Chapter 4 - Capitulo 4: Amara

En el Interior de un palacio lujoso del tamaño de un estadio, pintado de color blanco con detalles negros, se encontraba un hombre de mediana edad con cabello rubio, barba dorada, ojos azules que parecían cansados y de complexión media; llevaba puesta una armadura de cuerpo completo blanca grisácea con una capa de terciopelo negra y una corona adornada con joyas como el rubí y el zafiro.

Enfrente suyo, se encontraba una mujer hermosa al final de su juventud: cabello negro recogido; suave y sedoso, nariz afilada y simétrica, ojos almendrados púrpuras y una figura espléndida, aunque tenía una ligera hinchazón abdominal; vestía un vestido de bodas blanco con bordados detallados y sobre su cabeza tenía un velo que le cubría parte de su rostro, acababa de casarse

La pareja parecía estar discutiendo sobre algún tema.

"¿En serio no hay otra solución?" Preguntó la mujer.

"No, intentamos negociar con ellos, pero no funcionó, incluso acabaron con miembros de la familia de un noble." Respondió el hombre.

"Lo sé, pero tiene que haber otra forma, sin tener que llegar a estos extremos. Tampoco puedo soportar la idea de tener posibilidades de perderte."

"Amara, por favor, entiéndelo. A mí también me gustaría que hubiera otra manera, sin embargo, no la hay. Han empezado a acabar con la vida de inocentes, hay niños que están siendo llevados con ellos, quien sabe que cosas horribles les harán."

"Cómo rey, no puedo quedarme de brazos cruzados observando como mi gente sufre día a día." Dijo el hombre mientras caminaba hacia la puerta, dispuesto a salir de la habitación en la que se encontraba.

"¿Y cómo esposo?" La mujer le preguntó con una voz al borde de quebrarse, parecía rogarle que se quedara.

El hombre se detuvo por un momento, sin embargo, segundos después reanudó su caminata y salió de la habitación.

...

En medio de un campo de pastizal verde, se reunían cientos de hombres, dividiéndose en dos bandos. En el primer bando, tenían puestas armaduras con cascos grises, portando espadas que irradiaban un aura amarilla particular y estaban montados sobre caballos. Mientras que en el segundo, llevaban uniformes militares verdes con rifles en sus manos y cañones a su lado.

Al frente de ambos lados se plantaban dos figuras cara a cara. Un hombre que portaba una corona sobre su cabeza y otro que tenía una franja roja con dos cuchillos formando una equis en su brazo derecho.

"Si aceptas someterte ante nosotros, jurando lealtad eterna, esta masacre se puede evitar." Dijo el hombre de la franja roja con una expresión seria

"¿Y aceptar que esclavices a mi gente? No soy tan estúpido como para no saber lo que significa eso." Dijo el hombre de la corona con una expresión disgustada.

"¿Entonces esa es tu respuesta final?"

"¿Tú que crees?"

"Te arrepentirás de esa elección."

"¡Fuego!" "¡A la carga!" Gritaron las dos figuras al unísono.

Los soldados comenzaron a disparar indiscriminadamente mientras que los guerreros cargaban a toda marcha montados en sus caballos.

Uno, dos, tres... varios guerreros iban cayendo a causa de los rifles y cañones, no obstante, algunos lograron llegar al campo enemigo, se bajaron de los caballos y sus cuerpos comenzaron a irradiar la misma aura amarilla de las espadas.

De repente, los guerreros aparecieron detrás de los soldados, matándolos uno a uno. A pesar de esto, los soldados ya habían logrado acabar con muchos de ellos y aunque fueron tomados por sorpresa, comenzaron a acribillar a los pocos de los guerreros que se infiltraron en sus filas.

Uno de los guerreros que se había quedado al lado del hombre con corona que estaba viendo todo con una expresión sombría, le dijo:

"Su majestad, sé que esto sonará duro, pero, tenemos que retirarnos, no podemos permitir que lo capturen."

El hombre lo miró con una expresión que parecía negarse, sin embargo, al pensarlo mejor, decidió hacer caso a sus palabras y se retiró del campo de batalla junto al guerrero.

...

En las puertas de entrada de una ciudad, dos guardias vieron a lo lejos que se acercaban dos caballos a toda prisa.

"¡Alto ahí! ¡Identifiquense!" Gritó uno de los guardias."

Los caballos fueron reduciendo su velocidad hasta detenerse por completo, dos figuras se bajaron y se acercaron hacia los guardias.

"¿Acaso necesitas que tu rey te diga quién es?" Dijo el hombre que portaba la corona con una expresión severa.

"¡S-su majestad! ¡Me disculpo por mi ofensa!" Respondió el guardia totalmente apenado.

"No hay problema, lo hiciste bien."

El rey entró por la puerta con el guerrero siguiéndolo detrás.

El rey le dijo al guerrero:

"Evacúa a la gente de la ciudad, el ejército de Albaria vendrá y acabará con la gente de manera indiscriminada, hay que evitar eso."

"Entendido, Majestad."

El rey fue a toda prisa al palacio, cuando llegó, notó que no había nadie, ni siquiera un guardia, lo cual le pareció extraño. Sin embargo, estaba más preocupado por su amada que lo ignoró y entró corriendo al palacio.

"¡Amara! ¡Tienes que salir deprisa e irte de la ciudad junto al resto de la gente!" Gritó el rey mientras estaba llegando a la habitación de él y su esposa.

No provino sonido desde adentro, cosa que lo preocupó en extremo y apresuró aún más el paso.

Cuando entró a la habitación, vio una escena que jamás podría olvidar.

El vestido blanco de su amada estaba teñido de rojo, con una espada incrustada en su pecho.

El rey se acercó hacia ella, albergando aún esperanza de que siguiera con vida, sin embargo, ya era demasiado tarde.

Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro y soltó un grito desgarrador que se escuchó por toda la ciudad.

Amara estaba embarazada.

El rey tomó su espada y con un odio que amenazaba con extinguir lo eterno, se dirigió de vuelta al campo de batalla. Sabía que esto había sido orquestado por el enemigo.

De camino al campo de batalla, divisó al ejército de Albaria y vio algo que nunca hubiera esperado, el guardia que le dio el consejo de retirada los acompañaba, no parecía ser un prisionero de ellos.

El odio del rey tomó mucha más fuerza y corrió a velocidades que eran imposibles para el ser humano. Cargó contra las tropas.

Por cada lágrima que derramó; acabó con un soldado.

Por cada grito de ira que soltó; acabó con una decena.

Y por cada vez que se arrepintió; acabó con un centenar.

Se arrepentía porque quiso haber sido egoísta y escapar con Amara, dejando el reino a su suerte.

Dejó vivo solo a un hombre, el guerrero.

"¿¡Por qué lo hiciste!?" Dijo el rey con un grito aterrador.

"¡Me dieron un trato! ¡Me dijeron que me dejarían con vida si traicionaba al reino y yo lo acepté! ¡Desde un principio sabía que no había posibilidades de ganar esta guerra!" Respondió el guerrero.

"¿¡Entonces por qué acabaste con Amara!? ¡No pudo haber sido nadie más que tú!"

El guerrero dijo con una voz quebrada:

"¡Era parte del trato, yo tampoco quería hacerlo! Ella me dio refugio cuándo yo no tenía a donde i-"

El rey no dejó que terminara de hablar y terminó con su vida.

La venganza del rey no terminó ahí y se dirigió hacia el reino de Albaria. Los culpaba de sus desgracias.

...

En medio del campo de batalla repleto de cadáveres, justo después de que el rey partió hacia el reino de Albaria, una figura se materializó de la nada.

Tenía un uniforme militar verde, una boina negra y una franja roja que tenía un símbolo de dos cuchillos formando una equis en su brazo derecho junto a diferentes medallas de distintos colores en su pecho del mismo lado. La figura observó a su alrededor y lentamente se le fue formando una sonrisa de oreja a oreja.

...

En el reino de Albaria.

El rey acabó con la vida de decenas de personas: madres, padres, hermanos, abuelos, hijos. Planeaba acabar con todos.

Sin embargo, justo cuando estaba a punto de acabar con la vida de una niña, la niña lo miró. La misma mirada que él tenía mientras asesinaba indiscriminadamente a la gente del reino. Ahí fue cuando lo entendió, ninguna de esas muertes le devolvería a su amada.

El rey desapareció del reino y tiró su corona al suelo, nunca se volvió a saber más de él, por lo menos, nadie de su reino o del reino de Albaria.

Estos eventos duraron semanas, el rey se enteró mediante chismes de que su reino cayó en picada.

Al perder a su gobernante y no tener un sucesor fijo para uno, empezaron las disputas.

Los nobles empezaron a pelear por el trono, ignorando la situación de las personas.

Debido a los ataques previos del reino de Albaria, estaban teniendo escasez de alimentos, los comerciantes y nobles acaparaban toda la comida, sin dejarle nada a la gente de clase media/baja. Las personas empezaron a morir por inanición una a una.

Cuándo se enteró de esto, supo una cosa.

El hombre fracasó no solo como esposo y padre, sino también como rey.

Vivió arrepentido hasta el final de sus días.