GEORGE
Desde aquella noche en que Charlotte y yo dejamos caer nuestras barreras, la atmósfera entre nosotros se había vuelto insoportablemente densa. Cada mirada era un roce invisible, cada palabra llevaba un doble filo, cada mínima distancia parecía demasiado corta. A veces, cuando ella pasaba cerca, su perfume me envolvía y me dejaba en un estado de confusión peligrosa. La tensión se sentía en el aire, latente, como si estuviéramos al borde de algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar.
Esa tarde, mientras Charlotte terminaba una llamada en la cocina, intentaba cambiar un bombillo en la sala. La escalera que había encontrado era vieja y tambaleante, pero mi terquedad me empujaba a seguir adelante.
-¿Estás seguro de que no necesitas ayuda? -preguntó Charlotte, apoyándose contra el marco de la puerta, con una ceja levantada y una sonrisa que tenía más de travesura que de preocupación.
-No te preocupes, tengo todo bajo control -respondí con confianza.
-Eso parece más una escena de "accidente asegurado" que de control -soltó con un tono burlón, cruzándose de brazos, y con esa pose casualmente atractiva que me dificultaba concentrarme.
Rodé los ojos y subí otro escalón.
-Te lo advierto, George. Si te caes y te rompes algo, no pienso llevarte al hospital.
-Tranquila, esto no es nada -dije, girando el bombillo con cuidado.
Pero entonces, la escalera crujió.
Charlotte dejó escapar un jadeo.
-¡George!
Y antes de poder reaccionar, la escalera cedió.
Caí.
El impacto no fue contra el suelo... sino contra Charlotte.
Su cuerpo amortiguó mi caída, y por un segundo, el mundo se detuvo. Estaba sobre ella, mi peso presionándola contra el suelo, nuestros cuerpos encajando con una naturalidad alarmante. Sus manos estaban atrapadas entre nosotros, sus piernas, instintivamente separadas, enredadas con las mías.
El aire se escapó de sus labios en un jadeo suave y entrecortado.
El calor de su cuerpo me rodeaba, su respiración chocaba contra mi cuello, y su aroma mezclado con el mío creaba una combinación intoxicante.
Mis manos quedaron a ambos lados de su cabeza, atrapándome en una cercanía peligrosa. Sus ojos, grandes y oscuros, brillaban con algo que no era solo sorpresa.
Era otra cosa.
Algo que me hacía perder la noción del control.
-¿Estás... bien? -murmuré, mi voz más grave de lo que esperaba.
Charlotte tragó saliva, sus labios entreabiertos, su respiración aún acelerada.
-Sí... -susurró, pero su tono era tembloroso, no por miedo, sino por algo más.
Intenté apartarme, pero al moverme, mi cadera rozó la suya.
Charlotte soltó un leve sonido, casi un suspiro.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
Podía sentir la suavidad de su piel bajo la delgada tela de su blusa, podía notar el temblor de sus manos atrapadas entre nuestros cuerpos.
Mis ojos bajaron a sus labios.
Se entreabrieron apenas.
Mi garganta se secó.
-George... -murmuró mi nombre con un tono que me hizo estremecer.
Era una advertencia.
O tal vez, una invitación.
Mi rostro estaba tan cerca del suyo que podía sentir su aliento, cálido, dulce, tentador. Podía besarla.
Dios, podía besarla.
Charlotte no se movió.
No apartó la mirada.
No dijo nada.
Solo respiró hondo, sus labios temblaron, y su pecho subió y bajó contra el mío.
Un segundo más y habría cruzado el límite.
Un segundo más y habría probado la calidez de su boca.
Pero me detuve.
Porque si la besaba ahora, sabía que no me detendría.
Solté un suspiro pesado y, con un esfuerzo casi doloroso, me separé de ella.
La sensación de su cuerpo dejándome ir fue como una descarga eléctrica que me dejó tenso.
-Lo siento... -dije con la voz ronca, ofreciéndole una mano para ayudarla a incorporarse.
Charlotte la tomó.
Sus dedos eran cálidos, suaves, y cuando nuestras pieles se tocaron, un escalofrío recorrió su cuerpo.
Se puso de pie con movimientos tensos, su respiración aún irregular, su mirada evitando la mía.
-Voy a... arreglar eso después -dije torpemente, señalando el bombillo, aunque apenas podía recordar por qué estaba allí en primer lugar.
Charlotte dejó escapar un suspiro.
-Sí... claro... -murmuró, y su voz tenía un matiz extraño, como si ella también estuviera lidiando con lo que acababa de pasar.
Nos quedamos en silencio.
La tensión era insoportable.
Finalmente, Charlotte se giró y salió de la sala sin decir nada más.
Me quedé allí, con la respiración aún pesada, el pulso golpeando en mis sienes y el cuerpo ardiendo con la sensación de su contacto.
Pasé una mano por mi rostro y exhalé lentamente.
Mierda.
Habíamos cruzado una línea invisible.
Y lo peor era que no quería dar marcha atrás.