Me encontré parada al borde de un extenso campo de batalla, observando cómo los hombres lobo luchaban salvajemente, sus garras desgarrando piel y carne.
El suelo bajo mis pies estaba empapado de sangre, y no podía entender por qué estaban luchando ni qué esperaban ganar.
No era solo una pelea entre dos manadas—era una guerra que involucraba a todas, cada una volviéndose contra la otra en un frenesí de violencia.
Mientras miraba el caos, más hombres lobo se unían a la batalla, cargando en la refriega, gruñendo y destrozándose unos a otros como si la matanza fuera un juego para ellos.
Sentí náuseas al ver la masacre, pero no podía moverme. Algo dentro de mí se agitó, una presencia que no podía ignorar.
—¡Muévete hacia ellos! —una voz dentro de mí ordenó, alta y firme.