Esta es una historia perdida. En el inicio de la creación, antes de la humanidad, Dios tenía 3 ángeles a los que les depositaba mucha confianza, y designaba tareas especiales. Ellos debían combatir amenazas de las que hoy en día no se tiene registro, pero se dice, surgían del abismo de la oscuridad, en la nada misma. Así que, para que no dependieran solo de sí mismos, Dios le dio un arma divina a cada uno de ellos. La Mano de la Eternidad, para Miguel. El Brazo Gore, para Lucifer. Y al arcángel Gabriel, la Capa de la Luz.
Eran invencibles, y formaban un equipo sin igual. Lograron erradicar a todos los seres de la oscuridad, y dejaron todo listo para la creación de su padre. Sin embargo, Lucifer se vio enceguecido por el poder, y pensó que podría tomar el lugar del mismo Dios. Eso llevó a su caída, y, para bien o para mal, Dios expulsó al Brazo Gore junto a Lucifer. Siendo esta, la única arma divina que se vio corrompida por el abismo del infierno.
-Mira lo que hiciste, idiota. El viejo nos expulsó por tu culpa -dijo Gore con su voz resonante y burlona.
-Y nos dio un reino solo para nosotros -respondió Lucifer con una sonrisa maliciosa.
-¿Un reino de basura y oscuridad? -replicó Gore con desdén-. Mira ese demonio deforme, ¡está agonizando y nadie lo atacó!
-Sí, sí, cállate, Brazo -interrumpió Lucifer-. Además, nadie dice que no pueda salir de aquí cuando quiera.
Lucifer alzó su mano y acumuló su magia, pero nada sucedió.
-Voy a visitar ese tal reino mortal que quería crear el viejo -dijo Lucifer con arrogancia-. Podría ser el rey de ahí también.
Pero, por más que intentó, no lograba abrir un portal.
Y así, fueron pasando los siglos. Satanás había creado incontables demonios, tratando de sentir o ver algo diferente, pero lo más placentero a lo que podía aspirar eran los cariños de las súcubos, que, por cierto, acudían con regularidad.
-Basta, basta, basta -gritó Satanás, sumido en la desesperación-. Estoy harto de crear y exterminar demonios por mero aburrimiento. Quiero abandonar el infierno.
De repente, una idea cruzó su mente.
-Yo no puedo irme... pero tú...
-¿De qué hablas, imbécil? -respondió Gore con curiosidad.
Satanás sujetó con fuerza a Gore, y, murmurando palabras que parecían venir de otro mundo, fue retirándolo de su carne. Se quedó sin un brazo, entre mucha sangre, pero rápidamente le creció otro.
-Ja, ja, ja, por fin, ¿me vas a dejar solo o me vas a dar un cuerpo? Quiero uno bien musculoso -dijo Gore con entusiasmo.
-Imbécil, voy a matarte -respondió Satanás con frialdad-. Voy a enviarte al reino mortal, y transferir mi alma al brazo, eliminando la tuya en el proceso. De esa manera, cuando alguien recoja el brazo, voy a poseerlo, y conquistar el reino mortal.
Una sonrisa de satisfacción aterradora se había formado en el rostro de Lucifer.
-Ja, ja, ja, no creo que el viejo te deje hacer eso -dijo Gore con burla.
-Cierra la boca -gruñó Satanás-. Y así procedió con su plan.
Para mala suerte de Satanás, 18 años antes de eso, él había nacido.
-Silver. Ese va a ser tu apodo a partir de ahora.
El día 03/03/2003 nació un joven con un problema en el pigmento de su cabello. A pesar de ser un bebé, había nacido con una melena plateada, como la misma luna. Su madre, Ester, era de Argentina, pero se movía por toda Latinoamérica. Y su padre, Jonah, de Estados Unidos. Se habían conocido en un viaje de negocios de este. Jonah, como hombre de negocios exitoso, podía hablar varios idiomas de manera fluida. Entre ellos, el español. Ester, por su parte, se dedicaba a la venta de todo lo que estuviera a su disposición. Desde relojes y joyas, hasta cortinas y broches. En ocasiones, también limpiaba hogares. Jonah había arribado en Argentina hace poco, pero su reloj favorito se había estropeado. No era un hombre ostentoso, le bastaba con que diera la hora, y a lo lejos pudo ver el puestito de Ester.
Con un acento evidentemente gringo, pero entendible, se comunicó.
-Hola. Mucho gustar -dijo Jonah, mientras le daba la mano a Ester-. Quiero el reloj plata, ¿qué precio?
Ester quería ser seria, pero la risa se hizo evidente y dejó de intentarlo, lo que también hizo sonreír a Jonah. Como si una química natural hubiese surgido de esa mínima interacción.
-Mirá -dijo Ester-. El reloj plata te lo dejo a un precio especial para extranjeros. ¿Cómo te llamas?
-Jonah, ¿y usted? -contestó, manteniendo la sonrisa.
-Ester. Un placer, Jonah.
Lo demás era historia. De una interacción aleatoria, que podía no haber terminado en nada, se formó una relación que dio fruto a una vida. Esa era la vida de Silver, cuyo nombre real era Santiago.
Jonah gozaba de una buena situación financiera, y Ester pudo dedicarse de lleno a cuidar su creciente familia. Ya que, luego de Silver, también tuvieron a su hermanita, Lucía.
Sin embargo, una enfermedad mortal había comenzado a afectar la salud de Jonah. Su estado era grave, y su tiempo, por más que tuviera dinero, era contado. Ester había tenido que volver a su antigua vida de trabajo, y el pequeño Santiago debió hacerse cargo y cuidar a su hermana pequeña y a su enfermo padre en la ausencia de su madre. Por desgracia, el contador de Jonah aprovechó el momento de vulnerabilidad y se fugó con gran parte de su dinero, por eso habían llegado a esos extremos.
Para el pequeño Santiago, su padre era invencible. Era su ídolo, su todo. Y verlo tirado en esa cama, prácticamente agonizando, era demasiado para él, y para cualquier niño. Pero sabía que debía ser fuerte. No solo por él, sino por ellos.
-Papá, yo te voy a cuidar -decía Santiago cuando le daba la comida que su madre dejaba para el almuerzo.
Era mediodía. Y la pequeña Lucía se había ido a la escuela.
-Hijo, Santiago. No me queda mucho -dijo Jonah con voz débil-. Cuando yo no esté, vas a ser el hombre de la casa.
-Pero... papá, no quiero que te mueras -interrumpió Silver con lágrimas en los ojos.
-Y yo no quiero morir, hijo. Pero es lo que me toca. Pero eso no es lo importante, sino lo que pude lograr antes de que suceda. Ustedes, mi familia... Cuando te miro a ti, me veo a mí de pequeño. Sé que lograrás algo grande. Y sé que podrás cuidar a tu madre y tu hermana. Solo confía en ti, Santiago, mi pequeño Silver -dijo Jonah, mientras acariciaba la cabeza del niño.
Silver solo lloraba y abrazaba a su padre. Tenía razón, las cosas iban a cambiar, y debía prepararse.
La pequeña Lucía compartía habitación con Silver, y era cada vez más frecuente esa pregunta.
-Santiago, ¿papá va a estar bien, no?
-Sí, Lucía... papá va a estar bien -mintió Santiago, para no romper el corazón de la niña.
-¡Mentiroso! -respondió Lucía-. Yo los escuché hablando el otro día, volví temprano de la escuela y me escondí... Sé que papá va a morir, lo sé...
Santiago no sabía qué decir. Así que, solo se limitó a abrazar a la pequeña, cuyos ojos comenzaron a humedecerse para finalmente llorar, consolada por su hermano.
Silver tampoco pudo aguantarse, y dejó salir sus propias lágrimas también.
Tiempo después, lo inevitable pasó, y el corazón de Jonah cedió.
-¡Papá! ¡Reacciona, papá! -gritó Silver, intentando reanimarlo, mientras llamaba a la ambulancia, pero fue inútil. La pequeña Lucía solo lloraba en un rincón, y su madre estaba trabajando.
Luego de días de lamento, llegó el velorio. El cura había terminado de decir esas palabras, y Silver se acercó a aquella tumba.
-Yo voy a cuidar a la familia, papá. Descansa tranquilo -dijo Silver con determinación.
A partir de ahí, Silver comenzó a trabajar para ayudar su madre con los gastos. pudo terminar la secundaria, pero no siguió estudiando. Hacía lo que sea para poder sobrevivir, pero no tenía una especialidad o algo que le gustará en particular. Así que, por lo general, trabajaba mucho y por poco dinero.
-"se que harás algo grande", eso decía mi padre. pero, el tiempo pasa y nisiquiera se que me gusta aún...-
Era tarde en la noche, y silver estaba perdido en sus pensamientos. Hasta que, de la nada, un estruendo se escuchó a lo lejos. Miró por la ventana y dislumbro claramente un cráter...¿que carajo? Pensó. Se vistió y salió rapido. Como vivían a las afueras del pueblo, tenían un terreno bastante grande, con un patio que seguía de largo hacia el campo y la naturaleza. Estaba separado por una valla, pero el cráter era más allá, así que silver la saltó.
La luna iluminaba el cráter humeante en medio del campo. La tierra aún ardía, y cicatrices negras marcaban el impacto. Entre las sombras de la noche, Silver, tal vez demasiado curioso para su propio bien, se inclinó hacia el centro del cráter, donde algo palpitaba con un brillo oscuro.
"¿Qué carajos es esto...?", murmuró, extendiendo la mano.
Antes de que pudiera reaccionar, algo saltó hacia él.
Dolor. Un ardor indescriptible recorrió su cuerpo mientras la cosa se aferraba a su brazo, hundiéndose en su carne. Un grito ahogado escapó de sus labios cuando el miembro se transformó ante sus ojos. La piel se volvió negra y roja, con venas oscuras latiendo como si tuvieran voluntad propia. Garras afiladas crecieron en sus dedos. Entonces, escuchó la voz. Profunda, burlona y rebosante de desdén.
"Tsk. Que basura. De todas las criaturas en la Tierra, tenía que acabar en un saco de huesos como tú." Silver se tambaleó, agarrándose el brazo mutado con la otra mano. "¡Qué carajos eres! ¡Quítate de mí!"
La risa resonó en su mente, espesa y burlona. "Oh, pobre infeliz. No puedes deshacerte de mí. Ahora somos uno. Para bien o para mal... aunque, si me preguntas, esto es para muy mal."
"¡Para mí también, idiota!", gruñó el chico, tambaleándose fuera del cráter. Su corazón latía a mil por hora. "¡Dios, esto no está pasando!"
"Pfff, Dios no tiene nada que ver en esto." El brazo se flexionó solo, y el chico sintió que perdía el control momentáneamente. "Bueno, quizás un poco. Digamos que fui un 'regalo' de su parte a un viejo amigo... que ahora quiere matarnos a los dos."
El chico parpadeó, sintiendo la sangre congelarse en sus venas. "... ¡QUÉ!"
Antes de que pudiera procesar la información, el suelo tembló. Desde la oscuridad del bosque que rodeaba el cráter, figuras retorcidas emergieron. Ojos brillantes, bocas desfiguradas y garras que chasqueaban en anticipación.
"Ah, genial," suspiró el brazo con un tono divertido. "La bienvenida infernal. Prepara esos huesos frágiles, humano. Vamos a divertirnos."
Silver tragó saliva. "¡Mierda, mierda, mierda!"
Las criaturas saltaron sobre él sin previo aviso. Instinto, miedo y adrenalina se mezclaron en su cuerpo, pero su técnica era torpe. Esquivó de milagro la primera embestida, pero otra garra afilada se hundió en su costado. Un dolor lacerante lo atravesó y cayó de rodillas.
"Vamos, ¿así de patético eres?", se burló el brazo. "Levántate o te arrancarán el otro brazo. O peor...quizá lastimen a la niña y la mujer que están en aquella casa"
El chico apretó los dientes, con la sangre empapándole la ropa. Algo dentro de él se encendió. Rabia. Desesperación. Locura. Con un rugido, su brazo demoníaco se movió por sí solo, desgarrando una de las criaturas en dos. La sangre negra salpicó su rostro, y por un instante, sonrió.
"Eso es...", musitó el brazo con un tono satisfecho. "Quizás no seas tan lamentable, después de todo."
Pero el dolor seguía ahí. Su herida ardía, y su respiración era errática.
La sangre resbalaba por su rostro mientras jadeaba, apoyado en una rodilla. Su brazo demoníaco vibraba con energía, retorciéndose como si disfrutara del espectáculo.
"Vaya, chico, te están dejando hecho un desastre. Deberías aprender a esquivar, ¿sabes?", se burló el brazo con su tono grave y burlón.
"Cállate...", gruñó Silver, apretando los dientes. Su visión se nublaba por la pérdida de sangre, pero no podía permitirse caer.
La criatura frente a él, un espectro deforme con garras como cuchillas, se lanzó nuevamente. Esta vez, él intentó reaccionar, pero su cuerpo no respondió lo suficientemente rápido. Su brazo se movió solo, como si guiado por un reflejo ajeno, bloqueando el golpe y contraatacando de forma brutal. Atravesó el cuerpo del espectro con un giro rápido, sintiendo cómo la criatura se retorcía antes de disiparse en la nada.
"Oh, mira eso, hasta pareces un guerrero de verdad. Aunque, para ser sincero, es más mérito mío que tuyo."
-cierra la boca-
Silver se levantó tambaleante, limpiándose la sangre de la cara. Pero el mareo lo golpeó de golpe. Su visión se volvió negra y cayó inconsciente.
Mientras tanto, en el infierno...La ira de satanas había comenzado a torcer el espacio, como si hubiese un terremoto, y los demonios se alejaban de el, despaboridos. apretaba sus puños tan fuerte, que sangre habia comenzado a brotar de sus manos. Sus ojos estaban completamente abiertos, llenos de ira.
-espere siglos por esto. por hallar una manera de escapar- gritaba - pero un mocoso cabrón tiene que arruinarlo todo - esto es tu culpa, verdad, hijo de puta - gritó, mirando hacia arriba. -pero no va a quedar asi. Ese mundo que tanto te gusta, va a ser mio. Y ese mocoso de pelo plateado, voy a matarlo lentamente mientras lo torturo-.