El viento soplaba con fuerza, levantando nubes de polvo que se entrelazaban con las cenizas flotantes de un mundo en ruinas. El horizonte, una lĂnea borrosa entre el cielo gris y la tierra quebrada, parecĂa no tener fin. El sol, apenas visible a travĂ©s de las nubes, proyectaba una luz tenue, como si tambiĂ©n estuviera exhausto de la lucha por iluminar la tierra que una vez fue un paraĂso.
Thorne caminaba al frente del grupo, sus pasos firmes y resonantes sobre el suelo resquebrajado. Las cicatrices de su cuerpo, testigos de innumerables batallas, se movĂan con Ă©l, como una memoria que nunca se desvanecerĂa. Su mirada, fija y decidida, no se apartaba del camino que se extendĂa ante Ă©l. Era el lĂder, aunque a veces dudaba de sĂ mismo. El peso de la responsabilidad recaĂa sobre sus hombros, pero su voluntad era más fuerte que cualquier sombra de inseguridad.
A su lado caminaban los demás: Kaia, cuya calma era una roca en medio de la tormenta; Lira, siempre analĂtica, observando cada rincĂłn en busca de algo Ăştil; Jarek, un muro de mĂşsculo y resistencia, que parecĂa listo para enfrentarse a cualquier amenaza; Milo, el más joven, pero con una agudeza y curiosidad que no podĂan subestimarse; y Corvin, un lĂder a su manera, siempre calculador, pero confiable en su lealtad.
El refugio al que se dirigĂan no era un lugar seguro, pero era el Ăşnico que quedaba en la ruta. Un asentamiento subterráneo, construido hace años por los Ăşltimos sobrevivientes de la utopĂa que una vez existiĂł. Nadie sabĂa exactamente quĂ© ocurriĂł con esa civilizaciĂłn, solo sabĂan que un experimento fallido habĂa dejado el mundo al borde de la destrucciĂłn.
—Vamos, aĂşn nos queda mucho por recorrer antes de la caĂda de la noche —dijo Thorne, su voz firme pero con un toque de agotamiento.
Kaia asintiĂł, sin decir palabra, pero su mirada se posĂł brevemente en el horizonte. Aquella tierra, marcada por el desastre, parecĂa no ofrecer ninguna esperanza, pero ella sabĂa que la sobrevivencia era una batalla diaria. En sus manos, un pequeño mapa maltratado por el tiempo era su Ăşnica guĂa.
—He escuchado historias sobre este lugar —comentĂł Lira, con su tono caracterĂstico de escepticismo—. Se dice que la tecnologĂa subterránea todavĂa funciona. Si logramos llegar, podrĂamos encontrar algo Ăştil. Quizá incluso un refugio real, no como esos huecos en el suelo que usamos de escondites.
Jarek resoplĂł, ajustando su mochila sobre los hombros. Su cuerpo robusto y su semblante de guerrero no eran fáciles de engañar. La idea de "tecnologĂa funcionando" le parecĂa más un mito que una realidad. Sin embargo, confiaba en Lira, aunque la duda siempre lo rondaba.
—Lo que sea que estĂ© allĂ, mejor que nos dĂ© algo para defendernos —gruñó, mirando hacia las montañas distantes que se alzaban como sombras gigantescas.
Milo, caminando a unos pasos detrás, se mantuvo callado, pero su curiosidad no dejaba de brillar en sus ojos. A pesar de su juventud, entendĂa la gravedad de la situaciĂłn. Cada dĂa fuera de los refugios era una lucha por mantenerse con vida, y Ă©l no podĂa dejar de pensar en lo que les esperaba.
Corvin, el más callado del grupo, observĂł a Thorne por un momento, notando la tensiĂłn en sus hombros. Aunque el lĂder nunca lo dijera, todos sabĂan que la carga de ser el encargado de guiarlos a travĂ©s de este mundo devastado lo pesaba más de lo que querĂa admitir.
—Si alguien puede encontrar una salida, es Thorne —dijo Corvin finalmente, con un tono casi solemne. Las palabras eran pocas, pero llevaban un peso que el grupo entendĂa bien.
Thorne mirĂł al horizonte, sin responder. SabĂa que su rol como lĂder era mucho más que solo dirigir. TenĂa que ser la esperanza, la fuerza que los impulsara a seguir adelante, incluso cuando las sombras del pasado los acechaban.
Al llegar al borde de un acantilado, el grupo observĂł la entrada al refugio. Era un tĂşnel subterráneo, oscuro y olvidado por el tiempo. Un rastro de huellas en la tierra sugerĂa que otros ya habĂan llegado allĂ antes, pero su destino era incierto.
Thorne levantĂł la mano para hacer una señal de silencio. Las sombras de la tarde ya se cernĂan sobre ellos, y algo en el aire les decĂa que no estaban solos.
—Entramos juntos, como siempre —ordenó, y sin esperar una respuesta, empezó a caminar hacia la entrada.
Mientras el grupo lo seguĂa, un susurro distante flotĂł en el aire, como un eco de lo que alguna vez fue. Un recordatorio de que el colapso no solo habĂa destruido ciudades, sino que habĂa dejado cicatrices más profundas, marcas invisibles en las almas de quienes aĂşn quedaban.