Alfa Derrick entró en la casa de la manada con un aire de autoridad, sus ojos agudos escaneando la multitud reunida.
Mona se mantuvo rígidamente a un lado, con los brazos cruzados, mientras que Kimberly permanecía en el centro, silenciosa e inmóvil.
Los ancianos de la manada se sentaron o se pararon cerca, sus murmullos curiosos creciendo más fuertes con cada momento que pasaba.
—Todos, al salón de reuniones ahora —ordenó Alfa Derrick, su voz cortando el murmullo como una hoja. Su tono no dejaba lugar para la vacilación.
Mona intercambió una breve mirada con Kimberly pero no dijo nada.
Kimberly siguió en silencio mientras el grupo entraba en el salón de reuniones, su cabeza erguida a pesar del tumulto en su mente.
«Me están tratando como un misterio por resolver, no como una persona que acaba de pasar por el infierno», pensó, con un filo amargo invadiendo su corazón.
La sala se llenó rápidamente de murmullos de nuevo mientras Derrick se sentaba al frente de la mesa.