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Renacer en el Reino Mágico

Fatlegolas
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Synopsis
Después de una trágica muerte en México, un joven llamado Diego despierta en un mundo completamente diferente: un reino medieval lleno de magia y criaturas fantásticas. Sin embargo, no se encuentra en su forma original, sino que ha renacido como un bebé humano llamado Elian, en un pequeño pueblo donde la vida es sencilla y la magia está presente, pero es poco comprendida.A medida que Elian crece, comienza a recordar fragmentos de su vida anterior, incluyendo su vasto conocimiento sobre la historia, la ciencia y la magia. Sin habilidades mágicas notables, su única ventaja es su ingenio y su capacidad para aprender rápidamente. Con el tiempo, se convierte en un niño prodigio, utilizando sus conocimientos modernos para resolver problemas y ayudar a su comunidad.Sin embargo, el reino enfrenta una amenaza inminente: un oscuro hechicero busca apoderarse de la fuente de la magia y sumergir al mundo en la oscuridad. A medida que Elian se adentra en su nuevo entorno, se ve obligado a enfrentarse a su destino, descubriendo que su renacimiento no fue accidental y que su conocimiento podría ser la clave para salvar el reino.

Table of contents

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Chapter 1 - Un Nuevo Comienzo

Era temprano en la mañana y yo, Diego, un joven de 21 años, me dirigía a mi trabajo. Vivía en una ciudad relativamente pequeña al norte de México, un lugar que, aunque no era una metrópoli, se había convertido en mi hogar. Aquí había encontrado la oportunidad de construir mi futuro, y eso siempre me había dado esperanza.

El sol apenas comenzaba a asomarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados. Respire hondo, disfrutando del fresco aire matutino mientras caminaba por las calles que ya empezaban a cobrar vida. A pesar de las dificultades que había enfrentado, sabía que el trabajo duro eventualmente daría sus frutos. Pero hoy, algo en el ambiente me decía que todo estaba a punto de cambiar; una extraña sensación se apoderaba de mí, como si el destino estuviera a punto de jugar su carta más inesperada.

Con cada paso, me sumergiría en mi rutina diaria, sin saber que mi vida estaba a punto de dar un giro radical que alteraría mi existencia para siempre.

Mientras me ponía los audífonos, la música me hacía vivir una vida que nunca tendría. Cada nota me envolvía, transportándome a un nuevo mundo lleno de aventuras, donde la magia y la emoción eran parte de mi día a día. Me imaginaba como el héroe de una película épica, enfrentando desafíos y explorando reinos lejanos, con la banda sonora acompañándome en cada paso.

Dicen que crear estos mundos en nuestra mente es un trastorno, que imaginar vidas que no vivimos es una forma de escapar de la realidad. Pero a mí me encantaba hacerlo. La música me ofrecía una vía de escape, un refugio donde podía olvidar mis preocupaciones y sumergirme en historias que solo existían en mi imaginación. En esos momentos, sentía que todo era posible; no había límites, solo la promesa de aventuras que me aguardaban.

Esto era peligroso. No era que no me gustara mi vida, sino que el deseo de algo más podía ser un arma de doble filo. No me malinterpreten, amaba mi vida. Tenía amigos, familia y sueños, pero a veces, la realidad se sentía abrumadora. Las expectativas, las responsabilidades y el constante esfuerzo por avanzar podían ser pesados, y en esos momentos, la música se convertía en mi salvación.

Mientras me sumergía en mis pensamientos, me di cuenta de que anhelar aventuras y experiencias extraordinarias no significaba que estuviera descontento con lo que tenía. Era más bien una forma de lidiar con la monotonía y el estrés de la vida cotidiana. En mi mente, podía ser el valiente caballero que enfrentaba dragones o el astuto mago que desentrañaba secretos antiguos. Pero al abrir los ojos, el mundo real me recordaba que, aunque mis sueños eran hermosos, la vida a veces requería que me enfrentara a desafíos mucho más mundanos.

Aun así, el deseo seguía ahí, aguardando en el fondo de mi ser, susurrando promesas de lo que podría ser. Y en ese instante, con la música fluyendo a través de mí, sentí que algo estaba a punto de cambiar, como si el universo estuviera a punto de responder a mis anhelos.

Me enfoqué en mi destino mientras caminaba por las sinuosas calles, aún oscuras, pues el alba no había llegado. De repente, frente a mí, apareció alguien. Era una chica con un vestido negro ajustado que resaltaba su figura de manera cautivadora. El aroma a fresas la precedía, envolviéndome en una fragancia dulce y seductora.

La reconocí al instante: su cabello negro, largo y brillante, caía sobre sus hombros. Sus piernas eran largas y elegantes, acentuadas por unos tacones que la hacían lucir aún más impresionante. Su figura era equilibrada, con un trasero firme y unos senos muy proporcionados que completaban su belleza. Pero lo que realmente me dejó sin aliento fueron sus ojos, esos ojos color miel que brillaban con intensidad.

Cuando nuestras miradas se cruzaron, su expresión cambió. Me reconoció. En ese instante, sentí que el tiempo se detenía.

Su reconocimiento la alivió y, con una sonrisa que iluminó su rostro, me saludó. Me pidió que la acompañara; ella vivía a un par de calles de mi casa. Su mirada estaba alerta, como si estuviera consciente de que algo importante estaba a punto de suceder.

Era una pena que se prostituyera, incluso conmigo. De verdad pensé que éramos algo especial, que había una conexión genuina entre nosotros. Pero resultó que ella y la palabra "monogamia" no se llevaban bien. Cuán ingenuo fui al no darme cuenta antes. Recorría mi mente la cantidad de videos y fotos que había visto de ella con otros tipos, y esa realidad me golpeó con fuerza.

A pesar de la atracción que sentía, no podía ignorar la verdad que se manifestaba en mi mente. Me preguntaba si alguna vez había sido sincera conmigo o si simplemente había estado jugando un papel. La decepción se mezclaba con la tristeza y la confusión. En un instante, la ilusión que había construido se desmoronó, y me encontraba atrapado entre lo que deseaba creer y lo que realmente era.

Mientras caminábamos, la conversación se tornó más superficial, como si ambos sintiéramos la tensión en el aire. Mis pensamientos se agolpaban, y aunque la admiraba, no podía evitar sentirme traicionado por la imagen que había creado de ella en mi mente. ¿Cómo podía seguir adelante sabiendo lo que sabía? La lucha interna se hacía cada vez más intensa, y en ese momento, comprendí que la vida a veces nos da lecciones difíciles que debemos aprender.

De pronto, ella dijo que me había extrañado. Un suspiro molesto salió de mí, y en ese instante, la frustración se apoderó de mis palabras. "¿Tú extrañarme?" respondí con sarcasmo, incapaz de ocultar la incredulidad en mi voz.

"Sí, te he extrañado", continuó ella, con un tono más serio. "Siempre me tratas diferente, y eso me gustaba. Me diste más de lo que te pedía, y mucho más de lo que merecía". Su sinceridad me sorprendió, y una parte de mí se sintió culpable por mi reacción anterior. Pero cuando me reí y le dije que había visto que sola no estaba, un aire de tensión llenó el espacio entre nosotros.

La risa que salió de mis labios no estaba cargada de alegría, sino de un sarcasmo que no podía evitar. "¿De verdad piensas que eso me importa?", le respondí, intentando mantenerme firme. Era difícil ignorar la verdad que estaba frente a mí. A pesar de lo que me decía, su vida parecía estar

Decidí cambiar de tema, sintiendo que la tensión era demasiado pesada. "¿Por qué me sigues preguntando? ¿Qué pasa? Pareces tener miedo", le dije, intentando romper el hielo. Ella dudó un momento, como si estuviera sopesando sus palabras, y finalmente se decidió a hablar.

"Es Juan", confesó, y noté cómo su voz se tornaba más baja. "Él quiere que salga con él, pero no quiero. Me amenazó a mí y a mi familia". Su revelación me sorprendió y, de repente, la situación tomó un giro inesperado. La tristeza y el miedo que reflejaba en su rostro eran palpables.

Me reí, incapaz de contenerme ante la situación. "Juan está casado, estúpida. Él no dejará a su esposa. Probablemente solo quiere que no veas a Nadia más y tal vez vaya tras tus ex", le dije, mi tono lleno de ironía. La idea de que se dejara llevar por las amenazas de alguien así me parecía ridícula.

Ella frunció el ceño, y su expresión pasó de la sorpresa a la frustración. "No es tan simple", me respondió, claramente molesta. "No sabes lo que ha hecho. No se trata solo de lo que pienso, es sobre mi familia".

"Juan no tiene el tiempo de rastrear a tus ex; tendría que enfrentar la mitad de la ciudad", dije cruelmente, ajeno a cómo mis palabras podrían afectarla. Un silencio pesado se instaló entre nosotros, y la atmósfera se tornó incómoda mientras seguíamos caminando. Ella no respondió, y su mirada se desvió hacia el suelo, como si estuviera procesando mis palabras.

Finalmente, llegamos a su casa, y ella se despidió con un leve gesto de la mano. La vi entrar, y una parte de mí deseaba que se quedara, que pudiéramos seguir hablando. Pero el peso de la conversación y la tensión que habíamos creado hicieron que fuera mejor así.

Me dirigí a la parada de autobuses de mi empresa, sintiendo que el aire a mi alrededor se volvía más denso. Una vez allí, la música comenzó a envolverme de nuevo, sumergiéndome en un mar de melodías que me ayudaban a escapar de la realidad. Sin embargo, la imagen de su rostro y la complicada situación en la que se encontraba seguía presente en mi mente.

Mientras esperaba el autobús, reflexioné sobre cómo las decisiones de la vida podían ser tan complicadas. La conexión que había sentido con ella ahora estaba teñida de incertidumbre, y aunque el ritmo de la música era reconfortante, no podía evitar pensar en lo que vendría después.

Ajeno a mi reflexión, una camioneta pasó lentamente junto a mí. Al principio, no le presté mucha atención, pero a medida que avanzaba, noté que disminuía la velocidad y parecía seguirme. Un escalofrío recorrió mi espalda, y la música que estaba escuchando se desvaneció en el fondo de mi mente.

Miré hacia atrás con cautela, y vi que el vehículo estaba detenido un poco más adelante, con el motor en marcha. La inquietud comenzó a apoderarse de mí. ¿Sería una coincidencia, o en realidad alguien me estaba observando? Las palabras de ella sobre Juan y sus amenazas resonaron en mi cabeza, y un sentimiento de preocupación se apoderó de mí.

Decidí actuar con precaución. Sin dejar de mirar la camioneta, me alejé de la parada de autobuses y busqué un lugar más iluminado y concurrido. La idea de que alguien pudiera estar acechándome me llenó de adrenalina. ¿Era posible que Juan o alguien asociado a él estuviera detrás de esto?

Mientras caminaba, mi mente corría a mil por hora. Tenía que mantenerme alerta y pensar en mi siguiente movimiento. La sensación de estar en peligro era nueva para mí, y aunque la confusión me rodeaba, sabía que no podía dejar que el miedo me dominara. La vida estaba a punto de volverse mucho más complicada.

Sin embargo, mientras me acercaba a la parada del autobús, vi cómo la camioneta se alejaba, tomando una dirección opuesta. Un suspiro de alivio escapó de mis labios, aunque la inquietud aún persistía en mi mente. Subí al autobús, y el sonido de las puertas cerrándose me hizo sentir un poco más seguro.

A medida que el vehículo avanzaba, la sensación de peligro comenzó a desvanecerse, aunque mi mente seguía reflexionando sobre la posibilidad de que Juan estuviera detrás de todo esto. La imagen de ella, preocupada y vulnerable, no se alejaba de mis pensamientos. Tenía que hacer algo, pero no estaba seguro de qué.

Mientras el autobús recorría las calles, la música volvió a llenar el espacio, y traté de dejar de lado la inquietud. A pesar de todo, sabía que debía estar alerta. La vida podía cambiar en un instante, y ahora más que nunca, necesitaba estar preparado para enfrentar cualquier desafío que se presentara. La conexión entre nosotros seguía en pie, y quizás, solo quizás, había una forma de ayudarla a salir de esta situación.

En mi empresa, el bullicio cotidiano y las tareas asignadas comenzaron a hacer que el asunto se desvaneciera de mi mente. La rutina y el trabajo absorbieron mi atención, y por un momento, me sentí aliviado de poder escapar de la tensión que había experimentado. Pero a medida que avanzaba el día, la presión comenzó a acumularse nuevamente.

Las miradas de mis compañeros y las conversaciones triviales parecían cada vez más distantes. La preocupación por ella y la inquietud sobre lo que podría estar sucediendo en su vida no me dejaban en paz. Cada notificación en mi teléfono, cada ruido en la oficina, me hacía pensar que algo podría estar mal.

Al salir del trabajo, me dirigí hacia la parada de autobuses, tratando de dejar atrás la tensión del día. Pero todo cambió en un instante. De repente, una detonación resonó en el aire, rompiendo la calma de la tarde. La confusión y el caos se desataron cuando una camioneta apareció en escena, disparando sin piedad.

No supe qué vi primero: si a mi amigo caer, o si yo mismo sentía el dolor que se extendía por mi cuerpo. El tiempo pareció detenerse mientras la realidad se desmoronaba a mi alrededor. Mis pensamientos se tornaron oscuros, y la tristeza se apoderó de mí. No era el dolor físico lo que más me afectaba, sino el profundo pesar por lo que podría sucederle a mi familia.

"Ay, no, mi mamá estaría triste", pensé mientras el miedo se apoderaba de mí. La idea de dejarla sola, de no poder protegerla, me llenó de desesperación. La vida que conocía se desvanecía, y en medio de la confusión, sentí que el mundo se apagaba a mi alrededor.

Finalmente, me sumergí en la oscuridad. La realidad se desdibujó, y todo lo que quedaba era un profundo silencio. En ese momento, el futuro se volvió incierto y la lucha por la supervivencia se convirtió en mi única preocupación.

El caos se apoderaba de la escena. Los gritos resonaban en el aire, mezclándose con el sonido ensordecedor de la desesperación. "¡Alguien, llamen al 911!", se oía entre la multitud aterrorizada que había sido testigo de la tragedia. La atmósfera estaba cargada de miedo y confusión.

Diego, un amigo cercano, yacía en el suelo, su cuerpo inmóvil. La brutalidad del momento era innegable, y las imágenes de su caída se repetían en la mente de todos los presentes. Algunos intentaban acercarse a él, mientras otros retrocedían, paralizados por el horror. La realidad de lo que había ocurrido se instalaba como un pesado manto sobre la multitud.

La gente corría en diferentes direcciones, buscando refugio o intentando ayudar. Los teléfonos móviles se alzaban en el aire, tratando de captar la situación o comunicarse con los servicios de emergencia. Las sirenas comenzaron a sonar a lo lejos, pero el tiempo parecía haberse detenido para quienes eran testigos de la escena desgarradora.

En medio de la confusión, la desesperación se apoderaba de todos. Las lágrimas caían, y el lamento por la vida perdida se hacía palpable. En ese momento, el miedo se convirtió en una sombra que perseguía a todos, recordándoles lo frágil que era la vida y lo impredecible del destino. La noche había caído, y con ella, una oscuridad que iba más allá de la ausencia de luz.

Cuando finalmente llegaron las autoridades, la escena ya estaba marcada por el caos y la tristeza. Las luces de los patrulleros parpadeaban en la oscuridad, rompiendo el silencio con su destello azul y rojo. Los oficiales se movían con rapidez, tratando de controlar la situación, mientras los paramédicos se acercaban a Diego, su rostro pálido y su cuerpo inerte.

Los noticieros también comenzaron a llegar, reporteros con cámaras en mano y micrófonos listos, buscando captar cada detalle del trágico suceso. La multitud, aún conmocionada, se agrupaba, algunos tratando de explicar lo ocurrido, mientras otros simplemente se aferraban a sus teléfonos, grabando el horror.

"¿Qué pasó aquí?", preguntaba un periodista a un testigo, mientras otros se apresuraban a establecer sus equipos de transmisión. La noticia se esparciría rápidamente, y la brutalidad del incidente se convertiría en un tema candente en las redes sociales y en los titulares del día siguiente.

Las autoridades intentaban mantener el orden, pero la tensión seguía palpable en el aire. La gente seguía llorando, lamentándose no solo por Diego, sino por la pérdida de la seguridad y la paz en sus vidas. Cada grito, cada lágrima, se sumaba a la narrativa de un día que cambiaría sus vidas para siempre.

Mientras las cámaras capturaban la escena, la realidad de lo que había sucedido se hacía más evidente. La vida no volvería a ser la misma, y la sombra de aquella noche oscura se extendería mucho más allá de aquel lugar. La lucha por entender y procesar el dolor apenas comenzaba.

En otra parte de la cuidad,

lla se enteró de la tragedia a través de la televisión. Aquella mañana, mientras se preparaba para el día, las imágenes comenzaron a aparecer en la pantalla, mostrando la escena del tiroteo, las luces de sirena y el despliegue de autoridades. Su corazón se detuvo al escuchar los nombres de las víctimas.

La voz del presentador resonaba en su mente, pero todo se volvió un eco distante cuando mencionaron a Diego. La noticia golpeó como un puñetazo en el estómago. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras el impacto de la realidad se instalaba en su pecho. No podía creer que su amigo ya no estuviera.

Las imágenes de la multitud, los gritos de desesperación y la presencia de los reporteros la envolvieron en una sensación de impotencia. Su mente viajaba a la escena, imaginando el horror que había sucedido, el caos y la tristeza que ahora marcaban a quienes lo conocían.

Se sentó en el sofá, aturdida, mientras el presentador continuaba hablando de los detalles del incidente. "¿Por qué tuvo que pasar esto?", se preguntaba, sintiendo el peso de la tristeza y la culpa. Una mezcla de emociones la abrumaba; la preocupación por aquellos que estaban allí, la tristeza por la pérdida de Diego y la inquietud por el futuro.

La noticia la sacudió, y en su corazón sabía que debía actuar, que no podía quedarse de brazos cruzados mientras el dolor se esparcía. Tenía que encontrar la manera de honrar la memoria de Diego y apoyar a quienes quedaban. La vida, aunque frágil, aún tenía que continuar, y ella estaba decidida a ser parte de esa lucha.

Lo peor para un padre es ver a su hijo morir, y allí estaba él, parado frente al tubo que contenía el cuerpo de Diego. La realidad le golpeaba con fuerza; jamás había pensado que tendría que reconocer a su propio hijo en un lugar así. La angustia y el dolor se entrelazaban en su corazón, dejándolo atrapado en una espiral de emociones que no sabía cómo enfrentar.

No sabía qué pensar ni qué sentir. La noticia había llegado como un torrente, devastadora e implacable. Decidió entrar solo, sintiendo que su esposa no debería soportar el peso de esa imagen. Ya había tenido suficiente con la noticia, y él no quería añadir más sufrimiento a su vida. Sin embargo, al cruzar la puerta, se dio cuenta de que también estaba perdido en su propio dolor.

Las lágrimas ardían en sus ojos mientras se acercaba al tubo. La visión de su hijo, una vida llena de promesas y sueños, se desvanecía en un instante. Recordaba momentos compartidos, risas, charlas sobre el futuro, y ahora todo eso se había convertido en un eco lejano. La sensación de impotencia era abrumadora; no había nada que pudiera hacer para cambiar lo que había ocurrido.

El padre se sintió como un náufrago en un mar de desolación, flotando sin rumbo en un océano de tristeza. La pérdida era tan profunda que el aire se sentía denso, y cada respiración era un recordatorio de lo que había perdido. En su mente, se repetía una y otra vez: "No debería haber sido así".

Él debía estar a la altura de su fe. Como pastor y pilar de su comunidad, había guiado a muchos en momentos de crisis, ofreciendo consuelo y esperanza a quienes más lo necesitaban. Sin embargo, en ese instante, se encontraba en la cúspide de su propio desconsuelo, luchando por encontrar respuestas en medio de la tormenta.

Se contenía mientras una mezcla de preguntas lo atormentaba. "¿Por qué, Dios? ¿Por qué a mí? ¿Por qué a mi hijo?" La fe que había sostenido su vida y la de su familia ahora se sentía como un hilo frágil, a punto de romperse. Cada pregunta resonaba en su mente, como un eco que se negaba a desvanecerse.

Miraba el tubo que contenía a Diego, y la imagen de su hijo lo abrumaba. Había dedicado su vida a servir a Dios y a su comunidad, y ahora se cuestionaba si había fracasado. La tristeza y la confusión se entrelazaban, y la ansiedad lo mantenía despierto en la noche. La fe, que siempre había sido su refugio, ahora parecía una carga pesada que no sabía cómo llevar.

Mientras las lágrimas caían, supo que debía encontrar la manera de reconciliar su dolor con su fe. Tenía que recordar que la vida era un don precioso, aunque a veces cruel e incomprensible. Sabía que no podía permitir que la desesperación lo consumiera, no solo por su propia salud mental, sino también por su esposa y la comunidad que lo seguía.

Las lágrimas empezaron a brotar, y con cada gota que caía, parecía que el aire se acababa a su alrededor. La sensación de ahogo era casi palpable; el dolor se manifestaba físicamente, como si cada lágrima llevara consigo una parte de su alma. La tristeza lo envolvía, y se sentía impotente ante la magnitud de su pérdida.

En el funeral de Diego, no había persona que llorara más que su madre. Su dolor era palpable, una tristeza profunda que llenaba el aire mientras se acercaba al ataúd, aquel lugar que contenía a su hijo. Las lágrimas caían sin cesar, y su llanto era un eco desgarrador que resonaba en el corazón de todos los presentes.

Mientras observaba a su hijo en ese estado, la madre se sentía atrapada entre la incredulidad y la desesperación. "¿Por qué, Dios? ¿Por qué permitiste esto?", gritaba en su interior, buscando respuestas que jamás llegarían. La imagen de Diego, un joven lleno de vida, era un recordatorio constante de lo que había perdido.

Recordaba cómo él solía bromear, diciéndole a menudo que moriría primero para no tener que ver a su madre en ese estado. Esas palabras, que antes le provocaban una risa nerviosa, ahora se convertían en un dolor punzante. La ironía de la vida se manifestaba en su ausencia, y el peso de su pérdida se hacía cada vez más insoportable.

La madre, en su profundo duelo, se sentía sola en su sufrimiento. Aunque había otros que estaban allí para ofrecer consuelo, nadie podía entender el vínculo especial que compartía con su hijo. Cada lágrima que caía era un grito de amor, un recordatorio de los momentos felices que habían compartido y de los sueños que nunca se cumplirían

En el entierro, cuando todos comenzaron a irse, ella se acercó lentamente a la lápida de Diego, su corazón aún abrumado por la tristeza. El aire estaba cargado de un silencio reverente, interrumpido solo por el sonido de las hojas moviéndose con el viento

A su lado, un niño pequeño, curioso e inocente, la miraba con ojos grandes y llenos de preguntas. "Mamá, ¿qué pasa? ¿Por qué lloras?" La voz del niño era un recordatorio de la pureza y la simplicidad de la vida, un contraste doloroso con la realidad que ella enfrentaba.

Mientras luchaba por contener su llanto, su mente seguía girando en torno a la misma pregunta: "¿Por qué?". La injusticia de la muerte de Diego lo golpeaba con fuerza, y cada respiración se sentía más difícil. Era un padre que había perdido a su hijo, y la carga de ese dolor lo hacía sentir pequeño, vulnerable

Se limpio las lagrimas y dijo ¨Nada hijo lamento que nunca conocieras a tu padre¨