El gallo cacarea, me pongo en pie. Hoy no tengo muchas cosas que hacer, si no voy mal tengo que ir a la fuente del pueblo a por agua y llevársela a las vacas.
Supongo que después de eso iré a mi sitio secreto, un lugar en el que estar cuando quiero descansar, sin ruido, sin distracciones.
Es el último día de la semana y normalmente todo el mundo suele trabajar hasta la hora de comer, al contrario de los otros días, que trabajamos todo el día.
No suelo desayunar, aunque hoy si tengo un poco de hambre, pero no hay nada que un poco de las sobras de ayer no puedan arreglar.
Al abrir la puerta de mi casa para salir, me vienen todo tipo de recuerdos, sobre todo los buenos momentos que pasé con Isabella, mi hermana. Cuando éramos pequeños solíamos soñar que construíamos una casa en lo mas profundo de un bosque, lejos de aquí, donde los templarios no pudiesen alcanzarnos, pero ese sueño se marchitó. Como forma de escapar, mi hermana y yo construimos el sitio secreto, aunque bueno, mas que construirlo, simplemente le dimos nuestro toque personal.
El pueblo está rodeado por un bosque, un bosque inmenso, se dice que la gente que no va por el único camino, se acaba perdiendo para siempre. Es lo que intentábamos hacer, Isabella y yo queríamos perdernos, sentirnos libres por una vez, aunque en lugar de eso, conseguimos algo mejor. Encontramos un árbol enorme con algunas de sus raíces fuera de la tierra.
Una de esas raíces tapaba un agujero, parecía la madriguera de algún animal, aunque no parecía haber nada.
Con el paso de las semanas, Isabella y yo lo decoramos a nuestro gusto, y a veces nos escapábamos de casa de Percival y Amice para ir ahí. Cuando regresábamos a casa, sabíamos que nos iban a regañar, pero eso no nos paraba. Cada semana, escogeríamos un día diferente al de las dos semanas anteriores, y ese día iríamos a pasar la noche. Aunque desde que Isabella se marchó, voy siempre el mismo día, mi único día libre.
Los recuerdos cesan aunque no reanudo mi marcha de inmediato, me quedo pensativo.
No puedo quedarme mucho mas tiempo, la verdad es que tengo muchas ganas de ir a llevar el agua a las vacas, ya que el padre de Edith es el dueño del lugar, y ella está casi siempre ahí.
Cierro las puertas de casa y empiezo a correr, de pronto, escucho la voz de Amice llamándome. Al encontrarla, voy directo hacia ella y le doy un abrazo.
— Me alegro de verte Mendo, parece que ya duermes mejor que la última vez que te vi. — Dice Amice sonriendo.
— Así es, me cuesta dormir si se que en un par de días van a venir los templarios a por sus cosas.
— Y que lo digas, nadie sabe si van a venir de buenas o de malas.
— ¿Te ha contado Percival lo que sucedió ayer?
— Si... Cada vez demandan mas.
— Menos mal que Edith pasaba por ahí, y pudo venir con ayuda, no se que hubiésemos hecho sino.
— Hablando de Edith...
No puedo ver mi rostro pero puedo notar como se pone rojo rápidamente.
— ¿Qué pasa con Edith? — Pregunto tembloroso.
— Percival me ha dicho que...
— No se que te ha contado pero seguro lo ha exagerado.
— ¿Has hablado ya con ella?
— No... Nunca se que decir, cuando la veo me quedo en blanco.
— Bueno, ya llegará el momento adecuado.
Posa su mano izquierda sobre mi hombro y vuelve a abrazarme.
— ¿Tienes prisa? — Me pregunta.
— La verdad es que no.
— Entonces pasa un momento, ha llegado una carta para ti.
— ¿Para mi? ¿De quien?
Entramos en la casa y abre un cajón, me tiende un sobre cuadrado que contiene dos lazos de seda roja, abajo, una frase.
"Para Mendo".
— Muchas gracias, te agradezco que me lo hayas entregado en persona.
— ¿No vas a abrirlo? — Dice Amice confusa.
— No, la abriré y leeré cuando termine el trabajo de hoy. — Digo mientras meto la carta en mi bolsillo.
Nos despedimos rápidamente y me marcho. No es muy habitual que se reciba correo en este pueblo, y menos yo, es la primera carta que recibo.
Al poco tiempo de reanudar mi marcha, llego a la fuente.
Como de costumbre, lo han dejado todo preparado.
Empiezo a bajar las vasijas una a una y se van rellenando poco a poco y al terminar, vuelvo a ponerlas en la carreta. Es hora de llevarlo.
Tiro de las cuerdas guías que están atadas al burro para decirle que empiece a caminar y no tardo demasiado en llegar al lugar acordado.
Fuera del lugar no me estaba esperando nadie, aunque normalmente está el padre de Edith.
Ato al burro para que no se mueva y entro al establo.
Ahí dentro encuentro al padre de Edith con su hijo.
— Hoy llegas pronto. — Dice sorprendido.
— Así es, he venido directamente.
El padre le hace una señal al hijo para que se encargue del burro y del agua.
— Oye Mendo, ¿Podrías hacerme un favor?
— Por supuesto, lo que sea.
— Edith está dentro acabando de pulir una mesa para un encargo.
— ¿Ya la ha terminado? Seguro que ha quedado muy bien.
— Y que lo digas, parece que tiene un talento innato, muy parecido al de su madre.
Alarga el brazo y alcanza un martillo.
— ¿Podrías llevarle este martillo? Le he dicho que se lo llevaría yo, pero ahora estoy muy ocupado.
— Se lo llevaré sin problema.
Cojo el martillo y empiezo a caminar hasta la puerta.
Me despido del hermano de Edith y cojo el camino que lleva directamente a la casa. Me detengo enfrente y toco a la puerta un par de veces.
Creo que antes estaba lijando la mesa, al tocar, el sonido ha cesado.
Al abrir la puerta, Edith se sorprende y da un pequeño salto hacia atrás.
— Hug... ¿Qué haces tu aquí? — Dice con voz temblorosa.
— Pues verás, hoy me tocaba traer el carro con el agua para las vacas, y tu padre me ha pedido que te entregue esto.
— ¡El martillo! Muchas gracias, al fin podré terminar la mesa.
— Me ha dicho que ya casi está terminada.
— ¡Así es! ¿Quieres verla?
— Emmm, ¡Si! eso estaría bien gracias.
Me hace una señal para que la siga y me lleva hasta el jardín trasero, ahí es donde está trabajando.
En el centro, una mesa enorme hecha a partir de una madera en muy buena condición, con muchos detalles tallados.
— ¿Esa es la mesa? Es preciosa.
— ¿Tu crees? — Pregunta nerviosa.
— ¡Si! creo que le has dado un buen toque personal.
— Es que es una mesa para mi...
— ¿Para ti? Tu padre me ha dicho que era un encargo.
— Bueno, si y no, es extraño.
— ¿No le has dicho que la mesa es para ti?
— No es eso... Me voy a marchar pronto.
— ¿Te marchas? — Digo sorprendido.
— Mis padres han acordado una boda con un chico de Almo, una ciudad cercana.
Un escalofrío me recorre el cuerpo entero, es como si mi corazón se helara y quedase hecho trizas.
— ¿Pero eso es lo que tu quieres?
— ¿Y desde cuando ha importado eso? Te recuerdo que hoy en día solo importan las tierras y los apellidos, además dicen que en las ciudades hay menos influencia de los templarios.
— Pero ¿Qué hay de todo eso que me dijiste hace unos años?
— ¿Aquello de que quería enamorarme?
— Claro que si.
Edith se lleva la mano derecha a la cabeza y se sienta en la mesa.
— Pues no lo se, todo es muy complicado, no me malinterpretes, me encantaría que eso sucediese, pero ya no hay vuelta atrás.
Se que siempre me ha costado hablar de lo que siento, pero si no le digo a Edith lo que siento por ella, ya será demasiado tarde.
— Puede que haya una alternativa. — Digo con voz temblorosa.
— ¿Qué dices?
— Ven conmigo...
Edith se incorpora de un salto.
— ¿Qué me estás pidiendo? — Dice con los ojos bien abiertos
— ¿Acaso vas a olvidarte de todo lo que me dijiste? ¿De que querías conocer mundo? ¿Poder decidir con quien te casas?
— Mis padres jamás consentirían.
— Ellos no tienen porque enterarse, ¿No es así?
— ¿A que te refieres? ¿Me estas diciendo que me escape contigo?
— Bueno, ambos sabemos que este pueblo se nos queda pequeño, y además aquí nadie está a salvo, con los templarios haciendo de las suyas cuando les apetece.
— Está bien, pon el caso en el que nos escapamos, ¿Dónde iríamos? Y sobre todo, ¿Qué haríamos?
— No lo se, mi hermana vive en Kaleg, y eso no está demasiado lejos, un par de días a caballo hasta llegar a Almo, y luego un par de días mas para llegar a Kaleg, estoy seguro de que a mi hermana le gustará vernos, ¿Te acuerdas de ella?
— Como iba a olvidarme de ella, era quien me arreglaba los vestidos de pequeña, y siempre fue una buena amiga.
— Entonces, ¿Qué me dices?
— No se Mendo... Hay mucho para asimilar, tengo que pensármelo.
— ¿Ya hay fecha para la boda?
— Aún no, pero no creo que falte mucho, un par de meses supongo.
— Entonces tengo un par de meses para convencerte, ¿No es así?
— Si...Supongo que si — Dice sonriendo.
— ¿Necesitas ayuda en algo?
— Gracias pero creo que me las apaño sola.
— Entonces debería irme, no quiero estorbar y tengo unos asuntos que resolver.
Me acompaña hasta la salida y nos despedimos, al cerrar la puerta me pregunto a mi mismo.
— ¿Le acabo de pedir que se escape conmigo?
Aun así no se lo que significa, es decir, no se si he sido lo suficientemente claro con ella, no se si ha entendido lo que quería decir, creo que debería decirle lo que siento sin rodeos.
Toco a la puerta y todo tipo de pensamientos invaden mi cabeza.
¿Qué pasa si se asusta y dejo de tener la oportunidad? o si se enfada conmigo...
Vuelve a abrir la puerta, tiene una sonrisa de oreja a oreja.
— Te veo contenta.
— Si bueno, es que ha pasado algo y me alegro de que haya sucedido, ¿Querías algo mas?
— Emm... Solo desearte suerte terminando la mesa. — Digo muy nervioso.
— Muchas gracias.
— Se está haciendo tarde, debería irme ya.
Vaya, al final me he acobardado... Aunque seguramente sea mejor así. Como me ha dicho Amice, ya llegará el momento adecuado.
Desde aquí no es necesario que vaya al pueblo para ir al sitio secreto, de hecho es mejor así. Isabella y yo solíamos pasar por cerca de la casa de Edith cuando nos escapábamos, ya que así nadie nos veía y era mas fácil.
Por aquí todo es muy tranquilo, lo único que se oye es el viento pasando por los árboles.
No tardo mucho en llegar al sitio secreto, antes de destapar la entrada, giro la cabeza para mirar si alguien me ha seguido, estiro de un arbusto apoyado en el árbol y muevo un poco la raíz para poder pasar, una vez dentro, vuelvo a mover la raíz y coloco de nuevo el arbusto.
La luz que pasa a través es suficiente para iluminar el lugar, aunque cuando éramos pequeños solíamos pasar noches enteras aquí abajo, aun se conservan las velas que usábamos para poder ver.
Me siento en una de las sillas que trajimos y apoyo mis manos sobre una pequeña mesa.
Todo esto me trae muchos recuerdos, las sillas, la mesa, el armario, los cajones, todo, lo hicimos Isabella y yo con nuestras propias manos cuando yo tenía unos quince años, ella era mayor, tenía diez y ocho.
Introduzco la mano en mi bolsillo y saco la carta que me ha dado Amice.
En el sobre no pone nada excepto "para Mendo".
Empiezo a desenvolverlo y despliego una carta. La caligrafía es hermosa y la tinta utilizada es roja carmesí.
Supongo que ahora llega el momento de leerlo.
"Querido Mendo,
Se que tendrás muchas dudas sobre todo lo que pasó, y no te culpo si estás enfadado conmigo.
Simplemente quería esperar un par de años, estoy segura de que ahora ya has madurado lo suficiente
para entender el motivo verdadero de porqué me fui.
Como tu hermana, he de decir que no te abandoné...