«...Esto debe ser una pesadilla...»
El impacto contra el suelo le robó el aliento. Un dolor agudo recorrió su espalda, obligándolo a cerrar los ojos con fuerza. Sentía su pecho arder mientras intentaba recuperar el aire perdido.
Llevó una mano temblorosa a su sudadera con capucha, aferrándose a la tela como si eso pudiera estabilizar su cuerpo. Con esfuerzo, logró sentarse en el pequeño cráter que su cuerpo había formado tras el impacto. Sus pulmones ardían, su corazón latía desbocado.
Su mirada errática recorrió el entorno. Estaba rodeado de maquinaria de construcción y tubos de acero que antes colgaban de una grúa. Frente a él, se alzaba un edificio en construcción de siete pisos.
«¡Nada de esto puede ser posible!»
Aún no entendía qué lo había golpeado. Solo recordaba su visión tambaleante y luego, la brutal colisión contra la grúa.
¡Grrrrrrr!
Un gruñido profundo y gutural congeló su cuerpo. Su instinto le gritaba que no se moviera, que no llamara la atención de la bestia que lo acechaba.
Pero la curiosidad y el miedo lo empujaron a girar lentamente la cabeza hacia arriba.
Allí estaba.
Una criatura monstruosa lo observaba desde el sexto piso del edificio en construcción. Medía poco más de dos metros, su cuerpo musculoso estaba cubierto de un pelaje oscuro y sus ojos rojos brillaban con una furia asesina. Sus enormes fosas nasales exhalaban aire con fuerza. Sus garras rasgaban el borde del cemento, y a su alrededor había agujeros irregulares en los pisos superiores.
«¡Un minotauro!»
El descubrimiento lo dejó atónito. Y lo más impactante era que, de alguna manera, había sobrevivido a una caída desde el sexto piso tras ser arrojado por aquella criatura.
«¡¿Cómo demonios sigo vivo?!»
Apretó los dientes y deslizó la vista a su alrededor. No tardó en encontrar algo que le heló la sangre: en el primer piso del edificio, una persona yacía en el suelo, inmóvil. Su largo cabello se esparcía sobre el concreto.
La visión avivó un fuego en su interior. No podía detenerse. No ahora.
Volvió la mirada al minotauro, que lo observaba con la misma furia contenida.
—¡No puedo perder, y menos ahora!
Ignorando el dolor, Kamisato Ryuji se puso de pie.