasta esa hora, pero tampoco importaba. Todo lo que había sucedido en los últimos meses se había enroscado dentro de mí como una enredadera, sofocándome poco a poco, hasta formar un nudo en el pecho que hacía difícil respirar. Bajé la vista y vi una mancha oscura extenderse sobre el papel. Solo entonces noté que estaba llorando. No supe cuánto tiempo pasó hasta que escuché los pasos. No me di cuenta en qué momento había entrado en la sala ni cuánto llevaba ahí. Tampoco si me había visto llorar. Lo único cierto era que estaba a mi lado.

—¿Ahora entiendes que estás envuelto en asuntos de adultos sin estar preparado?

Su voz era suave, pero había en ella un matiz de juicio. Intenté sonreír, con la torpeza de quien es sorprendido en su peor momento. Me pasé el antebrazo por el rostro, secándome las lágrimas con más violencia de la necesaria, avergonzado por haber sido descubierto. Luego me puse de pie, con la resolución vacilante de quien no tiene nada más que perder.

—Entonces enséñame a ser un adulto —murmuré—. Tú tienes experiencia, ¿no?

—¿Qué estás haciendo?

—¿Piensas jugar conmigo hasta el último día?

Mi voz tembló, traicionando el dolor que intentaba contener. Ella desvió la mirada, incómoda, atrapada entre la culpa y la indecisión.

—No sabes lo que estás haciendo, no lo entiendes… —murmuró—. Eres apenas un muchacho jugando a ser un hombre, pero nada más. Y yo… prefiero a los hombres, no a los niños.

Solté su brazo como si me hubiera quemado y volví a mi asiento.

—Déjame solo entonces. No hay nada más que hablar.

Ella arrastró la silla del pupitre de al lado y se sentó cerca, aunque manteniendo la distancia.

—No pretendo molestarte, pero al menos puedo darte un consejo. Podemos ser amigos, si es lo que quieres.

No la miré. Sus palabras eran un cuchillo que giraba en la herida. Pero había algo que no podía aceptar. Que me usaran como un perro. Ya lo había sido antes, lamiendo heridas ajenas, esperando migajas de afecto. Ya me habían pateado demasiadas veces. Y este nuevo rechazo calaba en mí todavía más hondo. Me sentí todavía más pequeño y, un grito se anidó doloroso en mi pecho. Algo en mí se quebró y mi voz salió más áspera de lo que pretendía.

—¿Tanta lástima te provoco? No quiero tu amistad. Prefiero hacer lo que dijiste. Pretender que entre nosotros no pasó nada.

Metí el manuscrito en mi bolso y me puse de pie. Ella apretaba las manos sobre su regazo, nerviosa, en silencio.

—Que descanse, profesora. Adiós.

Alargó una mano hacia mí, pero antes de que pudiera alcanzarme, me alejé. Salí del aula sin volver la vista atrás. Otra ráfaga de viento entró en el solitario salón, agitando las hojas que quedaron sobre el escritorio. Afuera, el sol se hundía en el horizonte, tiñendo el cielo de un rojo apagado. Como si una cortina descendiera sobre lo que nunca pudo ser. Sobre lo que jamás debió ser.