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Susurros en las tinieblas

🇪🇸AngelNovo
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Synopsis
Philipe es un hombre de sesenta años que lleva en el mismo puesto de trabajo cuarenta años. Está cansado y pronto todo se tornará aún peor. Colaboración con Leo Alcaraz Oliver. Portada de Joan Llabrés Oliver.
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Chapter 1 - Susurros en las tinieblas

— Philipe, ¿Has terminado ya el informe que te pedí? —Dice desagradablemente.

Estoy seguro que mi jefe cree que no lo he terminado... 

Asqueado por la forma en la que ha formulado esa pregunta cojo el informe, que está encima de mi mesa y le hago un gesto para que lo coja.

— Si señor, acabo de terminarlo… —Suspiro. He tenido que indagar mucho, apenas encontraba información rele…

— Me da igual lo que te haya costado, recuerda que soy tu jefe, no tu amigo. — Hace un gesto con la cabeza que muestra desaprobación mientras da un sorbo a su taza de café. — Lo que me interesa es que esté terminado.

— En ese caso, sí está terminado.

Se marcha sin despedirse ni agradecer mi esfuerzo.

Me había quedado unas horas extra para poder terminarlo y me hallo solo en esta oficina. El resto se han marchado hace rato.

Termino de recoger mi puesto de trabajo y me marcho.

De camino a casa pienso en mi familia, realmente somos una familia feliz, somos los Stevens y nos llevamos bien con todo el mundo excepto con nuestros jefes, siempre se creen por encima de todo.

Al llegar a casa mi esposa, Susan, me está esperando para cenar.

— ¡Cariño! Ya estoy en casa…

Nada más terminar, mi mujer viene de inmediato, parece contenta.

— ¡Buenos días amor! ¿Qué tal el trabajo? — Pregunta genuinamente curiosa.

— Digamos que no ha sido el mejor día de mi vida…

— ¿Ha sido por culpa del informe que me dijiste?

— Así es… Cada vez piden mas y mas y mas, ya tengo una edad y no puedo hacer lo que hacía antes…

— ¿A qué te refieres?

— Solo digo que llevo cuarenta años trabajando en el mismo puesto de trabajo, la misma oficina con los mismos compañeros. — Hago una breve pausa para coger aire. — En dos meses cumpliré sesenta y un años y ya no me siento tan joven como antes…

— ¿No le has preguntado a tu jefe lo del retiro? — Pregunta Susan.

— Si, si lo he hecho, y hemos llegado a la conclusión de que me pondría al paro durante dos años y luego me retiraría.

— ¿Entonces ha aceptado?

— No exactamente, ha tenido una urgencia y la conversación ha quedado ahí, a las horas ha venido a hablar conmigo y me ha dicho que eso no sería posible.

— Oh no…Bueno, creo que se como puedes alegrarte un poco.

— ¿Qué tienes en mente?

— Cuando he llegado a casa, Joe y Samantha estaban cocinando.

— ¿Nuestros hijos cocinando? Eso es nuevo.

— Por lo que me han dicho tiene buena pinta, te estábamos esperando. — Sonríe. — Vamos, ven a la mesa.

Coge mi mano y tira de ella llevándome hasta el comedor.

En el centro de la sala tenemos una mesa redonda muy grande, la cual está repleta de comida.

Sorprendido, miro a mis hijos y sonrío.

— ¿Todo esto lo habéis hecho vosotros solos? — Pregunto.

— Así es papá — Contesta Samantha. — Queríamos preparar una sorpresa y creo que ha salido bastante bien.

Joe tiene diez y siete años y Samantha diez y ocho, el trabajo que han hecho ha sido excelente, aunque no quiero ni pensar como habrán puesto la cocina.

Pasamos una velada excelente, comemos hasta quedarnos llenos y luego Susan propone un juego de cartas al que no me puedo negar.

— Sabéis, hoy me habéis salvado la vida. — Revelo mientras hago la mejor jugada de mi vida. — No he tenido un día muy bueno, pero no hay nada que una cena familiar y unas risas no puedan solucionar.

Recogemos todo y para mi sorpresa resulta que no solo han cocinado, también han limpiado la cocina entera.

Me giro y les miro.

— Está bien, ¿Qué queréis? — Digo riéndome.

— Nada, es que os queremos mucho. — Murmura Samantha.

— Mmm, ¿Seguro que no hay nada?

Vale… Mi banda preferida viene a la ciudad la semana que viene y me encantaría ir. — Samantha parece ilusionada.

— Unos amigos van de acampada y me han dicho de ir. — Dice Joe.

Tras unos segundos reflexionando, me doy cuenta de que todo tiene sentido. Siempre han sido unos niños que ayudan en todo, pero no saldría de ellos cocinar y limpiar, siempre hay que decírselo.

— ¿Sabéis que? La cena estaba exquisita y todo estaba limpio, ¿Tu que dices Susan? ¿Les dejamos ir? — Miro a mi esposa.

— ¡Si! Creo que se lo han ganado.

Los dos empiezan a dar saltos de alegría.

— Pero solo si os vais a acostar ahora mismo. — Susurro.

Al oírlo, corren hacia sus habitaciones.

— Ya decía yo que esto era algo muy raro.

— Y que lo digas, pero bueno, ¡Al menos no hemos tenido que cocinar hoy!

Nos reímos.

Vamos hasta nuestra habitación y nos tumbamos en la cama.

— Oye Susan, estaba pensando que podríamos ir de viaje por tu cumpleaños, no todos los días se cumplen cincuenta y cinco.

— ¿Un viaje? Hace tanto que no viajamos… — Me mira. — ¿Crees que podremos ir? No se si tu trabajo lo permitiría…

— Lo haremos funcionar.

Susan sonríe.

— Me gusta ver que ya no estás tan estresado — Me acaricia el pelo.

— Sigo estando muy estresado, la ansiedad no se me ha ido y estoy empezando a pensar que me van a despedir del trabajo. — Cojo aire. — Pero el gesto que han tenido nuestros hijos hoy ha sido de lo más noble, aunque quisieran algo a cambio.

Nos reímos.

— Este trabajo te está consumiendo… Llevas cuarenta años ahí y desde entonces solo te he visto feliz en tres ocasiones. — Inclina la cabeza ligeramente hacia la izquierda. — En nuestra boda, el nacimiento de Samantha y el nacimiento de Joe.

— Tampoco puedo hacer mucho más… Con la edad que tengo es un suicidio buscar otro trabajo, tengo que intentar mantenerlo un poco mas…

— Llevas diciendo eso desde hace mucho y siempre que te cambian el jefe, acaba siendo peor. — Se coloca. — Siempre se las apañan para poner un niñato al cargo…

Seguimos hablando un par de minutos y al terminar, apagamos las luces para dormir.

El resto de la semana es prácticamente la misma rutina, un trabajo agotador que me consume, aburrido y monótono.

Como de costumbre tengo que quedarme hasta tarde haciendo horas extras gratis porque el resto de trabajadores no hacen su trabajo como toca.

Hoy es viernes, son las siete y media de la tarde.

Todos se han ido ya, incluso el jefe.

El informe que estoy escribiendo capta mi atención por completo haciéndome perder la noción del tiempo.

Cuando termino me levanto de la silla, pero algo llama mi atención, el sol se ha puesto ya.

El reloj marca las nueve y media de la noche.

Cojo mi teléfono.

Diez llamadas perdidas de mi mujer, y unos cincuenta mensajes de texto de mis hijos.

Rápidamente llamo a mi esposa.

— Susan, lo siento mucho… He perdido la noción del tiempo.

— Eso no es excusa Philipe, tendrías que haber llegado a casa hace tres horas, ¿Tu sabes lo preocupada que he estado?

Un sentimiento frío me recorre el cuerpo entero, tengo la sensación de que me están observando.

— ¿Estas ah…

— Cariño luego te llamo, aun tengo una cosa que hacer.

Cuelgo y me meto el móvil en el bolsillo.

Empiezo a dar vueltas por la oficina en busca de alguien, pero no hay nadie.

Abro la puerta de la sala del jefe y tampoco hay nadie, hasta incluso voy corriendo hasta las escaleras y escucho atentamente para ver si oigo pasos.

Nada sucede.

La mala sensación no me impide volver a mi mesa para guardar mis cosas como de costumbre.

Cojo el informe y abro el cajón para introducirlo, pero algo me para. Puede que sea una mala sensación, o simplemente las marcas de tinta roja que tengo en los dedos.

Le doy la vuelta al informe con un miedo atroz.

De la sorpresa, suelto la hoja de papel y me llevo las manos a la cabeza.

El informe está lleno de rayas y puntos desordenados con varios dibujos bastante perturbadores, tachando parte del informe y en los márgenes se repite la misma frase varias veces.

"Matar Susan Stevens"

Aterrorizado, hago de la hoja una bola y la introduzco en el bolsillo de la chaqueta.

Corro hasta el coche y llego rápido hasta casa.

Antes de entrar, me quedo estático frente a la puerta sin saber qué hacer.

— Está bien Philipe, tranquilízate. — Cojo aire. — Seguro que había alguien del trabajo y te ha querido gastar una broma.

Algo cae de mi cabeza, me llama especialmente la atención el color que es, castaño oscuro igual que mi cabello.

Me agacho para ver de qué se trata y palpo mi cabeza.

En efecto, es mi pelo.

Me peino para que no se vea y entro a casa.

Susan me está esperando en el pasillo.

— ¿Qué horas son estas de llegar?

— Perdona Susan, se me ha ido el santo al cielo.

No me vuelvas a preocupar de esta manera por favor — dice aún asustada.

Al ver mi reacción, se acerca a mí y me da un abrazo.

Me siento en una silla que tenemos ahí, junto a una mesa de té.

— ¿Estás bien? — Pregunta preocupada.

— La verdad es que no… No estoy bien, hoy me ha pasado algo de lo más extraño.

Meto la mano en el bolsillo, palpo la bola de papel.

— ¿Qué te ha pasado en el pelo? — Pregunta inspeccionando mi cabello.

— Si te soy sincero no lo sé, estaba a punto de entrar y se me ha caído un mechón.

— Por dios Philipe, estás temblando…

Me acompaña hasta nuestra habitación y me sienta en la cama.

— No te preocupes, hoy es viernes, al menos ahora tienes dos días libres. — Suspira. — Intenta disfrutarlos.

— Si… No es más que el estrés. — Debería enseñarle lo que he encontrado en el informe, pero no soy capaz.

— ¿Tienes hambre?

Niego con la cabeza.

— Está bien, ponte el pijama y métete en la cama, voy a decirle a los niños que no estas bien y ahora vuelvo.

Hago lo que me dice y me quedo dormido.

Despierto a las horas, Susan está a mi lado. Está abrazando mi brazo.

Realmente se preocupa por mi.

Un escalofrío recorre mi cuerpo entero de nuevo.

Miro alrededor pero no alcanzo a ver nada.

Me quedo paralizado mirando la puerta que da al pasillo. Durante un par de minutos no sucede nada, pero hay algo que se está moviendo ahí.

De la nada, veo unos ojos que me están mirando. Blancos como la luna llena.

Intento visualizar el resto del cuerpo, pero no llego a ver nada.

Estoy varios minutos mirándolos, estáticos y prácticamente sin vida.

Pasa lo inesperado, los ojos parpadean una vez indicando que hay algo ahí.

Del susto, cierro los ojos y me estremezco.

Susan se despierta y enciende la luz.

Estoy temblando.

— Cariño, ¿Qué sucede? — Pregunta preocupada.

— Ahí había alguien. — Señalo la pared.

— ¿Qué has visto?

— Solo los ojos.

Hace un gesto de desaprobación.

— Tranquilo… Seguro que solo ha sido una pesadilla.

Asiento y apaga la luz.

Noto cómo Susan está durmiendo, pero yo no puedo. Paso toda la noche sin dormir.

A la mañana siguiente me encuentro un poco mejor, aunque muy cansado.

Voy hasta la cocina, en la que se encuentra Susan.

— Buenos d… — Se queda callada al ver mis ojeras. — ¿No has dormido bien?

— Me temo que no.

— ¿Qué es eso que tienes en el hombro? — Se acerca para quitármelo.

Es otro mechón de mi pelo.

— ¿Qué demonios te está pasando?

— No tengo ni idea.

— Puede que le estés dando demasiadas vueltas, vamos a cambiar de tema. — Suspira. —¿Quieres algo para desayunar?

— La verdad es que no tengo mucha hambre, creo que me voy a dar una ducha y ya comeré algo luego.

— Está bien, pero no hagas mucho ruido, están durmiendo.

Vuelvo hasta la habitación y cojo ropa de cambio.

El abrigo que llevaba ayer está en el armario.

— Creo que tendría que quitar el informe. — Me digo a mi mismo.

Abro el armario y meto la mano en el bolsillo. Por fortuna, el informe sigue ahí.

Parece intacto ya que sigue en forma de bola.

Lo saco del bolsillo y lo escondo debajo de la cama.

Vacilo durante un rato pero al final me decido a entrar en el cuarto de baño.

La ducha dura un poco más de lo normal.

El vaho ha inundado por completo el cuarto de baño. Me quedo paralizado por completo y a los minutos me incorporo de nuevo.

Mi cuerpo está seco y el suelo está cubierto de pelo, doy un paso hasta el espejo para ver lo que está pasando.

Me quedo paralizado una vez más al ver lo sucedido con el espejo.

El espejo está entelado por completo y está la misma frase escrita.

"Matar Susan Stevens".

Asustado, cojo la toalla e intento secar el espejo, pero algo llama mi atención.

Mi rostro se ve reflejado dejándome ver lo sucedido. Todo mi pelo se ha caído.

Termino de secar el espejo y sin salir llamo a Susan.

— ¡SUSAN!

No tarda nada en llegar. Está al otro lado de la puerta.

— ¿Qué pasa? ¿Estás bien? — Pregunta preocupada.

— No. — Digo llorando. — No estoy bien.

— Déjame entrar.

Desbloqueo el pestillo de la puerta, me siento en el suelo.

Al entrar, Susan se lleva las manos a la cabeza.

— ¿Qué ha pasado aquí? — Dice abrazándome.

— No lo sé… — Sigo llorando.

— Tenemos que ir al médico.

— ¡No! No podemos ir…

— ¿Por qué no?

No digo nada. Siento un mal presentimiento. Creo que es mejor no decir nada a nadie. Esa misma presencia me impide pedir ayuda.

— Está bien, deja que te ayude. — Me tiende la mano. — Espera en la habitación, voy a llevar a Joe al campamento y a Samantha a trabajar; Vengo en un rato y vemos qué hacer.

Asiento.

Me siento en la cama sin ropa, solo la toalla que me cubre por completo.

Oigo la conversación entre Susan y los niños a través de la puerta.

— ¿Qué le pasa a papá? — Pregunta Samantha.

— Vuestro padre no se encuentra bien, me temo.

— ¿Pero se pondrá bien verdad? — pregunta Joe.

— Esperemos que sí…

Se oye el sonido de la puerta delantera, una clara indicación de que se han marchado y quedo yo solo en casa.

Me levanto y compruebo que la bola de papel sigue bajo la cama, por fortuna sigue ahí.

Vuelvo a sentarme mientras mi esposa regresa.

La misma sensación de antes me recorre, un escalofrío que cubre gran parte de mi cuerpo.

Las luces empiezan a parpadear y se apagan por completo.

De la nada suena un rugido, pero no es el rugido de un animal, es algo extraño.

Las luces vuelven a parpadear y ahí está. El torso y la cabeza de un ser extraño aparecen a través de la misma puerta en la que vi los ojos.

Se queda un par de minutos mirándome fijamente inclinando su cabeza de un lado a otro, cerrando y abriendo los ojos. Como si fuera un búho observando en mitad de un bosque.

— Matar Susan Stevens. — Susurra con una voz muy grave. Pero siento que solo puede escucharse en mi cabeza.

Lo repite un par de veces antes de desaparecer por completo y cerrar la puerta con fuerza.

Las luces vuelven a estabilizarse.

Me asusto al ver que la puerta se abre de nuevo, pero por fortuna esta vez es Susan.

— ¿Estás bien? — Dice mientras se acerca a mi. — Parece que has visto un fantasma.

Intento hablar pero no me salen las palabras. Un sentimiento de impotencia me recorre.

Simplemente quiero decirle que no estoy bien y que necesito ayuda, pero nada consigue salir de mi boca.

— Vale, ya veo que estás mal… Aun así creo que se te pasará si te despistas un poco. — Posa su mano sobre mi regazo.

A pesar de los intentos de Susan por hacer que me despiste, no dan resultado.

El resto del día pasa demasiado lento, esto me está comiendo por dentro. Tengo miedo e ira al mismo tiempo.

Samantha vuelve del trabajo a las dos y media del mediodía. Sin embargo Joe no regresa del campamento hasta las siete, y ha sido por culpa de una plaga de insectos, ya que el plan inicial era quedarse a dormir ahí.

Después de cenar los niños se van a dormir.

Susan me acompaña hasta mi habitación.

— ¿Sigues sin hablar? — Al ver el éxito de la pregunta, deja de insistir. — En ese caso creo que será mejor que intentes dormir.

Me acuesto en la cama aunque no logro dormir en absoluto.

Susan llega e intenta hacer el mínimo ruido posible, y sin encender la luz, no se da cuenta de que sigo despierto.

Las horas pasan y noto como Susan está teniendo una pesadilla de las grandes.

Le cojo de la mano para que sepa que estoy ahí.

Tras mucho tiempo dando vueltas, me fijo en que la luz del baño está encendida, y en el marco de la puerta está apoyada una mano con los dedos muy largos y unas grandes y afiladas uñas.

En lugar de aterrorizarme y quedarme paralizado, me levanto y voy hasta el baño.

Para mi sorpresa no hay nadie ni nada.

Abro el grifo y cojo un poco de agua con las manos para refrescar mi cara.

Cuando vuelvo a abrir los ojos, a través del espejo, una figura muy extraña está detrás mío.

Tiene los ojos muy saltones y redondos de color blanco. Noto un vacío a través de ellos. Su estatura está totalmente descompensada.

Medirá aproximadamente dos metros y medio o algo por el estilo. Sus brazos son extremadamente largos hasta el punto de que sus manos llegan prácticamente a sus tobillos.

Sus extremidades son increíblemente delgadas y tiene el pelo totalmente negro.

Sus dientes son afilados y su rostro es extremadamente pálido. Y una sonrisa de punta a punta de su cara hace que entre en pánico.

De repente mi vista se aleja, es como si estuviera cayendo a una habitación vacía completamente oscura en la que tan solo se puede ver a través de una ventana, esa ventana parecen mis ojos. Es como si ya no formase parte de mi cuerpo.

A través de esa ventana puedo verme reflejado en el espejo del baño.

Mis brazos se levantan sin que yo lo mande y cojo una cuchilla de afeitar que había sobre el lavabo, mientras la sonrisa del ser iba haciéndose cada vez más grande y perturbadora.

Mis manos las agarran fuertemente haciéndome cortes bastante profundos.

A pesar de no tener el control sobre mi cuerpo puedo notar las cuchillas abrirse paso sobre mi piel.

Pero ¿Qué sucederá ahora?

Mis manos empiezan a hacer movimientos y mi cara empieza a doler, ahí es cuando me doy cuenta. Mis manos están mutilando mi propio cuerpo.

Mientras me estoy cortando en contra de mi voluntad, puedo ver a través del espejo como el ser está haciéndose más grande a medida que voy desgarrando la carne de mi cuerpo. Sus ojos se empiezan a hacer aún más grandes. Sus dedos se alargan y las uñas de sus dedos empiezan a aproximarse cada vez más a unas garras afiladas.

El sonido de unos pasos se aproxima por detrás.

— ¿Qué estás haciendo? — Pregunta Susan obligándome a dar la vuelta.

Se lleva las manos a la cabeza al ver mi rostro desfigurado por las cuchillas.

Intento avisarla chillando desde la habitación oscura, pero parece que no me oye.

— ¡SUSAN! Sal corriendo. —Repito varias veces.

En este momento me doy cuenta de que el único que le puede ver soy yo. Está metido en mi cabeza, pero igualmente, todos los intentos son en vano. Yo soy el único monstruo que ella puede ver.

Una voz grave resuena por toda la habitación.

"Matar Susan Stevens".

Desde la ventana puedo ver como mis manos se acercan hasta el cuello de Susan.

— ¿Qué haces? — Pregunta confusa.

Mis manos hacen un movimiento muy rápido que apenas soy capaz de ver.

Al terminar la moción, se queda paralizada dejando visible un corte en su cuello.

Chorros de sangre comienzan a salir de dicho corte y su cuerpo cae al suelo sin vida.

La voz vuelve a sonar.

"Matar Samantha Stevens".

Consciente de la atrocidad cometida me desmorono y caigo rendido al suelo de la habitación oscura, empiezo a llorar descontroladamente. Parece que he recuperado mi cuerpo y el control sobre este, pero la tristeza e impotencia que siento hace que el dolor físico de mis cortes prácticamente nulo.

— ¡POR FAVOR TE LO PIDO, PARA DE UNA VEZ! — Chillo con todas mis fuerzas.

La voz vuelve a sonar.

"Matar Samantha Stevens".

De repente dejo de poder controlar mi cuerpo de nuevo. Algo se mueve, miro a través de la ventana de nuevo para revelar que mi cuerpo está abriendo la habitación de Samantha.

— ¿Qué haces papá? — Pregunta aún en su cama.

Al igual que con Susan, mis manos vuelven a hacer una moción muy rápida que termina con el cuerpo sin vida de mi hija en el suelo, dejando su habitación con un charco de sangre en el suelo y salpicaduras por las paredes.

La voz vuelve a sonar, con la diferencia de que ahora solo suena una vez.

"Matar Joe Stevens".

— Por favor ya basta… — Digo desconsolado y con lágrimas en mis ojos, pero parece que nadie puede oírme.

La puerta de Joe se abre.

— ¿Qué está pasando papá? — Suspira. — ¿Eso es sangre?

Presencio como mis manos cogen su cabeza y la estampan repetidas veces contra el marco de la puerta durante varios minutos hasta dejar su cara completamente desfigurada.

De repente vuelvo a formar parte de mi cuerpo.

Siento un dolor muy profundo por todos los cortes pero siento aún más dolor al haber presenciado la muerte de toda mi familia, y además he sido yo quien lo ha hecho.

El ser vuelve a aparecer detrás mío.

Esta vez, su único rasgo que ha cambiado es el color de sus ojos, que han pasado de ser blancos a ser completamente naranjas.

Extiende su brazo entregándome un cuchillo de cocina.

— Entrégale tu vida al devora mentes. — Susurra. — Dame tu vida…

Apenado, desconsolado, enfadado y sin ganas de vivir acepto su petición.

Cojo el cuchillo que me ha entregado, termino las cosas rápidamente y de la forma en la que ha comenzado.

Con un simple corte en el cuello.

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— 10-4 Voy a entrar.

— Espere, no entre ahí solo. — Grita una voz a través del walkie.

— He de hacerlo, cambio.

Un hombre armado derriba la puerta de una patada para abrirse paso y empieza a peinar la zona, habitación por habitación.

Los rastros de sangre le llevan hasta el comedor.

— ¡TENIENTE DIGA ALGO! — Repite la voz un par de veces.

El hombre se queda paralizado al igual que el resto de personas que vienen a formar parte de sus refuerzos.

— ¡Informe de situación!, cambio.

— Avisad a los forenses, tenemos cuatro cadáveres colgando del techo, cambio.

— ¿Podría repetirlo? — Vuelve a decir la persona tras el walkie.

— ¡Hay cuatro personas colgadas! Y un charco de sangre en el suelo. — Coge aire y se prepara para seguir hablando. — Avisad también a los de criminalística, quien sea que ha hecho esto, ha dejado su marca.

— ¿Una marca dice?

— Así es, una cara dibujada con sangre humana en la pared.

— ¡Entendido! Enviaremos más refuerzos de inmediato.

— Que clase de lunático podría hacer algo así. — Suspira. — En mis veinte años de servicio nunca había visto cadáveres a los que les faltasen los ojos…

El teniente se queda paralizado.

Al volver en sí, parece asustado. El sudor le cae de la barbilla.

— ¿Se encuentra bien teniente? —Pregunta uno de los agentes.

— Si, ha pasado algo muy raro.

Vuelve a fijarse en la cara dibujada en la pared.

No para de mirarla durante unos segundos, esperando a que suceda algo.

Hay algo de ese dibujo que le enerva. Puede que sea que esté dibujado con sangre humana o lo inexpresiva que parece la cara.

Algo llama su atención, los ojos del dibujo empiezan a derramar un poco de sangre.

Levanta la mano para tocarlo pero antes de llegar, los ojos parpadean.

Asustado, da unos pasos hacia atrás y cierra los ojos frotándolos con las manos.

— Tranquilo… Seguro que no es más que tu imaginación.

Un escalofrío recorre su cuerpo, y de repente una voz muy grave susurra.

"Matar Lisa Johnson".