La luna colgaba alta en el cielo nocturno, arrojando un resplandor plateado sobre el territorio de la manada.
Kimberly estaba sentada en el borde de su cama, su mente aún girando por los eventos del día anterior.
Mohandria estaba sentada con las piernas cruzadas sobre la alfombra cerca de la ventana, garabateando notas en su diario.
—Has estado terriblemente callada —dijo Mohandria, sin levantar la vista de su cuaderno—. ¿En qué piensas, Kim?
Kimberly suspiró, pasando los dedos por su cabello. —En todo. El tiroteo, los secretos... Siento como si estuviera atrapada en un rompecabezas donde falta cada pieza.
Mohandria cerró su diario y se levantó. —Bueno, eso no es del todo cierto. Sabemos que alguien te persigue.
—Sabemos que hay gente observándonos. Y sabemos que tú eres... especial.
—Especial —repitió Kimberly, su voz cargada de sarcasmo—. Suficientemente especial para atraer peligro dondequiera que voy. —Suspiró de nuevo, recostándose en su cama.