George
El hielo tintineaba dentro del vaso mientras giraba distraídamente la muñeca. Frente a mí, Jeremy me miraba con una sonrisa entre burlona y sorprendida, como si acabara de escuchar la mejor historia de su vida.
-Entonces, déjame ver si entendí bien -dijo, apoyando los codos sobre la mesa del bar-. Primero, la salvas de su ex. Luego, la encuentras llorando y compartes con ella tu trágico pasado. Después, caes sobre ella en una escena digna de una película romántica, y ahora me dices que no sientes nada por Charlotte ?
Puse los ojos en blanco y tomé un sorbo de whisky antes de responder.
-No es así de simple.
Jeremy soltó una carcajada sarcástica y sacudió la cabeza.
-Bro, en serio. ¿Te enamoraste de Charlotte?
El alcohol se me fue por el camino equivocado, haciéndome toser varias veces.
-No digas estupideces -logré decir entre tosidos.
Jeremy me miró con suficiencia, inclinándose ligeramente hacia adelante.
-Es obvio. La forma en la que hablas de ella, cómo reaccionas cuando está cerca, cómo te afecta todo lo que hace... Hermano, estás hasta el cuello y ni siquiera lo notas.
-Solo me preocupa lo que está pasando con ella.
-Ajá. Y también te preocupa cómo se ve con su ropa, cómo suena su voz cuando está nerviosa, cómo huele cuando pasa cerca.
Sentí un nudo en el estómago, pero mantuve mi expresión impasible.
-No sé de qué hablas.
Jeremy sonrió con suficiencia y tomó un sorbo de su cerveza antes de responder:
-Lo sabrás pronto.
El camino de regreso a casa se sintió más largo de lo normal. Las palabras de Jeremy resonaban en mi cabeza, generando un malestar del que no podía escapar.
¿Me había enamorado de Charlotte?
No. Eso no tenía sentido.
Entré al apartamento en silencio, sin ganas de pensar en nada más. Pero entonces, algo me hizo detenerme en seco.
El sonido del agua corriendo.
La puerta del baño estaba entreabierta. La luz cálida se filtraba a través del marco, proyectando sombras suaves en el suelo del pasillo. El vapor se deslizaba por la rendija como una invitación a lo prohibido.
Y ahí estaba ella.
A través del cristal borroso de la mampara de la ducha, podía distinguir su silueta. El agua caía en finas líneas sobre su piel, recorriéndola como una
caricia líquida.

Tragué en seco.
Las curvas de su cuerpo se insinuaban con cada movimiento, difuminadas por la neblina del vapor, pero aún así perfectamente perceptibles. Su espalda arqueada, la forma en la que su cabello mojado se pegaba a su piel... todo parecía sacado de un sueño.
Mi respiración se volvió pesada.
No deberías estar viendo esto. Pensé
Mis instintos me gritaban que me diera la vuelta, que me alejara antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirme. Pero mis piernas no respondían. Me quedé ahí, inmóvil, atrapado en un dilema moral que se volvía cada vez más borroso con cada segundo que pasaba.
Charlotte se movió dentro de la ducha, alzando los brazos para apartar su cabello mojado. Sus dedos recorrieron su cuello lentamente, y por un instante, pude imaginar cómo su piel se sentiría bajo mis manos.
Cerré los ojos con fuerza, intentando borrar la imagen de mi mente.
No funcionó.
Finalmente, con un esfuerzo casi sobrehumano, me obligué a apartarme. Me dirigí a mi habitación y cerré la puerta detrás de mí, apoyando la espalda contra la madera.
Mi corazón latía con una fuerza absurda.
Me dejé caer al suelo, pasando una mano por mi rostro en un intento desesperado de despejar mis pensamientos. Pero era inútil.
Jeremy tenía razón.
No era solo preocupación.
No era solo amistad.
Era Charlotte. Era su risa, su voz, su forma de mirarme cuando pensaba que no me daba cuenta. Era la manera en la que cada momento con ella se volvía inolvidable, sin importar lo insignificante que fuera.
Y lo peor de todo...
Era real.
Charlotte
Era una tarde tranquila. Como de costumbre, había salido a entrenar, pero esta vez la rutina no había conseguido despejar mi mente. Desde hacía días, algo dentro de mí se sentía diferente, como si estuviera librando una batalla que no podía ganar.
George.
No podía dejar de pensar en él.
Había intentado evitarlo, marcar distancia, recordarme que solo era un niño al que molestaba en su infancia, el hijo de Margaret, mi amiga. Pero cuanto más intentaba ignorarlo, más presente estaba en mi mente. En mi cuerpo.
Decidí regresar temprano a casa. No quería pensar más en esto.
Pero cuando entré, lo primero que vi me dejó completamente estática en el marco de la puerta.
George estaba en la sala, entrenando.
Sin camisa.
Mi respiración se detuvo por un instante.
El sudor brillaba en su piel, resbalando por su espalda y su pecho mientras se movía con precisión y control. Cada músculo de su cuerpo se tensaba con cada repetición, con cada flexión que hacía con una facilidad irritante.
¿Cuándo demonios creció así?
No podía apartar la vista. No era solo su cuerpo-porque sí, era imposible ignorarlo-sino la forma en la que se movía, la concentración en su rostro, la manera en que su respiración se volvía cada vez más pesada. Era un espectáculo hipnótico.
Sin pensarlo, me apoyé en el marco de la puerta y crucé los brazos.
-¿Te molesta si sigo aquí? -pregunté, con una voz que intenté mantener casual.
George apenas levantó la cabeza y negó con un leve movimiento, sin dejar de hacer sus repeticiones.
No sé por qué me quedé ahí. Tal vez solo para observarlo un poco más. Solo un poco.
Mis ojos recorrieron su espalda, sus hombros, la manera en que su mandíbula se tensaba con cada movimiento.
Dios...
Me mordí el labio sin darme cuenta.
Él continuó con su entrenamiento, pero pude notar cómo su cuerpo se tensaba ligeramente. Sabía que lo estaba mirando.
-¿Vas a quedarte ahí todo el tiempo? -preguntó sin mirarme.
-No lo sé. ¿Te molesta? -repliqué, sin moverme.
Mi tono de voz salió más bajo de lo esperado, casi como un susurro.
Él siguió ejercitándose, pero su respiración se hizo más profunda. Me di cuenta de que su atención no estaba completamente en el entrenamiento, sino en mí.
Me quedé inmóvil cuando se deslizó al suelo para hacer abdominales. Sus movimientos fluidos hicieron que su torso se flexionara, exponiendo más su abdomen. Mis ojos lo siguieron sin querer.
Demonios.
No era solo su cuerpo lo que me tenía así. Era el hecho de que sabía que no debía estar mirándolo de esa manera. Era el hecho de que, aun así, no podía dejar de hacerlo.
Entonces, en uno de sus movimientos, nuestros ojos se encontraron.
Fue un instante, pero lo sentí en cada fibra de mi cuerpo.
Mi pecho subió y bajó con más rapidez de la que me gustaría admitir. Mis labios se separaron apenas, sin darme cuenta. Y George lo notó.
Su mirada recorrió mi rostro, y por un momento, todo se detuvo.
No era la primera vez que sentía esa tensión entre nosotros, pero esta vez se sentía más... cruda. Más peligrosa.
-Estás en buena forma -murmuré, en un intento de disipar el momento, pero mi voz salió más suave de lo que pretendía.
Él se quedó en silencio. Sus ojos me escanearon con una intensidad que hizo que mi piel se erizara.
-Gracias -respondió, apoyándose contra la pared para descansar.
Yo debería haberme ido en ese momento. No tenía razones para quedarme ahí, observándolo como una maldita adolescente con un crush.
Pero no me moví.
Di un paso adelante sin pensarlo, casi como si algo me empujara hacia él.
La distancia entre nosotros se redujo. Lo suficiente para sentir el calor que emanaba de su cuerpo.
Hubo un silencio.
Un silencio cargado, denso, como si las palabras fueran innecesarias.
Él respiró hondo. Pude ver la forma en que su pecho subía y bajaba con cada inhalación, cómo su mandíbula se tensaba, como si estuviera conteniendose.
Como si quisiera hacer algo, pero no se atreviera.
Finalmente, rompió el silencio con una sonrisa que intentaba ser relajada, pero que delataba la lucha interna en su cabeza.
-¿Eso es todo lo que tienes para decir?
Mi corazón dio un vuelco.
Sabía exactamente qué estaba insinuando.
Apenas esbocé una sonrisa, pero dentro de mí, el caos era absoluto.
Porque sabía que algo estaba a punto de cambiar entre nosotros.
Y lo peor de todo...
Sabía que ya no quería evitarlo.