El sol apenas despuntaba sobre el horizonte cuando Ren y Ashiya llegaron al sitio de construcción. El aire olía a tierra húmeda y piedra fresca, un alivio tras meses respirando el hedor persistente de la ciudad. Habían pasado tres meses desde que el rey dispersó a sus tres hijos a territorios olvidados, y en ese tiempo, Ren había transformado este rincón en algo vivo. Los canales avanzaban, sus líneas rectas cortando la tierra como venas que prometían vida, mientras los trabajadores, curtidos por semanas bajo su mando, movían martillos y carretillas con una sincronía casi natural.
Ren ajustó su capa, observando a un grupo que alineaba un tramo nuevo. El agua sucia fluía en las secciones terminadas, un murmullo constante que marcaba el progreso de estos meses.
—Están yendo rápido —dijo, satisfecho—. Tres meses aquí, y ya parece otro lugar.
Ashiya, a su lado, se rascó la barbilla, entrecerrando los ojos al sol.
—No cantes victoria aún —respondió—. Siempre hay algo que sale mal cuando todo parece perfecto.
Ren rió, dándole un leve golpe en el hombro.
—Eres un rayo de optimismo después de todo este tiempo, ¿eh?
Ashiya sonrió, pero antes de que pudiera replicar, un cuerno grave resonó desde el camino principal. Los trabajadores se detuvieron, alzando la vista, mientras Ren y Ashiya giraron hacia el sonido. Un carruaje avanzaba por el sendero polvoriento, flanqueado por cuatro guardias a caballo, sus armaduras brillando bajo el sol. El estandarte que ondeaba era inconfundible: el emblema del palacio real, un halcón dorado sobre fondo negro.
—¿Qué demonios es esto? —murmuró Ashiya, cruzando los brazos.
Ren frunció el ceño, reconociendo el símbolo con un nudo en el estómago.
—El palacio —dijo—. El rey envió a alguien. Tres meses, y ahora vienen a juzgarnos.
El carruaje se detuvo cerca del sitio, y un hombre bajó con pasos firmes pero elegantes. Era delgado, de rostro arrugado pero digno, con cabello gris peinado hacia atrás y una túnica negra sencilla, adornada solo con un broche plateado. Era Eldric Varn, mayordomo del palacio real, un rostro que Ren conocía bien desde sus días en el castillo. Sus ojos, agudos y cansados, se posaron en Ren sin sorpresa.
—Príncipe Ren —dijo Eldric, su voz seca pero cortés, inclinando la cabeza mínimamente—. Tres meses en este agujero, y aún sigues en pie.
Ren asintió, relajando los hombros.
—Eldric —respondió—. Supongo que el rey quiere saber qué hice con mi tiempo.
Ashiya alzó una ceja, mirando entre ellos.
—¿Lo conoces? —preguntó, bajo.
—Mayordomo del palacio —dijo Ren, sin apartar la vista de Eldric—. Sirvió a mi padre. Sabe más de mí de lo que me gusta.
Eldric esbozó una sonrisa fina, casi imperceptible.
—El rey envió representantes a los tres príncipes —dijo—. A ti, a tus hermanos. Tres meses para demostrar su valía en estos territorios. Estoy aquí para ver qué has hecho, Ren, o si solo has estado cavando en vano.
Ren apretó los labios, pero mantuvo la calma.
—No es en vano —dijo—. Mira por ti mismo.
Eldric no respondió de inmediato. Caminó hacia los canales, sus botas crujiendo sobre la grava, los guardias siguiéndolo como sombras silenciosas. Ren y Ashiya lo acompañaron, el aire cargándose de una tensión sutil. "Sabe quién soy, pero duda de lo que he logrado en tres meses", pensó Ren, manteniendo el paso.
El mayordomo se detuvo junto a un tramo terminado, observando el agua que fluía con un brillo oscuro. Pasó un dedo por la piedra, como probando su solidez tras meses de trabajo.
—Funcional —dijo, casi para sí mismo—. ¿Cuánto han avanzado en este tiempo?
—Un tercio del plan —respondió Ren—. En tres meses drenamos las zonas bajas y evitamos inundaciones en tres barrios. Los trabajadores están motivados.
Eldric giró hacia él, alzando una ceja.
—¿Motivados? —preguntó—. Después de tres meses en este pozo de miseria, eso es raro. ¿Cómo lo conseguiste?
—No los trato como herramientas —dijo Ren, firme—. Les doy un propósito. Esto es su futuro, y lo saben desde que llegué.
Ashiya soltó una risita baja, pero se calló bajo la mirada fría de Eldric.
—Siempre fuiste un idealista, Ren —dijo el mayordomo, su tono neutro pero con un filo—. Tu padre lo sabía. Pero el rey no paga por ideales, sino por resultados. ¿Qué más tienes después de estos meses?
Ren señaló un mapa improvisado en una mesa cercana, trazado en pergamino áspero y marcado por semanas de uso.
—Aquí —dijo, indicando las líneas—. Los canales principales están listos. Ahora conectamos los secundarios. En un mes más, el drenaje estará completo.
Eldric estudió el mapa, sus dedos siguiendo las rutas con precisión practicada. Luego miró a los trabajadores, sudorosos pero firmes tras meses de esfuerzo, y a la ciudad más allá, un mosaico de ruina y lucha.
—No está mal —admitió, tras un silencio—. Tres meses y hay progreso. Pero el rey espera más de ti y de tus hermanos. Este territorio es un desastre de deudas y caos. Si fallas, no habrá indulgencia.
Ren asintió, serio.
—No fallaré —dijo.
Ashiya se inclinó hacia él, susurrando:
—Buen discurso. No lo arruines ahora, después de todo este tiempo.
Eldric ignoró el comentario, girándose hacia sus guardias.
—Recorramos la ciudad —ordenó—. Quiero verlo todo.
El día pasó en una marcha tensa. Eldric inspeccionó cada rincón: los canales que habían crecido en tres meses, las calles fangosas, los puestos de comerciantes famélicos. Habló poco, pero sus ojos lo absorbían todo: niños descalzos jugando entre escombros, ancianos vendiendo restos de una vida mejor, el hedor de las aguas estancadas aún sin drenar. Ren y Ashiya lo siguieron, respondiendo preguntas con hechos acumulados en semanas de trabajo. "Busca debilidades en lo que construimos", pensó Ren, pero no le dio ninguna.
Al mediodía, pararon en un puesto de pan y carne. Eldric aceptó un bollo de mala gana, masticando mientras observaba a la gente.
—No exagerabas —dijo, más para sí mismo—. Tres meses y hay algo aquí. Pero es un hilo fino.
Ren y Ashiya comieron en silencio, dejando que el mayordomo procesara sus pensamientos. El día continuó con más inspecciones, el sol cayendo lentamente, tiñendo el cielo de un naranja sucio.
La noche envolvió la ciudad como un manto pesado. Eldric Varn estaba solo en una habitación de la residencia, una lámpara de aceite proyectando sombras en las paredes. Había enviado su informe preliminar al rey: en tres meses, los canales de Ren avanzaban, el territorio mostraba signos de vida, pero la pobreza y el abandono seguían siendo un cáncer profundo. Comparado con lo que había oído de los otros príncipes, Ren llevaba ventaja, su idealismo templado por una voluntad dura como el acero forjada en este tiempo. Ashiya, su compañero sarcástico, era un contrapeso inesperado. "Pueden lograrlo", pensó Eldric, garabateando notas en un pergamino. "Pero este lugar podría devorarlos antes, después de todo lo que han invertido."
Se levantó, estirando el cuello, y caminó hacia la ventana. La ciudad dormía bajo un cielo sin estrellas, las siluetas de los canales apenas visibles en la penumbra tras meses de esfuerzo. Era un progreso real, pero frágil como una telaraña. El rey compararía a los tres príncipes, y solo los fuertes sobrevivirían su juicio.
Un sonido lo arrancó de sus pensamientos: un tañido grave, lejano al principio, luego más fuerte, cortando la noche como un cuchillo. La campana de la torre, un grito de alarma que heló la sangre en sus venas. Eldric se congeló, la mano yendo instintivamente a la daga en su cinturón.
"Un Ataque", pensó, el pulso acelerándose. Pero desde dónde, o de quién, no lo sabía. La campana seguía sonando, un eco de caos que prometía despedazar la calma frágil de la noche.