Una inquietud que la venía persiguiendo desde hace semanas se había convertido en una realidad, el sudor en su cuerpo por el nerviosismo y sus descontrolados latidos no eran cualquier cosa, mordía sus uñas hasta el punto de hacerlas sangrar y miraba el reloj con impaciencia hasta que este marcará las seis en punto.
Justo cuando el sonido del timbre llegó a sus oídos sintió alguna especie de alivio, pero todavía era demasiado pronto para bajar la guardia, tomó sus cosas y se levantó corriendo llamando la atención de sus compañeros, realmente no le importaba si a sus ojos parecía que había perdido la cabeza. Lo único que necesitaba era cruzar las puertas del instituto y tomar su autobús como los días anteriores.
Pero como temía, la suerte no estaba de su lado, sabía que no podría seguir evitándolas para siempre, y ahora las tenía cara a cara, en cambio el grupo de chicas sonreían de manera burlesca, ellas eran las causantes de sus desgracias.
En el momento que sus ojos se cruzaron quedó paralizada, avisar a un profesor no estaba entre sus opciones, lo sabía por experiencia, tal vez correr sin mirar atrás, aunque era estúpido cuando sus rivales eran excelentes corredoras. No importaba cuantas ideas pasaran por su cabeza, todas terminaban mal.
Se rindió, todo se volvería a repetir.
Se acercaron como si fueran amigas de toda la vida, acariciaban su cabeza y fingían abrazarla con cariño, todo con el único motivo de no levantar sospechas de los alumnos que caminaban alrededor.
El terror recorrió todo su cuerpo cuando esa persona colocó su brazo en su espalda, la hizo caminar y se acercó a su oído.
—Jude, te extrañé demasiado, ¿sabes lo feliz que fui al enterarme de que estabas en el mismo instituto que nosotras?
Lo supo desde el principio, por esa razón evitaba estar siempre en el mismo lugar, memorizando cada una de sus clases, y en cada lugar que coincidían para comer o conversar, pero todo se había arruinado cuando una de ellas la descubrió saliendo de una reunión de grupo.
Bueno, era obvio que pasaría en algún momento, no iba a seguir con ese plan durante tres años seguidos. Y el ebrio de su padre no la escucharía para cambiarse de instituto, la última vez salió muy mal.
—Pero sabes, esto me pone muy triste, porque odio que mis mascotas sean animales muy escurridizos —la joven acarició su rostro—. Mi querida Jude, ¿qué debería hacer contigo?
La habían arrastrado a un callejón donde sabían que la gente no transitaba mucho. Jude por inercia se arrodilló causando las risas de cada una de ellas, pero lo mejor era no hacerlas enojar, y ahora el grupo de siempre estaba completo.
—Levanten su blusa.
Amelia, quien era la abeja reina, encendió un cigarrillo.
—Te lo suplico... —dijo entre lágrimas.
—¿Quién te dio permiso para hablar? ¿Ustedes le pidieron que hablara? —todas negaron—. ¿Lo ves? Nadie te pidió que abrieras la boca, si no quieres que la llene de mierda debes obedecer como un buen perro, pero, ahora mismo debes recibir un castigo por tu mal comportamiento.
Una chica levantó su blusa como lo había ordenado, y todas se quedaron en silencio al ver las recientes cicatrices.
—¿Quién se atrevió a jugar con ella antes de que yo lo hiciera? —nadie hablo, solo se miraron entre ellas—. ¡Respondan! ¿Acaso no tienen boca?
Todas estaban asustadas, Amelia era como el mismo satanás cuando se enojaba, o mucho peor que él.
Jude respiró lentamente y respondió en un pequeño susurro.
—Las hizo mi madrastra.
—Oh, supongo que en tu casa también debes ser una basura, bueno, no se puede hacer nada al respecto.
Esta bien, solo debo aguantar un poco más.
Ese era su principal pensamiento, pero al mismo tiempo también se preguntaba el porqué, porque debería aguantar un poco más, y cuánto tiempo se convertiría ese poco.
La voz de la chica que estaba a su lado la sacó de sus pensamientos.
—¿Sigues leyendo esta basura? —lo observo detenidamente—. Espera, yo reconozco este libro... Es de Vi... —antes de terminar el nombre del propietario del libro cerró la boca de golpe y llevó su mirada a Amelia.
Quien tomó el libro entre sus manos, aquel llevaba el título Jardín de las rosas.
—Solo son tonterías...
Un regalo para Jude de una apreciada amiga, le tenía tanto apego emocional, porque además de haber sido escrito por Victoria, era lo último que quedaba de ella.
—No lo hagas... —imploro al ver sus intenciones.
Comenzó a desprender las hojas una por una. Cada vez que arrancaba una hoja podía sentir un dolor en el pecho, furiosa y con lágrimas en los ojos se armó de valor, probablemente se arrepentiría después.
Con toda la fuerza que tenía, empujó a Amelia quien cayó de espaldas soltando un grito, sin perder el tiempo tomó el libro del suelo y corrió con su corazón frenético. Había pasado tanto tiempo que se había revelado de esa manera.
No quería voltear hacia atrás, estaba cien por ciento segura de que la seguían, la sensación que tenía en ese momento era horrible, se estaba quedando muy rápido sin aire, así que lo primero que hizo fue entrar al edificio que tenía aun lado con sus puertas abiertas, cuando encontró el ascensor corrió hacia adentro presionando el botón del piso más alto con agitación.
Su respiración se detuvo por un momento al ver las puertas cerrarse justo en sus rostros.
Cuando se volvieron a abrir subió los pocos escalones que quedaban, la realidad es que no había donde esconderse, diciendo que era mejor regresar por donde vino, eso hasta que escucho sus voces a tan solo metros de ella.
Estaban subiendo las escaleras.
Cruzó la puerta entreabierta que llevaba a la azotea, sujetando el libro contra su pecho. Se acercó a la orilla del edificio y, al mirar hacia abajo, sintió cómo el aire le abandonaba por tercera vez.
La puerta se abrió de golpe. Amelia y sus amigas entraron con pasos firmes.
—¿En serio, Jude? Baja de ahí ahora mismo. Tú y yo sabemos que eres demasiado cobarde como para saltar, así que deja el show que te estás montando.
—¿No sería mejor que saltara de una vez? —añadió otra, con una sonrisa maliciosa.
—Cállate, idiota. Si la estúpida salta, nos meterá en problemas. ¿Ya olvidaste lo que pasó con la otra? Jude, ven con nosotras. Te prometo que, a partir de ahora, seré muy buena contigo.
La voz de Amelia goteaba sarcasmo. Sus ojos reflejaban un brillo morboso. Disfrutaban de su sufrimiento.
—Estoy cansada... No puedo soportarlo más. ¿Por qué me están haciendo esto? ¿Qué les hice para merecer este trato?
—Es obvio —respondió Amelia, esbozando una sonrisa cruel—. Es divertido.
¿Divertido? ¿Realmente se divertían atormentándola?
—Perfecto —murmuró Jude, dando un paso atrás—. Entonces, espero que el último acto les divierta, porque será el final.
—¡Jude, baja de ahí! —gritó Amelia, mientras Jude retrocedía con pasos cada vez más lentos.
—¡Está loca! ¡Detente! —chilló otra.
Pero Jude ya no escuchaba. Lo único que deseaba... era descansar.
—¡Por favor! ¡Baja! ¡Jude!
Unos pasos más, y su figura desapareció de la vista de Amelia y las demás. Una sensación de vértigo recorrió a Amelia, quien sabía que las consecuencias serían inminentes. Lo único que lamentaba... era no haber sido ella quien acabara con su vida.
Y lo último que Jude vio fue el cielo azul, vasto y despejado.