Gritos desgarradores resonaban por las calles, mientras la sangre manchaba cada rincón. La desesperación se apoderaba de la gente, y la muerte y devastación azotaban al mundo. Saqueadores y pandilleros dominaban las calles, y los cuerpos descuartizados creaban una escena impactante, como si todo lo conocido hubiera desaparecido... ¡Sobresalto! Seba despertó, sudoroso y asustado. Sus manos temblaban y su corazón latía con fuerza en su pecho.
La alarma del reloj marcaba las 7:30 a.m. Su madre entró en la habitación:
-Hijo, despierta, se hace tarde para ir a la escuela.
Seba, un joven de 17 años con cabello oscuro y ojos inquietos, no respondió, pero se levantó y comenzó a prepararse para el día. Mientras se duchaba, el sonido del agua cayendo le recordó el sueño que acababa de tener. Un ruido fuerte en el fondo del patio lo sacó de sus pensamientos. Intrigado, salió a ver qué era, y se encontró con su padre arreglando el auto viejo de la familia. El olor a gasolina y aceite impregnaba el aire, mezclándose con la brisa fresca de la mañana.
-Hola, papá, ¿qué estás haciendo? -preguntó Seba, frotándose los ojos para despejarse.
Su padre lo miró, con una mancha de grasa en la mejilla y una barba de varios días:
-Estoy arreglando el auto. Esta chatarra no arranca. Tengo que salir al trabajo. Tu tío me debe estar esperando. Sabes cómo es.
Seba respondió:
-Papá, necesitas otro trabajo. El tío solo se aprovecha de ti.
Su padre se acercó, con una sonrisa cansada:
-Ves, hijo, por eso es importante estudiar. Para que nadie te pase por encima y tengas un futuro. Mira a tu madre y a mí.
Seba suspiró y dijo:
-Papá, siempre dices lo mismo. Bueno, me tengo que ir a la escuela.
Salió de la casa y se dirigió hacia la escuela, un colegio agrario en la zona rural, un poco apartado del pueblo. El camino estaba lleno de polvo y el sol comenzaba a subir, calentando poco a poco el aire fresco de la mañana. El canto de los pájaros en los árboles contrastaba con la quietud del pueblo. Al llegar, todo parecía normal, como cualquier otro día. Seba se reunió con sus amigos: Lucas, un chico alto y delgado con gafas que siempre llevaba un libro bajo el brazo, Facu, de complexión robusta y siempre con una sonrisa contagiosa, Lauty, el bromista del grupo con cabello rizado que nunca perdía la oportunidad de hacer una broma, Aaron, con su inseparable gorra de béisbol y una actitud despreocupada, Santiago, siempre haciendo chistes y poniendo buen humor, Camila, de cabello largo y castaño con una mirada decidida, Sandra, con una mirada siempre curiosa y una cámara fotográfica colgando del cuello, Rocío, una chica extrovertida con pecas que siempre estaba al tanto de las últimas noticias, Bianca, siempre llena de energía y con una risa contagiosa, y Juliana, la más tranquila del grupo, que solía observar más que hablar.
Estaban hablando de algo, y Seba se acercó:
-¿De qué hablan?
Rocío respondió, con una expresión preocupada:
-Hay rumores de un virus raro que está afectando a la gente en Europa. Dicen que es bastante contagioso.
Seba se rió, negando con la cabeza:
-¿Qué virus? Eso es imposible. Solo pasan en las películas, y si pasa, estamos muy lejos.
Bianca, que siempre buscaba noticias impactantes, agregó:
-Sí, pero he leído que algunas personas se están comportando de manera extraña después de enfermarse. Es como algo sacado de una película de terror.
Santiago, con su tono habitual de humor, bromeó:
-Bueno, espero que no sea un virus que convierta a la gente en payasos. No me gustaría que el mundo se llenara de mis clones.
Lauty, siempre escéptico, intervino:
-Es verdad, no tenemos que pensar en eso. No va a pasar nada. Tranquilos.
En ese momento, la campana sonó, y la directora, una mujer de mediana edad con aspecto severo y una mirada que podía congelar el aire, gritó:
-¡Chicos, a formar!
Seba se quejó:
-Huuy, esa vieja recargosa.
Aaron se rió y dijo:
-Bueno, vamos a formar. Si no, la vieja nos va a retar.
Cuando todos formaron, la directora comenzó a hablar, pero Seba y Santiago no le prestaban atención. Seba le susurró a Santiago:
-Mira, su aspecto... tiene los ojos muy rojos y pequeñas ronchas en la piel. Parece engripada, ¿no?
Santiago respondió, encogiéndose de hombros:
-No, Seba, para mí estás inventando cualquier cosa.
La directora terminó de hablar y ordenó a todos ir a sus salones. Cuando todos se dispersaron, un cambio repentino en el aire y un tono de suspenso se apoderó del lugar. La directora se desplomó en el suelo con espuma en la boca.
-¡Hey, hey, algo le está pasando a la directora! -gritó uno de los estudiantes.
-Calmense todos y vayan a sus salones con sus profesores, ¡ahora! -gritó el vicedirector, un hombre robusto y con barba, llevando a la directora a la pequeña sala de medicina de la escuela.
Mientras tanto, Seba y sus amigos se dirigieron a su salón, ubicado en el edificio del comedor. Al entrar, el profesor, un hombre delgado y nervioso, les dijo:
-Saquen una hoja y un lápiz, prueba sorpresa.
La preocupación de los estudiantes era palpable, y Facu y Aaron expresaron su inquietud.
-¿Cómo vamos a tener una prueba con lo que acaba de pasar? -preguntó Facu, con una voz temblorosa.
El profesor intentó calmarlos, explicando que la situación no afectaba el desarrollo de la clase, pero su voz sonaba hueca y sin convicción.
Juliana se interesó por la situación y preguntó:
-Profe, ¿usted escuchó algo sobre ese virus que está circulando?
El profesor respondió con cautela:
-Sí, escuché algo en las noticias, pero no creo que sea tan grave... aún.
Su pausa fue como un golpe de hielo en la espalda de los estudiantes.
Mientras tanto, la directora seguía en una condición precaria en el edificio principal. Su estado era cada vez más alarmante, y las chicas que la cuidaban estaban aterrorizadas.
-Necesito ir al baño -dijo débilmente, con una voz que parecía venir de ultratumba.
Se levantó con dificultad, y su cuerpo parecía estar descomponiéndose ante los ojos de los demás, teniendo un andar errático. Cada paso que daba solo nublaba más su visión.
El vicedirector intentaba llamar a la ambulancia, pero las líneas estaban saturadas. La situación era cada vez más confusa y aterradora.
-¿Cómo es posible que las líneas de emergencia estén saturadas? -se preguntó, con una voz llena de desesperación.
En ese momento, Mariano, el hermano mayor de Lauty, se encontraba en el baño de los varones. De repente, escuchó un sonido inquietante detrás de él y se dio la vuelta. La directora estaba allí, con una mirada vacía y una expresión macabra. Su rostro estaba desfigurado, y su piel parecía estar descomponiéndose.
En un intento de escapar, Mariano fue agarrado del brazo y la directora cayó desmayada en el suelo. Este la miró cada vez más cerca desde arriba cuando la directora acercó su cara. Fue atacado por ella, quien le propinó una mordedura brutal en la mandíbula. El grito de agonía resonó en todo el edificio.
La fuerza era tan intensa que arrancaba trozos de la cara de Mariano. Una agonía que parecía desvanecer, mientras las paredes se llenaban de sangre.
Cuando, es solo el comienzo...