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Chapter 8 - La maldición de Isabella

— Mendo...

— Isabella...

Nadie se mueve, Edith no para de mirarme, seguro que es para ver como reacciono aunque la verdad es que no se lo que hacer.

He soñado tantas veces con esto, con este mismo instante, y siempre me quedaba en blanco.

Mi mano derecha empieza a temblar.

Como si nos pusiéramos de acuerdo, empezamos a caminar hasta un punto intermedio al mismo tiempo. Nuestros pasos coinciden a la vez de ir cada vez mas rápido.

El impacto resulta en un abrazo, yo la abrazo por debajo de las costillas y ella me abraza por el cuello, de la emoción nos zarandeamos mutuamente a la vez que empezamos a llorar.

Cada vez apretamos mas fuerte, sin importar las consecuencias.

El abrazo dura varios minutos.

Al separarnos, Isabella mira a Edith, quien alza los brazos esperando un abrazo también.

Cuando terminan, Isabella se limpia las lágrimas con un pañuelo de tela.

— Has venido. — Dice con voz temblorosa.

— ¿Enserio crees que no iba a hacerlo?

Todos nos reímos.

— Veo que has traído a Edith, entonces supongo que ya es ofic...

Le doy un codazo poco intenso para que no siga hablando.

— ¿De que está hablando? — Pregunta Edith confusa.

— Nada nada, era una broma de cuando éramos pequeños. — Contesta Isabella. — Vamos, seguidme, no podemos quedarnos mucho aquí.

La seguimos sin preguntar.

— Hemos conocido a alguien en nuestro viaje, se llama Beatrice, iba vestida como tu, y nos ha dicho que te digamos que han encontrado demonios en Almo.

— ¿Había templarios? — Pregunta asustada.

— Si, ¿Por que?

— ¿Han visto a Beatrice?

— Emmm, si, ¿A que viene todo esto?

— Entonces tenemos que darnos prisa.

Empieza a caminar mas rápido, la seguimos hasta parar enfrente de una casa.

La casa no parece estar en muy bien estado.

Isabella mira en todas direcciones.

— Tenemos que entrar ahora, no hay nadie cerca.

— ¿A que viene todo este secretismo? — Pregunta Edith.

— Os lo explicaré cuando lleguemos.

La puerta se abre, Beatrice sale.

Edith y yo nos sorprendemos, ¿Cómo ha llegado tan rápido?

Nos hacen una señal para que entremos y las seguimos, las puertas se cierran, dejando muy poca luz en el interior de la casa.

— Vamos, aún no hemos llegado y nos están pisando los talones. — Dice Beatrice.

Vuelven a reanudar la marcha, sin pensarlo, las seguimos.

Llegamos a una habitación cerrada con llave, Beatrice se quita un collar que lleva debajo de la capa, introduce el collar en la cerradura, actuando como una especie de llave.

Al entrar, es como una especie de capilla, pero parece que es una capilla de demonios o algo por el estilo.

Beatrice hace un gesto con la mano izquierda mientras que mi hermana la sigue con la mano derecha, al terminar el gesto, el altar se mueve hacia un lado.

— Hay que bajar.

Edith y yo nos tomamos eso como que quieren que tomemos la iniciativa.

Al bajar por completo, Edith y yo nos miramos, es como un pasadizo secreto.

Un sonido interrumpe nuestro asombro, miramos hacia arriba, el altar se está moviendo de nuevo, encerrándonos ahí dentro y dejándonos sin luz alguna.

— ¿Mendo?

— Edith, estoy aquí.

De repente, se hace la luz, una antorcha se ha encendido, mi hermana es quien la lleva en sus manos.

— ¿Cómo has bajado? — Pregunto confuso.

— No podemos detenernos aún. — Dice Beatrice, quien ha aparecido misteriosamente detrás mío.

Ya no hay vuelta atrás, las seguimos hasta que el túnel termina.

— Lo que estáis apunto de ver no puede salir de aquí. — Dice Isabella.

Con un pequeño movimiento de muñeca, el muro que hay enfrente nuestra desaparece por completo.

No puedo creerlo, al otro lado hay como una especie de callejón con muchas mas personas de las que puedo contar y porque veo el techo porque sino no sabría que estamos bajo tierra, con muchas mas personas de las que puedo contar.

A ambos lados hay diferentes tiendas, en las que se venden comida, muebles, artilugios...

Una vez mas reanudan la marcha, Edith y yo miramos hacia atrás, el muro se vuelve a cerrar poco a poco.

Sin perder ni un segundo, continuamos.

Llegamos a otra casa cuyas puertas se abren solas.

Una vez dentro las puertas se cierran.

— Por favor, sentaros, como ya habréis visto, han pasado cosas extrañas. — Dice Isabella.

— ¿Qué demonios está pasando aquí?

— No uses esa palabra aquí, nos hace sentir diferentes.

— ¿Nos?

Isabella y Beatrice se sientan.

— ¿Te acuerdas de que solía soñar? — Pregunta Isabella.

— No se que soñabas, pero no parabas de repetir un nombre, Orro...

— Orrovoroz, así es. — Coge aire. — Al principio eran simples sueños, solía soñar con un demonio que estaba herido, y que necesitaba mi ayuda.

— ¿Soñabas con un demonio? ¿Por qué no me lo dijiste?

— Porque no eran mas que sueños, o eso creía.

— Explícate.

— Un día soñé que yo era el, y vi como lo herían. A partir de ahí todo empezó a ser mas real.

— ¿En que andas metida?

— A partir de ese día, Orrovoroz me perseguía, o bueno, una manifestación suya en mi cabeza, lo veía por todo. Al final me convenció, y decidí dejarlo todo para venir aquí, no sabia nada realmente, solo sabía que tenía que venir a Kaleg.

— Es decir que te fiaste de un demonio sin garantías, ¿Verdad? — Pregunta Edith

— Así es. Al venir aquí conocí a Beatrice y juntas le buscamos.

— Lo encontrasteis, ¿No es así?

— En efecto, estaba en muy mal estado y nos pidió un poco de nuestra sangre para que el pudiese recuperarse. Estuvimos un par de horas hablando con el y nos pareció que tenía unas ideas muy nobles, por lo que seguimos escuchándole. Resumiéndolo mucho, como ya sabréis los demonios son odiados en este mundo, pues resulta que la única forma que tienen de morir es con el único material que no tenemos disponible, y si intentásemos conseguirlo todo empeoraría. Muchos demonios querían acabar con sus vidas, habiendo vivido ya milenios, creían que ya no tenían nada por lo que seguir viviendo, por lo que necesitaban nuestra ayuda.

— ¿Para que necesitarían la ayuda de las personas? — Pregunto.

— Veréis, estuvimos un par de meses haciendo pruebas y investigando formas de librarles de su sufrimiento, y en el proceso, uno de los demonios se quedó atrapado en el cuerpo de Beatrice.

— ¿Cómo atrapado? ¿Dicen que los dos estaban en el mismo cuerpo?

— No exactamente, el cuerpo del demonio ardió y parte de su alma se quedó atrapado en el cuerpo de Beatrice junto con sus habilidades, pero como ya habréis visto, eso la hace inestable, cuando se enfada o se pone nerviosa, sus habilidades fluyen.

— Si, eso me suena. — Dice Edith.

— Cuando intentamos contactar con el demonio, no estaba, había desaparecido por completo, e intentamos recrearlo, aunque sin éxito. Volvimos a experimentar durante un año y nos dimos cuenta de que estábamos intentando conseguir lo opuesto a lo que queríamos, y fue cuando nos hicimos la pregunta.

— ¿La pregunta? — Digo.

— ¿Y si lo estamos viendo al revés? Fue entonces cuando todo empezó a cobrar sentido, era inútil intentar que el alma de un demonio entrase en el cuerpo de un humano, lo que queríamos era que el alma de un humano entrase en el cuerpo de un demonio.

— Para para, ¿Cómo se consigue eso?

— Si los dos sujetos se ofrecen voluntarios, pueden tener una conexión que les permite hacerlo. — Dice Beatrice.

— Yo fui la siguiente sujeto, aunque todo parecía ir mal, mi cuerpo murió, y todos se asustaron, pero yo seguía consciente y estaba viendo como mi cuerpo moría, no daba a crédito, ¡Mi alma se había apoderado del cuerpo de un demonio! Al ver que el alma y el cuerpo en el que estaba no eran idénticos, el cuerpo cambió para adaptarse a su nuevo huésped.

— A ver si lo he entendido bien. ¿Dices que ese cuerpo que tienes ahora es el de un demonio?

— Así es. Pero hay mas, una vez completado, yo poseía todas las habilidades del huésped anterior, y cuando el resto de demonios se enteraron de eso, todos querían encontrar una persona dispuesta a convertirse en demonio.

— Las leyendas están ahí, ¿Quién iba a querer eso?

— Mas gente de la que piensas, Kaleg tiene un pasado lleno de conflictos con los templarios, así que no tuvimos que buscar mucho. A esas personas que obtenían un cuerpo de demonio, no podíamos llamarles demonios o personas, así que empezamos a llamarnos mestizos.

— Entonces todas esas personas que hay ahí fuera, ¿Son mestizos?

— Si, no todas son de Kaleg, la noticia corrió por las otras ciudades y mucha gente vino para hacerlo.

— ¿Y porque querría la gente convertirse en mestiza?

— Dime Mendo. — Dice Beatrice. — ¿Nunca has querido recuperar lo que los templarios nos quitaron? Por lo que me contaste, parece que estas muy enfadado con ellos.

— Por supuesto que si, pero ellos son miles, y tienen armas.

— Eso es cierto, pero se te olvida un pequeño detalle.

Beatrice se levanta y va hasta la parte opuesta de la habitación, coge una espada e intenta clavársela a Isabella en el estómago, pero la espada se rompe al tocar su piel.

— Te recuerdo que ahora tenemos los cuerpos de los demonios, sus armas no pueden matarnos, pueden dañarnos ligeramente y ralentizarnos un poco, pero nada grave.

— Hay mucho que asimilar. — Digo mirando a Edith, quien está paralizada.

— Lo sabemos, pero queríamos que lo supieseis, necesitamos gente en la que podamos confiar.

— ¿Para que exactamente? — Dice Edith.

— Tarde o temprano estallará una guerra, y no queremos depender de los antiguos.

— ¿Ahora hay otra raza? ¿Qué son los antiguos?

— Son los demonios mas feroces, los que están atrapados en la cueva.

— Pero cuantos mas mejor, ¿Por qué no queréis depender de ellos?

— Porque ellos siguen en guerra con todas las personas, nosotros solo estamos en guerra con los templarios.

La puerta se abre, detrás de ella, un hombre.

— Isabella, Orrovoroz quiere verte.

— Voy. — Dice Isabella levantándose. — Podéis quedaros aquí, si esto no es muy grande para vosotros claro está, Beatrice os enseñará como funciona todo aquí abajo.

Tras su discurso sale por la puerta, la cual se cierra sola.

— Puedo entender que todo esto sea muy complicado de comprender. — Dice Beatrice.

— ¿Puedo hacerte una pregunta?

— Claro, aquí abajo no hay secretos.

— ¿Por que el soldado se sorprendió tanto cuando dijiste que eres de Mastia? — Pregunto con la voz temblorosa.

— Hubo un brote de una enfermedad muy contagiosa, los templarios quemaron la ciudad hace unos años.

— ¿Fue por eso por lo que viniste a Kaleg?

— No, no, cuando eso pasó tu hermana y yo ya estábamos aquí.

Edith sale del trance en el que estaba, parece curiosa.

— ¿Cuándo podremos ver a Orrovoroz?

— Eso es mas complicado, me temo. — Contesta Beatrice.

— ¿Porque?

— Solo Isabella y yo podemos verle.

— ¿No decías que aquí no había secretos?

— Mejor dicho no hay secretos si sabes que preguntas hacer.

— Está bien, voy a intentarlo pues, ¿Por qué no podemos ver a Orrovoroz?

— Orrovoroz es uno de los antiguos, es un demonio inmenso, se hirió al salir de la cueva.

— ¿No se suponía que la cueva estaba sellada?

— Lo está, sin embargo el fue el único que se atrevió a salir, todos sabían que si intentaban salir acabarían gravemente heridos.

— Supongo que tiene sentido. — Digo.

— Pues yo creo que no lo tiene. — Dice Edith.

— ¿Qué no tiene sentido?

— Antes has dicho que Orrovoroz es un antiguo inmenso, si el ha cabido, un demonio pequeño también cabe.

— No exactamente, veréis, las fisonomías de los demonios son variadas, y como ya sabréis, hay algunos con habilidades especiales.

— ¿Y el tiene la capacidad de hacerse pequeño?

— Todo lo contrario, los demonios inmensos, o incluso los colosales, no son mas que demonios normales cuyas habilidades especiales requieren de mucha ira, y cuanta mas ira tienen mas grandes se vuelven. Orrovoroz estuvo años herido, en un estado en el que apenas podía moverse, os podéis imaginar la ira que llegó a obtener.

— ¿Y que tiene que ver eso? ¿Por qué solo lo veis vosotras?

— Como esperareis, no es lo mismo ver un demonio, que ver un demonio muy grande, asusta mas.

Alguien toca a la puerta.

— Debo irme, esta casa cuenta con dos habitaciones, y todo lo que necesitéis. Tanto a mi como a Isabella nos encantaría que os quedaseis y aceptaseis la oferta, si decidís hacerlo, podríais salir a dar una vuelta por el submundo.

— ¿Submundo? — Pregunta Edith.

— Ah si, se me había olvidado, el submundo es una ciudad subterránea que conecta por túneles, cuando trajimos a Orrovoroz aquí, esto era una cueva perfecta para nuestros planes, y con el paso del tiempo hemos ido haciendo una ciudad, lo que habéis visto al llegar no es mas que una pequeña sección del submundo.

Se marcha.

— ¿Qué deberíamos hacer? — Pregunto.

— Se que todo esto parece una locura, pero ¿A caso no era una locura lo que íbamos a hacer? Te recuerdo que nos hemos escapado de Loque sin tener un lugar al que ir, ni nada que hacer.

— Lo se, pero no es lo mismo, estamos hablando de convertirnos en demonios. — Digo susurrando.

— Venga ya Mendo, tu mismo me dijiste que los demonios no eran tan malos.

— Si si, ya lo se, pero no esperaba nada de esto.

— ¡Y yo tampoco!

El silencio se apodera de la sala.

— ¿Qué hay de eso que decías? Lo de que querías ayudar a la gente.

— Te das cuenta de que si hacemos esto, la gente no entenderá lo que somos, y nos odiará ¿Verdad?

— No entiendo porque te preocupa tanto lo que piensen los demás.

— Ya... Yo tampoco, creo que voy a ir a acostarme un rato, necesito hacerme a la idea.

— ¿Eso quiere decir que aceptarás?

— Supongo que si, ahora mismo no tenemos alternativa, ahora ya nos han contado lo sucedido, y hemos visto el submundo, aunque sea mi hermana, ¿Crees que van a dejar que nos vayamos sin mas?

Se queda callada, me despido de ella y voy a la primera habitación que encuentro.

En ella, hay una cama y un baúl, en el que dejo mis cosas.

Me tumbo en la cama y cierro los ojos, necesito estar a solas con mis pensamientos...