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El Último Reinicio

🇦🇷LonorSayng
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Synopsis
La humanidad alcanzó su apogeo tecnológico en el siglo XXIII, pero la abundancia trajo consigo el colapso. Cuatro imperios en guerra redujeron la Tierra a cenizas, obligando a los supervivientes a huir al cosmos. Tras años de deriva, hallaron refugio en Nayrith, un mundo hostil y desconocido donde las reglas de la civilización se reescribieron con sangre. Veinticinco años después, la tragedia golpea de nuevo. Un cataclismo despierta horrores inimaginables, bestias emergen de portales oscuros, y los débiles son devorados sin piedad. En este mundo brutal, Lucian Draeven fue solo otro desecho de la sociedad, un hombre sin talento que nunca pudo destacar. A pesar de haber despertado un poder, jamás fue suficiente. Y así, murió como un perro en un sucio callejón. Pero la muerte no fue el final. Un error en el sistema lo arrastró al pasado, regresándolo años antes del gran cataclismo. Sin el sistema de juego que alguna vez le prometió poder, sin segundas oportunidades fáciles, y con un destino marcado por la desesperación, deberá encontrar su propio camino para sobrevivir. En las sombras de Vahrahn, donde la pobreza, la violencia y el tráfico de tecnología biomecánica dominan las calles, cada decisión es una apuesta con la muerte. Esta vez, no permitirá ser la presa. Esta vez, aprovechará cada fragmento de conocimiento sobre el futuro y forjará su propio destino. Pero el tiempo avanza implacable. Y el cataclismo está cada vez más cerca.
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Chapter 1 - El Precio de la Debilidad

Capítulo 1: El Final de la Tierra

El siglo XXIII fue el pináculo de la humanidad. Durante siglos, la civilización había avanzado a pasos agigantados, dominando la energía de las estrellas, conquistando el genoma humano y superando las limitaciones biológicas que una vez parecieron inquebrantables. Las enfermedades fueron erradicadas, la longevidad se extendió más allá de los dos siglos, y la inteligencia artificial dirigió sociedades con una eficiencia fría y precisa.

Pero el progreso trajo consigo un enemigo silencioso: la abundancia. Con recursos infinitos a su disposición, la humanidad cayó en la complacencia, y las diferencias ideológicas que habían sido suprimidas por siglos volvieron a encenderse como un incendio en un bosque seco. La Tierra, antaño un hogar unificado, se fragmentó en cuatro grandes imperios, cada uno con su propia visión del futuro.

Los Heliopolitas, descendientes de las élites tecnológicas, buscaban una sociedad regida completamente por la inteligencia artificial, donde el ser humano fuera un engranaje más en la maquinaria del progreso.

Los Arcontes de Gaia, en cambio, rechazaban la tecnología extrema y abogaban por un regreso a la naturaleza, utilizando la biotecnología para fusionarse con el entorno.

Los Dominionistas, militaristas y expansionistas, creían en la conquista del cosmos como el único camino para la supervivencia de la especie.

Y finalmente, los Eclesiastas, una teocracia nacida del culto a la trascendencia digital, donde las conciencias humanas eran subidas a la red para alcanzar la inmortalidad.

Durante décadas, las tensiones crecieron hasta que, inevitablemente, estalló la guerra. No fue una guerra como las del pasado; fue el fin de la civilización tal como se conocía. Armas energéticas de una escala inimaginable devastaron continentes enteros, mientras enjambres de nanomáquinas desmantelaban ciudades en minutos.

El conflicto fue brutal y despiadado, y en menos de cincuenta años, la Tierra se convirtió en un cementerio.

Los supervivientes, escasos y desesperados, huyeron en enormes flotas de naves generacionales, dejando atrás un mundo que ya no podía sostener la vida humana.

Años vagaron en la inmensidad del cosmos, sin un destino fijo, hasta que finalmente, en la galaxia de Andrómeda, encontraron un planeta habitable. Un mundo parecido a la Tierra en su fase primitiva, pero con una atmósfera respirable, mares azules y vastas tierras inexploradas.

Lo llamaron Nayrith, su nuevo hogar.

Durante veinticinco años, la humanidad resurgió de sus cenizas. Se establecieron tres grandes continentes, cada uno con su propia cultura y forma de gobierno.

El primero, Aetheris, fue fundado por los descendientes de los Heliopolitas. Era el más avanzado tecnológicamente, con ciudades flotantes, sistemas de automatización total y una sociedad regida por una inteligencia artificial central. Sus habitantes, aunque dotados de un nivel de vida sin igual, vivían bajo una vigilancia constante y un estricto control social.

El segundo, Vahrahn, se convirtió en el continente de los fuertes y supervivientes. Un lugar hostil y brutal donde la ley la imponía el más apto. Fue el territorio más golpeado por el gran cataclismo, y sus habitantes se vieron obligados a adaptarse rápidamente a las nuevas amenazas. Guerreros, mercenarios y cazadores proliferaban en sus tierras, enfrentando los horrores que emergieron tras la llegada de Nayrith.

El tercero, Terrakos, era el más próximo a la naturaleza. Fundado por los Arcontes de Gaia y otros grupos que rechazaban la tecnología extrema, se establecieron en vastas extensiones de bosques, ríos y montañas. En Terrakos, la humanidad se mezcló con la naturaleza, usando biotecnología para fortalecer sus cuerpos y conectar con la fauna del planeta.

[El Último Combate]

La lluvia golpeaba la tierra seca con un repiqueteo constante. La sangre se mezclaba con el barro, formando un lodazal oscuro y espeso que atrapaba los pies del anciano. Su cuerpo temblaba por la fatiga y la pérdida de sangre.

Una herida profunda surcaba su pecho, y el dolor lo hacía jadear con cada respiración. En su mano derecha sostenía una espada corta, desgastada y mellada, apenas útil para el combate.

Frente a él, el goblin lo observaba con una sonrisa grotesca. Era una criatura baja, encorvada, de piel verdosa y costras negruzcas. Sus dientes amarillentos sobresalían en distintas direcciones, y su hedor era nauseabundo. Babas espesas caían de su boca mientras siseaba, disfrutando de la agonía del anciano.

El viejo escupió sangre y se sostuvo el costado con una mano temblorosa.

—Maldito engendro... al menos podrías lavarte la boca antes de matarme... —gruñó con una risa amarga.

El goblin siseó, mostrando su asquerosa lengua bífida. En un parpadeo, saltó hacia él con las garras extendidas. El anciano giró su cuerpo con torpeza, pero su pierna falló y cayó de rodillas en el barro. Un dolor agudo atravesó su muslo derecho cuando las garras del goblin se hundieron en su carne.

Gritó, pero su grito fue ahogado por la tormenta. Con su última pizca de fuerza, alzó la espada y la hundió en el cuello del goblin. La criatura chilló, pataleando y arañando su rostro con desesperación. Sus uñas desgarraron la piel del anciano, dejando surcos sangrientos en su mejilla.

El goblin se convulsionó y su cuerpo finalmente quedó inmóvil.

El viejo dejó caer la espada y su respiración se volvió errática. Sus ojos se nublaron. Sentía su vida escaparse con cada latido.

—Siempre fui un miserable... un clase baja... aunque desperté, nunca fue suficiente...

Su visión se oscureció por completo.

Un sonido mecánico resonó en su mente.

"Error... jugador no apto... Error... Modificando sistema, ejecutando plan de respaldo".

El Regreso

Un zumbido sordo invadió su cabeza. Luego, un destello blanco.

Sus ojos se abrieron de golpe.

Frente a él, una pantalla flotaba en la nada:

"Jugador número 258... no apto. Se cerrará la sesión."

La pantalla parpadeó y desapareció.

Su respiración se volvió errática. El aire frío llenó sus pulmones, pero ya no sentía el dolor punzante en su pecho ni el peso de los años sobre su espalda. Sin embargo, el miedo lo envolvió de inmediato. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?

Se incorporó bruscamente, sus manos recorrieron su cuerpo con urgencia, buscando las heridas que, momentos atrás, habían condenado su existencia. Pero no había sangre, ni cicatrices abiertas. Su piel estaba firme, rejuvenecida. Sus manos no eran huesudas ni temblorosas, sino fuertes y ágiles.

El latido en su pecho se aceleró. Su vista se movió frenéticamente por su entorno. Reconocía aquel lugar. Era su antigua habitación... si es que podía llamarse así.

Las paredes eran de madera vieja y desgastada, con grietas por donde el viento silbaba durante las noches más frías. Un colchón delgado descansaba en un rincón, acompañado de una manta raída. La única luz provenía de una lámpara de aceite a medio consumir. El olor a humedad y polvo le trajo recuerdos lejanos.

—No puede ser... —murmuró, con la garganta seca.

Se tambaleó al ponerse de pie, sintiendo cómo sus piernas, ahora firmes y jóvenes, le respondían con precisión. Caminó hacia la puerta de su pequeña cabaña y la abrió con manos temblorosas.

El aire de Vahrahn lo recibió con su habitual crudeza. La brisa era fría y amarga, cargada con el hedor de la pobreza y el hierro oxidado. A lo lejos, el murmullo de la ciudad baja resonaba con voces cansadas, pasos arrastrados y el golpeteo de los herreros trabajando sin descanso.

—Estoy de vuelta... —dijo en un susurro tembloroso.

Estaba en la parte más baja de la sociedad, la clase despreciada. Aquí, los débiles como él apenas sobrevivían, aplastados por la miseria y la brutalidad del mundo exterior. Nadie le tendería una mano. Nadie se preocuparía si desaparecía mañana.

El miedo seguía palpitando en su pecho, pero algo más comenzaba a crecer en su interior. Un pensamiento, una certeza.

Sabía lo que venía. Sabía lo que el futuro traería consigo.

Y esta vez, no estaría indefenso.

El Nuevo Mundo

Durante dos días, vagó por la ciudad, cubierto con una capa raída que ocultaba su rostro. Sus pasos lo llevaban por callejones angostos y plazas cubiertas de miseria. La pobreza y la violencia eran las únicas constantes en la parte baja de Vahrahn. Aquí, la muerte no era un castigo, sino un evento cotidiano.

Calles plagadas de matones y mercenarios sin moral alguna. Peleas callejeras donde el más débil era humillado hasta la muerte. Negocios turbios donde la venta de órganos humanos y piezas tecnológicas ilegales ocurría a plena luz del día. Pero lo más codiciado eran las piezas biomecánicas, mejoras artificiales para el cuerpo humano. Brazos que aumentaban la fuerza, piernas que otorgaban velocidad, ojos de distintas clases, desde los más simples hasta los ojos de guerra, capaces de predecir trayectorias de proyectiles con precisión letal.

Se detuvo frente a un grupo de traficantes que exhibían un brazo cibernético en una mesa improvisada. La carne chamuscada aún colgaba de los conectores. Sus dedos se crisparon. Todo esto lo recordaba. Nada había cambiado.

Perdido en sus pensamientos, chocó contra un hombre. Apenas sintió el impacto, pero la reacción fue inmediata. El sujeto se giró bruscamente y lo golpeó en el rostro, enviándolo al suelo.

El velo que cubría su rostro cayó.

—¡Vaya, vaya! Miren a quién tenemos aquí —la voz del hombre era áspera, burlona—. La perra del norte ha vuelto.

El protagonista reconoció de inmediato a aquel hombre: Ángel, un perro de la Organización del Norte. Un matón con una sonrisa llena de dientes podridos y una mirada cruel. Un hombre que en su otra vida, había sido un verdugo de la ciudad baja.

Ángel rió, escupiendo al suelo mientras observaba al protagonista con burla.

—Mírate, perdido, débil, igual que antes. Pensé que habías desaparecido... pero qué suerte la mía. Chicos, vengan aquí. ¡Vamos a divertirnos con este pedazo de basura!

Voces ruidosas se acercaron. Cinco... no seis hombres. No tenía oportunidad. En cuestión de segundos, los golpes llovieron sobre él. Puños, patadas, huesos crujiendo bajo el impacto despiadado. Su cuerpo se debilitó. Se ahogó en su propia sangre, Sintió su mandíbula romperse, sus costillas ceder.

Todo se oscureció de nuevo. Muriendo como un perro en un callejón, una vez más.

Pero algo cambió.

En el abismo de la inconsciencia, una pantalla apareció nuevamente ante sus ojos.

"Reorganización completa. Adaptando el sistema para su funcionamiento correcto."

..

..

Un abismo infinito. Una penumbra infinita que parecía devorar todo a su alrededor, donde el tiempo y el espacio no tenían significado. Un vacío insondable.

No había sonido, ni tacto, ni dolor. Solo vacío.

Y entonces, una pantalla surgió ante él.

"Reorganización completa. Adaptando el sistema para su funcionamiento correcto."

Las letras parpadearon. Pero no desaparecieron. En su lugar, apareció una nueva línea de texto:

"Error detectado. Usuario eliminado prematuramente. Forzando reinicio anticipado."

Un destello cegador lo envolvió.

Su cuerpo se tensó. Su mente fue arrastrada por un torbellino de imágenes, recuerdos, sensaciones. Su muerte a manos de Ángel. El dolor. El odio. El miedo.

Y luego… silencio.

Abrió los ojos de golpe.

El techo de madera. El colchón delgado. La lámpara de aceite. Su habitación.

Se incorporó de inmediato, su respiración descontrolada. Había vuelto. Otra vez.

El zumbido familiar le perforó los oídos. La pantalla flotaba frente a él.

"Jugador número 258... no apto. Se cerrará la sesión."

La misma frase. Pero ahora había más.

"Protocolo de emergencia activado. Sistema adaptándose a usuario."

..

"Regresión estabilizada. Sincronización de datos en progreso."

..

"Fallo crítico detectado. Procediendo con el cierre del sistema...."

Las palabras se desvanecieron una a una, hasta que no quedó nada.

El silencio lo envolvió.

Nada. Ninguna interfaz. Ninguna voz mecánica. Ninguna guía.

El sistema... se había ido. Cerrado. Bloqueado. Para siempre?!!!.

Lucian sintió un escalofrío recorrer su espalda. Su corazón latía con tanta fuerza que sentía que estallaría en su pecho. No había sistema... No tenía nada...

El pensamiento lo golpeó como una ola gélida. Estaba completamente solo en este mundo.

Lentamente, llevó su mano derecha a su rostro, cubriéndose la boca y la nariz. Su respiración se volvió errática. Su mente se retorcía en un frenesí de emociones. Terror. Confusión. Incredulidad.

Y luego, algo más…

Una risa.

Baja, gutural, incontrolable. Un sonido que comenzó como un jadeo ahogado y creció en intensidad hasta convertirse en un eco de locura.

Había muerto dos veces. Dos malditas veces.

Y aún así, seguía aquí.

Su cuerpo temblaba, sus labios se curvaron en una sonrisa. Un éxtasis enfermizo lo envolvió.

¿Qué significaba esto? ¿Era una maldición o una bendición? ¿Era él un fantasma atrapado en un ciclo sin fin? ¿O una aberración que no debía existir?

Sus dedos se apretaron contra su rostro, sus uñas clavándose en su piel.

...

—Joder… —susurró entre jadeos de risa—. Esto es real… Esto es…

Sus hombros se sacudieron. Su respiración se entrecortó. Su corazón latía desbocado. El mundo se sentía más vivo que nunca.

Entonces, se detuvo.

Su sonrisa se desvaneció. Sus ojos se abrieron con una claridad repentina.

No tenía el sistema. No tenía habilidades. No tenía segundas oportunidades.

Pero seguía teniendo algo. El futuro.