Chereads / Demonios y templarios / Chapter 9 - Confesión

Chapter 9 - Confesión

No consigo dormir ni un poco, la verdad es que no me sorprende, con todo lo que nos han contado...

Me visto y salgo de la habitación, la sala principal está bastante oscura, aunque hay unas velas encendidas.

Edith está sentada en una silla, apoyada sobre la mesa, parece que está escribiendo algo.

Al verme, esconde rápidamente lo que estaba escribiendo con nerviosismo.

— ¿No puedes dormir? — Pregunta Edith.

— No... Aunque no me sorprende la verdad.

— Ya... Es mucho que asimilar.

— ¿Qué estabas haciendo?

— Nada, nada... — Responde nerviosa.

— Bueno, supongo que es algo privado, no insistiré mas.

Tras unos segundos pensativa, la postura de Edith cambia.

— Es un diario, ahí apunto todo lo que pienso.

Me siento en una silla.

Tengo que hacerlo, he de contárselo ya. No creo poder aguantar mas, pero por mucho que quiera, sigue costándome hablar sobre mis sentimientos.

— Oye Edith, tengo algo que contarte o bueno, mejor dicho confesar.

Se gira y me mira a los ojos, sus ojos se abren mientras inclina su cabeza ligeramente hacia abajo.

— ¿Si? — Pregunta nerviosa.

— Yo...

— Tu...

— Me cuesta mucho hablar de esto... — Digo mientras intento tranquilizarme.

— No pasa nada, aquí estoy yo para lo que necesites...

Su mano se posa sobre la mía.

— Quería decirte que...

La puerta se abre sin previo aviso, son Isabella y Beatrice.

— Ha habido un cambio de planes. — Dice Isabella.

— ¿Cómo que un cambio de planes?

— He hablado con Orrovoroz, el tiene una habilidad con la que puede contactar mentalmente con otros seres.

— ¿Y que ha pasado? — Pregunta Edith.

— ¿Os acordáis de lo que pasó en Almo? — Pregunta Beatrice. — Pues resulta que no descubrieron demonios como nos dijeron, había un grupo de mestizos ahí, y pasaron desapercibidos hasta que llegaron los primeros templarios, al parecer tienen alguna forma para detectar a los que no somos personas y por eso enviaron tantos refuerzos.

— ¿Y que pasó? ¿Sobrevivieron?

— Si, es mas, no se resistieron. — Dice Isabella. — Es mas, los tienen prisioneros, intentando hacerles preguntas sobre que son y todo ese tipo.

— Y supongo que vamos a ir a buscarlos.

— Así es, ¿Qué me decís? ¿Estáis con nosotros? — Pregunta Isabella.

— Si. — Respondo.

— Lo mismo digo. — Dice Edith.

— Entonces debemos partir ya.

— Espera espera, ¿No nos convertiréis en mestizos? — Pregunta Edith.

— Es mas complicado que eso, como os acabamos de decir, los templarios tienen alguna forma de detectarnos, por eso seréis vosotros quienes entrareis y nos daréis acceso.

— ¿Queréis que entremos en un sitio custodiado por templarios sin armas ni nada?

— Se que os estamos pidiendo mucho, pero no puede ser de otra forma, Orrovoroz lo ha mandado así.

— Ni siquiera sabemos quien es.

— ¿Queréis verle? Está bien, vamos a verle. — Dice Isabella.

— Gracias...

— Pero luego no os asustéis o algo por el estilo.

Salimos de la casa y las seguimos, Beatrice y Edith se adelantan un poco, Isabella y yo vamos un poco mas lento mientras charlamos.

— Siento mucho si hemos interrumpido algo importante.

— No te preocupes por eso...

— Es que Beatrice tiene la manía de entrar sin llamar y la forma en la que nos habéis mirado mientras entrabamos parecía

— Si bueno, diremos que era un poco importante.

— Oh no, acabo de caer. — Dice llevándose la mano a la boca. — Ibas a confesarle que te gusta.

— Bueno... Para que mentirnos, si.

— Lo siento mucho de verdad.

— No pasa nada, tu intenta no decir nada.

— Claro, no voy a sacar el tema delante suya.

Isabella empieza a caminar mas rápido.

— Eh Miridia, ni enfrente suya ni de nadie.

Sigue caminando mas y mas rápido, se que me ha oído aunque se haga la sorda.

— ¿Me has oído? — Chillo a todo pulmón.

Para que mentirnos, no va a contárselo a nadie. Vaya, veo que no ha cambiado en absoluto.

Nos paramos enfrente de una casa.

Edith me mira.

— ¿Qué te parece si seguimos con la conversación mas tarde? — Pregunta firme.

No digo nada, simplemente asiento.

Al entrar por la puerta, veo que hay mucha iluminación en la sala. La puerta se cierra de un portazo.

— Está bien. — Suspira. — Es posible que os mareéis un poco.

Un humo rojizo empieza a salir del suelo mientras todo empieza a dar vueltas.

Cuando todo termina es como nos ha dicho mi hermana, estoy mareado.

Estamos en una sala circular muy grande.

En el centro hay un agujero circular inmenso.

— ¡Orrovoroz! Tienes compañía.

El suelo empieza a temblar.

Del agujero empieza a salir un humo muy negro.

A los segundos, un busto enorme asoma por el agujero. Su rostro es aterrador.

Tiene dos cuernos que le salen de los lados de la cabeza y un color de piel rojo carmesí.

Su fisonomía es parecida a la de los templarios mas fuertes.

Edith y yo nos quedamos paralizados.

— ¿Qué sucede? — Dice con una voz muy grave.

— Te presento a mi hermano Mendo y a Edith.

— Creí que ya habíamos hablado de las visitas...

— Así es, pero al contarles el plan no han querido aceptar sin verte antes.

La figura colosal acerca su cara para vernos mejor y la inclina hacia la izquierda.

— ¿Y que es lo que quieren de mi?

— Creo que dudaban de tu existencia.

— Ah... Ya veo.

— Es su primera vez viendo un antiguo, todo cuanto han visto han sido mestizos.

— Y... Ahora que me habéis visto ¿Tenéis alguna objeción del plan?

Trago saliva.

— Si. — Contesto.

— ¿Qué sucede?

— No creo que sea una buena idea entrar en un sitio lleno de templarios sin armas y sin nada.

— Vaya vaya vaya... Veo que me habéis traído a un luchador. — Dice sonriendo. — Creo que iríais mas desprotegidos si os convirtieseis en mestizos.

— ¿Cómo les han descubierto? A los mestizos de Almo.

— No lo tengo claro aún.

— ¿Puedo hacerte una pregunta? — Dice Edith tímidamente.

— Por supuesto que si.

— ¿Por que no sales de este agujero y lo haces tu mismo? Es decir, no me malinterpretes. Es que creo que alguien de tu tamaño no tiene que tener rival. Por lo que se nadie tiene acceso al material que puede mataros.

— Tienes razón. Y aunque lo tuviesen no podrían hacerme nada con unas simples espadas.

— ¿Entonces?

— Simplemente no queremos empezar una guerra, al menos no de momento.

Tiene sentido.

— Si eso es todo, voy a retirarme ya.

Vuelve a irse por donde ha salido.

— Vaya, es muy grande. — Digo con la voz temblorosa.

— No creas, el solo es inmenso, recuerda que hay antiguos colosales.

— ¿Son mas grandes?

— No queda nadie con vida para confirmarlo, pero por lo que nos ha contado, el es muy pequeño en comparación.

El humo rojo vuelve a salir y todo vuelve a dar vueltas.

Antes de darme cuenta, estamos en la sala de antes.

Isabella y Beatrice se quedan paralizadas durante unos segundos.

— Cambio de planes. — Dice Beatrice con lágrimas en los ojos.

— ¿Qué ocurre?

— Han conseguido metal templario. — Confiesa Isabella. — Orrovoroz nos lo acaba de enseñar, están torturando a los mestizos.

— ¿Como? ¿No se supone que estaba junto a los demonios antiguos?

— Si, no puedo explicarlo.

— ¿Y que hacemos ahora? — Pregunta Edith.

— Todo se acaba de complicar demasiado.

— Entonces vayamos cuanto antes.

— No es tan fácil.

— ¿Cómo que no? Nos acabas de transportar a un lugar sin esfuerzo.

— Ya pero hay una distancia límite y luego hay que descansar, antes nos he transportado yo y de vuelta lo ha hecho Beatrice, a caballo tardaríamos un par de días y a saber si siguen vivos cuando lleguemos.

— Lo mejor es esperar a que termine y si luego sigue alguno con vida ir a rescatarlo. — Dice Beatrice. — Si lo que hemos visto es correcto y tienen metal templario, ir sería un suicidio.

— ¿Y que podemos hacer mientras? — Pregunta Edith.

— No mucho la verdad, deberíais ir a la casa donde estabais antes y descansar todo lo que podáis.

Se marchan, dejándome a solas con Edith de nuevo.

Esta vez no me siento tan preparado para decírselo aunque quiero...

No se que hacer.

— Deberíamos hacer lo que nos han dicho, vámonos a casa.

— ¿A casa? — Pregunto confuso.

— Si, supongo que esta será nuestra casa ahora, no creo que tengamos alternativa.

Asiento con la cabeza y reanudamos nuestra marcha.

Se que Edith va a querer hablar cuando lleguemos a casa.

Está claro lo que Edith siente por mi, pero no todo es bueno, no quiero que se siente aprisionada, como que no tiene alternativa.

Llegamos a casa aunque esta vez las puertas no se abren solas.

Una vez dentro Edith vuelve a sentarse.

— Dime Mendo, ¿Continuamos donde lo hemos dejado?

Me siento a su lado.

Mis piernas no paran de temblar.

— Ahora ya no tiene mucho sentido... Pero yo también tenía un diario...

Su rostro cambia por completo.

— Voy a ayudarte un poco, veo que te hace falta.

— ¿A que te refieres?

Su mano vuelve a posarse sobre la mía y su voz cambia, ahora su voz tiene un tono muy calmado.

— ¿Tanto te cuesta tanto decirme que te gusto?

— ¿Que... ¿Como?

Las palabras apenas salen de mi boca.

— Si, ya lo se. — Dice sonriendo. — Hace mucho que lo se.

— ¿Desde cuando?

— A tu hermana se le escapó cuando me arreglaba un vestido.

— ¿Hace tanto? — Digo avergonzado.

— Si... Pero no te preocupes, no hay nada de lo que avergonzarse.

— Es que no quería que fuese así.

— Me lo imagino, se que lo has intentado muchas veces y cuando me dijiste lo de escaparnos juntos no podía estar quieta de la alegría.

— Entonces ¿Qué me dices? — Pregunto con miedo.

— Aun no me has dicho nada, solo no has denegado lo que yo he dicho.

Desvío la mirada. Cada vez me pongo mas nervioso.

Esto ya tendría que ser pan comido, ella me ha dicho que ya lo sabía y si hemos llegado hasta aquí es que a ella también le gusto.

Levanta la mano y la posa sobre mi cara, ejerciendo un poco de fuerza para volver a conseguir mi atención.

Vuelvo a mirarla.

— Digo que si, a todo. — Dice sonriendo.

La luz de fuera de la casa se va atenuando, captando la atención de los dos.

— No sabes lo feliz que me hace oír eso.

Nos fundimos en un abrazo que recordaré por el resto de mi vida.